𝑃𝑜𝑙𝑖𝑐𝑖𝑎 ~ 𝑁𝑎𝑜𝑚𝑎𝑠𝑎 𝑇𝑠𝑢𝑘𝑎𝑢𝑐ℎ𝑖~

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Estoy excitada. Muy excitada. Llevo horas así, desde que Tsukauchi río me ha convocado, pero es ahora en su habitación, cuando cada poro de mi piel supura.

Mi garganta está seca pero mis labios están húmedos. Mis pechos están duros como piedras mientras mis pezones se me clavan como alfileres.

Mi sexo emana flujos incesantemente, incandescentes, que noto resbalar sin control por mis ingles hasta mis nalgas.

He llegado como siempre exactamente a la hora que me ha ordenado. He cruzado su apartamento hasta la habitación del delito. Como cada vez, él se ha sentado en la butaca, en su trono, mientras yo me desvestía tratando de aparentar una calma que no sentía. Me he quitado el uniforme, blusa, pantalón, botines y cartuchera de la que se mecía el arma reglamentaria.

Lo he colocado pulcramente en la percha que él me asignó hace tres meses. Pantalón doblado en el travesaño inferior, blusa sobre la zona trapezoidal perfectamente abotonada con mi número de placa bien visible. He colgado la percha en el pomo del armario, al lado de la cama para que el pequeño traficante pueda ver a quién se está follando. Los botines con los calcetines en su interior han quedado dispuestos marcialmente alineados al perchero, en el suelo.

Le he mirado, erguida aún con la ropa interior puesta esperando órdenes. Quítatela. Lo he hecho. Primero el sujetador, que he doblado sobre la mesita, a continuación el tanga a juego que he tenido que entregarle. Me he sentado en la cama, con las esposas reglamentarias que el Cuerpo Nacional de Policía me entregó hace seis años en la mano, con las que he detenido a decenas de delincuentes. Las he cerrado sobre la muñeca derecha. He levantado los brazos juntos buscando los barrotes posteriores del cabezal del catre. He pasado la cadena por detrás de uno de ellos, he rodeado la muñeca derecha con la segunda anilla, la he abrochado con cierta dificultad y le he mirado. A su merced. Entregada. Ardiente.

Como siempre, Tsukauchi se ha tomado su tiempo. Me ha mirado. Sus ojos han recorrido mi cuerpo, derritiéndome. Mi respiración se aceleraba a cada segundo que tardaba en levantarse. El insoportable hormigueo en mi vagina ha provocado que cerrara las piernas buscando acariciarme, pero sólo he logrado friccionar mis muslos entre sí, además de una reprimenda.

Abre las piernas. Lo he hecho. Más abiertas. Las he abierto tanto como mi flexibilidad permitía, notando como el aire frío entraba en mis entrañas. Pero no me ha refrescado. Al contrario. Una orden de Tsukauchi tiene en mi sexo mayor incidencia que la penetración de una polla cualquiera.

Han sido pocos minutos pero se me ha hecho eterno. Cuando se ha levantado, los labios de mi vulva han aplaudido. Os juro que lo he sentido. Se me ha acercado, pero aún no me ha tocado. Ni siquiera ha rozado mis piernas con la yema de los dedos como ha hecho otras veces. He suspirado ligeramente, protestando por su falta de atención. Pero él no me ha hecho caso. Se ha parado a mi lado, delante de la mesita de noche sobre la que descansaba parte de mi ropa interior, ha abierto el cajón, ha sacado una prenda negra y se me ha acercado sin mostrarme qué era.

Un antifaz. Pero no uno de fiesta, de carnaval veneciano. Un antifaz liso, de terciopelo, de los que utilizan para poder dormir en aquellos países del norte de Europa dónde aún no han descubierto las persianas.

Me lo ha puesto, obviando mis protestas, impostadas pues ambos sabemos que haré cualquier cosa que él proponga, y se ha hecho de noche. La oscuridad ha caído sobre mí pero no sobre mi cerebro. Perdido el sentido de la visión, mis otros sentidos se han activado de un modo desconocido para mí. He oído como Tsukauchi se movía a mi lado.

¿Desabrochándose el pantalón? Sí, lo ha hecho porque al momento he olido su miembro, su masculinidad. Cuando su mano se ha posado sobre mi muslo y ha descendido ligeramente hacia mi sexo he jadeado.

Sí, tócame. Sus dedos han llegado a mis labios, los han abierto y han entrado, chapoteando, mientras mi garganta gemía con ansia.

-Estás completamente licuada. -He abierto más las piernas, adelantando mis nalgas para notar sus dedos más profundamente. Pero se ha retirado, acercándolos a mi boca. No ha necesitado ordenarlo. Los he engullido, chupando el intenso sabor de mis entrañas con voracidad. -¿Quién iba a decir que la poli contaba con perras policías?

