Ciano

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Decir que Violeta no reaccionaba no era ni parecido a cómo se sentía. Aturdida y confusa. En un torbellino de pensamientos y sentimientos. Por eso, cuando preguntó, aún sin apartar los ojos de la foto:

- Qué significa?

Y la única respuesta de Chiara fue tomarla de la mano en señal de que la siguiera, ella se limitó a obedecer. Dejó que la joven la condujera fuera del jardín de su casa, por la acera, hacia la casa de los Oliver. Era demasiado consciente de lo que la rodeaba, de la cálida palma de su mano contra la suya. Estaban acostumbradas a tener contacto físico, al fin y al cabo eran amigas, pero ahora parecía que ese pequeño punto de contacto le producía sacudidas por todo el cuerpo. Ni siquiera cuando se habían besado, años atrás, había sido tan intenso.

Dios mío, eso era todo lo que ocupaba los pensamientos de la pelirroja, ¡ya se habían besado! E inmediatamente recordó la mirada de decepción de Chiara cuando abrió los ojos y no vio los colores. Pero, ¿cómo esperas ver colores de repente si el mundo siempre ha sido colorido a tus ojos? Nada de aquello tenía ya sentido.

De hecho, en los últimos minutos nada tenía sentido. Desde la nueva cámara, la foto, los colores, las corrientes eléctricas de tu cuerpo e incluso tus pensamientos. Ninguna coherencia en absoluto.

- Ahora vuelvo - se apresuró a decir la menor cuando por fin llegaron. Llegaron a casa de los Oliver. Entró corriendo en el despacho de Joseph, en el que Violeta solo había entrado una vez antes, cuando eran niñas y buscaban caramelos, y cerró la puerta con fuerza tras de sí.

Se hundió en el sofá mientras intentaba que sus pensamientos no la engulleran. Miró a su alrededor. Al menos el salón de los Oliver seguía siendo el mismo de siempre, cada objeto y cada color en su sitio, lo que la tranquilizó un poco. Algo familiar y acogedor. Oyó la voz apagada de su mejor amiga desde el interior del despacho, pero no entendió nada. Parecía estar hablando con alguien. Violeta estaba bastante segura de que sus padres no estaban en casa, sabía que a Emma le gustaba ir al mercado los domingos por la mañana porque normalmente le ofrecía a su abuela llevarla a casa. Y, bueno, su abuela aún no había vuelto a casa.

- ...pero en la foto... - fue lo único que pudo distinguir en el discurso de Chiara, ya que la puerta de madera dificultaba mucho la salida del sonido del interior del despacho. Las considerables pausas entre los sonidos amortiguados indicaban que casi con toda seguridad estaba hablando por teléfono.

Violeta se dio cuenta entonces de que aún tenía la cámara en la mano. Apuntó el objetivo hacia abajo y fotografió los objetos de la mesita que tenía delante. Pasaron unos largos segundos hasta que la imagen se formó en el papel fotográfico. Todo era colorido, tal como ella lo veía. No tenía sentido. ¿Por qué había podido ver el mundo en color todo este tiempo? Sus padres veían el mundo descolorido. Su abuela también, pero ella no. Desde que tenía memoria, en sus 18 años de vida, siempre había visto el mundo así. No era justo que algunas personas pudieran ver la belleza de la viveza de los colores y otras no.

Pasaron unos cuantos minutos y ya se sentía frustrada e impaciente. ¿Se quedaría Chiara allí todo el día? Estaba demasiado inquieta en aquel ambiente silencioso y con sus pensamientos. Como si supiera que Violeta estaba a punto de levantarse y llamar a la puerta, la más joven salió por fin del despacho. Tenía una pequeña sonrisa bailando en sus labios y sus ojos brillaban como de costumbre. Quizá incluso más que de costumbre.

- Violeta - su nombre lo pronunció de una forma tan cariñosa que sintió que el corazón le daba un vuelco - Somos almas gemelas.

Vale, no era completamente ingenua e incluso consideró brevemente la posibilidad. Al fin y al cabo, toda esta confusa situación implicaba colores y dos personas. Sin embargo, había algunos cabos sueltos y preguntas que su mente no podía responder, así que descartó la idea. Oliver, sin embargo, parecía bastante convencida de que esa era la respuesta.

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