2017
Durante meses, Violeta siguió sintiéndose culpable. No debería haber besado a Chiara. La culpa se había impregnado en cada centímetro de piel de su cuerpo y, no importaba lo que hiciera, no se iba. Incluso probó el baño de hierbas del que tanto le había hablado su abuela. El sentimiento no la abandonaba. El hecho de que se sintiera libre durante el breve beso, como nunca se había sentido antes, fue lo que la hizo sentirse más culpable. La mirada de decepción de su mejor amiga cuando abrió los ojos y se dio cuenta de que nada a su alrededor era diferente seguía grabada en su memoria. ¿Cómo podía sentirse libre con otra persona prisionera? Fue horrible.
Las cosas entre ellas no se pusieron tan incómodas como se hubiera esperado, lo cual era bueno. Un poco incómodas al principio, porque no sabían cómo actuar, pero no duraron mucho. Se conocían desde hacía tanto tiempo como para sentirse realmente incómodas la una con la otra. Casi diez años de amistad hacían que supieran leerse y entenderse muy bien, incluso por eso Violeta se dio cuenta de lo frustrada y decepcionada que estaba la menor por todo aquello.
- Por lo menos ahora no pasaré tanta vergüenza. Si mi alma gemela se queja alguna vez, diré que es culpa tuya, Violeta. - Chiara había bromeado aquel día.
Y así, con una broma y una carcajada, volvieron a su rutina. Siguieron yendo juntas al colegio todos los días, charlaban sin parar sobre temas aleatorios, se entendían como nadie.
Hódar asistía a todos los partidos de voleibol de su mejor amiga para apoyarla, y no era de extrañar que se quedara sin voz el día del primer partido de Chiara con el equipo principal. Gritó hasta no poder más, aunque ya no iba a los entrenamientos porque eran sucesivos entre semana. Es más, Chiara ya no necesitaba tu presencia para sentirse cómoda y segura, parecía realmente nacida para la cancha. Nadie se sorprendió cuando pasó directamente del equipo juvenil al profesional. Era la auténtica estrella del equipo.
Lo único que había cambiado era que ya no pasaban tanto tiempo juntas durante la semana. Por los entrenamientos y por el trabajo a tiempo parcial de Violeta. También se veían los fines de semana, pero no tan a menudo como antes. Y eso era responsabilidad de la mayor, lo que quizá contribuía un poco al sentimiento de culpa que la consumía. Pero era por una buena razón.
Violeta estaba en un viaje personal para encontrar la misma sensación de libertad que había sentido con el beso. Era lo mejor que había sentido nunca y necesitaba volver a experimentarlo. Era como si hubiera pasado toda su vida atrapada en una jaula y, por un momento, hubiera dejado la puertecita abierta. Había conseguido estar fuera unos instantes antes de volver a quedar encerrada. Y ahora quería volver a ser libre.
Estaba decidida a encontrar algo, cualquier cosa, que la hiciera sentir así de nuevo. Incluso besó a otras dos personas para probarlo, pero se dio cuenta de que no era la acción en sí. No era el acto de besar. Era la sensación. Sentirse liberada. Y estaba segura de que encontraría alguna actividad, alguna aventura, algún momento que le permitiera experimentar esto al menos una vez más. Podía tardar lo que hiciera falta, no iba a rendirse.
[...]
Violeta estaba a punto de terminar su turno en la heladería. Sí, la misma heladería del beso. Trabajar allí de lunes a viernes no ayudaba mucho a apaciguar su sentimiento de culpa, pero el resto lo compensaba. El señor Ruiz era un jefe amable y, como la conocía desde niña, también confiaba mucho en ella. Hódar trabajaba todas las tardes después del colegio y normalmente quedaba sola en la tienda mientras el jefe se ocupaba de la burocracia en la trastienda.
Atender al público era divertido. Violeta había descubierto una vocación desde que empezó a trabajar. Le gustaba relacionarse con la gente, aunque eso significara los tipos de personas más variados, incluidos los maleducados. Pero, afortunadamente, no era muy habitual que alguien entrara de mal humor en una heladería, e incluso en las raras ocasiones en que ocurría, no duraba mucho. El dulce sabor del helado lo solucionaba todo. Su compañera de trabajo, Amelia, la hija del señor Ruiz, solía decir que era gracias a su hoyuelo cuando sonreía que los clientes se iban satisfechos, pero ella sabía que solo le molestaba. En cualquier caso, no le importaba demasiado. Le gustaba ver a la gente contenta, ya fuera por su supuesta sonrisa o por el helado que había servido.
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SoulMates
RomansVioleta siempre había sido escéptica y nunca había entendido esa historia del destino y las almas gemelas; ¿cómo iba a colorear su mundo si ya lo veía en color?