Un quejido ha salido de mi boca cuando me ha quitado el alimento. Me ha rodeado el cuello con la mano pringosa, ahogándome, para bajar hasta mi pecho, primero el derecho, luego el izquierdo, pellizcándome los pezones con saña, provocándome un doloroso placer, acelerando más aún mi respiración, incrementando mis jadeos. He vuelto a cerrar las piernas buscando fricción en mi sexo. Me ha abofeteado en el muslo para que las abriera. Necesito que me folles. Te follaré cuando me apetezca.

Entonces el colchón se ha movido. Está subiendo a la cama, he pensado. Por fin. He notado su peso a ambos lados de mi cuerpo. El olor le ha delatado. El intenso aroma de la polla que lleva semanas llevándome al Edén cerca de mi nariz. De pie sobre la cama, habrá tenido que acuclillarse un poco para dar en la diana. La he esperado ansiosa. Fóllame, aunque sea la boca.

Lo ha hecho. Metérmela en la boca mientras una mano me agarraba de la cola de caballo que también forma parte de mi uniforme, para dirigir el ritmo de la mamada. Haría lo que fuera por esta polla, haré lo que sea por esta polla. Lo hago. Me esmero en darle placer, chupándole el glande, lamiéndole el tronco, alojándola tan profundamente como mi cavidad bucal permite. Me encanta. Me encanta comerme la polla de Darío como nunca me ha encantado nada.

-Así me gusta ver a la puta policía, amarrada al pilón. Chupa zorra, chupa. El próximo día vendré a comisaría y te joderé allí, atada a una de las jaulas, o en la sala de interrogatorios. ¿A que te gustaría? -No lo va a hacer, lo sé, pero asiento, ahogando un sí lleno de carne. Me excita el juego, me vuelve loca, así que continúa percutiendo, verbal y físicamente. -Tendrían que verte tus compañeros ahora, en la casa de un delincuente, atada, sometida. Voy a invitarlos. ¿Qué te parece? ¿Invitamos al comisario y a un par de compañeros? -Babeo. No asiento, pero mi respuesta es engullir con más ganas, jadeando, gimiendo como una perra en celo. Me la saca de la boca y me ofrece los huevos. Los lamo. -¿Qué diría papá? ¿Qué diría el Capitán si viera a su niña ahora? ¿Le gustaría? Ver a su hijita, a una hija de poli, comportándose como lo más baja de las zorras.

Vuelve a ensartarme con violencia. Profundamente, tanto que me resbala saliva por la barbilla, pero no me detengo, no puedo detenerme, no quiero detenerme. La polla que me profana es el cordón umbilical que me alimenta, que me da oxígeno.

Chupa hija de poli, chupa, es lo último que oigo antes de notar mi boca anegada, mi garganta inundada por la espesa semilla de mi amante. No cejo en mi empeño. Chupo, lamo, trago con desespero. Quiero más, no quiero que acabe. Pero acaba. Me desaloja, dejándome huérfana.

Recobro la respiración lentamente, pero mi excitación no remite. Aumenta. Desbocada. Necesito que me folles, imploro, por favor, fóllame. Abro las piernas todo lo que puedo, ofreciéndome, suplicando de nuevo. Giro la cabeza hacia mi izquierda, donde se está moviendo, está tomando algo. Fóllame, repito, por favor, gimo. Noto que se gira hacia mí. Me invade la euforia, mis labios se abren asomando mi lengua, mi sexo tiembla ante la victoria inminente.

Pero no es su cuerpo el que se posa sobre el mío, no es su polla la que se abre paso. Son sus dedos los que acarician de nuevo mis labios mayores, recorren los menores y se detienen en mi clítoris. Jadeo con fuerza, anhelante. ¿A qué esperas cabrón si me tienes a punto?, pienso. Entonces lo oigo. Un zumbido. Agudizo el oído pero mis propios gemidos me impiden estar segura de haberlo oído bien. Hasta que lo noto, abriéndose paso en mi vagina. Un vibrador.

No, eso no, pienso al primer instante, pero pronto comprendo que está alargando mi orgasmo, lo está potenciando. Mastúrbame con el aparato un par de minutos pero méteme la polla pronto, me digo. Necesito una polla de carne y hueso, no de metal.

Lo encaja completamente, vibrando a baja velocidad, mientras sigue masturbándome con la otra mano. Mis caderas se mueven al ritmo del juego, estoy cerca, muy cerca. Gimo, jadeo, fóllame cabrón, grito. Pero súbitamente detiene el zumbido, también el masaje. Un no desgarrador se me escapa del alma pero sus dedos acallan mi boca. Chupo con ansia de nuevo. Eres un cabrón, pienso para mí. Pero aún no sé cuánto.

Sus dedos vuelven a mi sexo solamente para volver a poner en marcha el vibrador. Entonces oigo pasos, alejándose. Y la puerta de la habitación cerrarse

a.

𝙾𝙽𝙴 𝚂𝙷𝙾𝚃𝚂 𝙼𝙷𝙰 𝚇 𝙾𝙲Donde viven las historias. Descúbrelo ahora