Sin contacto

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                                      Mason

—Haré que no te arrepientas, Principessa—

Llevo mi mano a su nuca, atrayéndola hacia mí para juntar nuestros labios. Sus labios eran una maldita adicción. Llevé mis dos manos hacia su trasero, alzándola y haciendo que sus piernas quedaran enrolladas en mi cintura.

Con la pierna, cerré el portón, dirigiéndome hacia la entrada de mi casa. Con las ganas que tenía, perfectamente podría hacerlo afuera, pero por ella lo haría dentro.

En cuanto se aparta para bajarse de mis brazos, solo me quedo observando cómo sube rápido las escaleras. Se detiene y solo me sonríe. Le devuelvo la sonrisa, empezando a subir las escaleras siguiéndola.

Al entrar a mi habitación, la veo sentada en mi cama, únicamente con ropa interior. Desabroché los botones de mi camisa, quitándome el pantalón. Solo con bóxer.

Me acerco a ella sin dejar de mirarla. Me arrodillo justo frente a ella. Con ayuda de mis manos, abro sus piernas, mirando mi cena de hoy.

Llevo dos de mis dedos hacia su boca, haciendo que los chupe. Con mi mano libre, hago a un lado la braga, jugando con sus pliegues un poco antes de meter los dedos de un tirón.

Con mis dedos dentro de ella, empiezo a besar su monte de Venus, dejando algunas marcas rojas. Mis movimientos son lentos, al igual que los besos, los cuales se acercaban cada vez más a sus majestuosos pechos.

—Él nunca te hará sentir lo que yo te hago sentir. Conozco mejor tu cuerpo que tú misma; sé dónde ir para darte placer.

—No te creas el último vaso de agua en el desierto, Mason, cualquiera puede cogerme de la manera que me gusta.

Meto un tercer dedo sin cuidado, sonriéndole, negando con la cabeza, dejando de seguir el camino de besos.

—Si es así, ¿por qué estás en mi cama y no en la cama de esos "cualquiera"?

Quito mis dedos de su interior, chupando estos. No tenía paciencia, por lo que rompí sus bragas, dejándolas en el suelo. Pasé lentamente mi lengua por su intimidad, haciendo que se estremeciera, dejando su mano en mi cabello, apretando este.

—Cállate y fóllame.

<<Mandona>>

Dejo de saborear sus fluidos para levantarme. Me quito el bóxer para después acomodarme. La tomo en brazos para luego agarrarla del culo.

El techo de mi habitación era un espejo, por lo que podría ver cómo la follo como mi mujer que es. La escucho gemir cuando la penetro sin avisarle antes.

Me sostengo con la ayuda de mi brazo, dejando uno libre para levantarle más la pelvis. Su rostro, sus gemidos, todo de ella me atraía y excitaba.

Me acerco a su rostro para darle un beso, mientras mis embestidas se hacían más rápidas. Llevo mi mano, la cual estaba levantándole la pelvis, hacia su intimidad, donde la masturbo en forma de círculos.

Sentía cómo sus paredes apretaban cada vez más mi polla. En el momento en que llegamos, toma mi rostro con sus manos, juntando nuevamente nuestros labios.

—Vine porque extraño a tus masoconda.

—Demuéstrale que la extrañaste.

Le digo, tomándola de la cintura para cambiar de posición, dejándola a ella arriba. Desde la posición en la que estaba, tenía sus pechos a mi disposición.

Deja sus manos apoyadas en mi pecho y no tarda en empezar a moverse en forma circular. Me jodía que fuera tan lenta cuando los dos sabemos por qué lo hace.

Lastimosamente sin tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora