Doppio Premio

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A medida que el carro nnúmero 16 comienza la última vuelta en Monza, el circuito vibra con la energía de los tifosi. Las banderas rojas de Ferrari ondean frenéticamente, y los comentaristas no pueden contener la emoción mientras anuncian que Charles está a solo una vuelta de conseguir una victoria histórica en casa para la Escudería.

Con el sonido inconfundible del motor Ferrari resonando en el icónico Autodromo Nazionale di Monza, Charles se mantiene concentrado, sin esperar no cometer algún error.

Cada curva, cada recta es tomada con precisión, mientras miles de ojos siguen su SF-23, que parece deslizarse con facilidad por el trazado.

El corazón de los aficionados late con fuerza, algunos retenían las lágrimas otros no podían evitar mover el pie con nerviosismo, y el ambiente es eléctrico cuando Charles entra en la famosa curva parabólica por última vez, la última prueba antes de la gloria.

Sabe que la victoria está cerca, pero no se relaja, manteniendo el enfoque en el asfalto que se extiende delante de él. El castaño sabía que podía ganar, que lo haría, pero el McLaren del australiano aun le pisaba los talones. Le respiraba en la nuca a la espera de cualquier error para arrebozarlo.

Estando en la última vuelta del Gran Premio de Italia, el aire en el aire se vuelve casi tangible, cargando de tensión y expectativa. El sol de la tarde se refleja en la carrocería roja del Ferrari, que corta el aire a velocidades impresionantes.

Mientras sale de la parabólica y acelera hacia la línea de meta, los gritos de los fanáticos se intensifican, creando un muro de sonido que lo empuja hacia adelante.

—A casa tua Charles, a casa Ferrari, la casa dei tifosi —decía el comentarista viendo con emoción aquella última vuelta.

Los fanáticos se empiezan a levantar de donde estaban sentados esperando la llegada de esa tan esperada monoplaza roja. Todos estaban expectantes queriendo que ya acabara su sufrimiento, contiendo la respiración a cada intento de acelerón que hacia el monoplaza naranja.

La multitud está de pie, los ojos fijos en la pantalla gigante que muestra cada movimiento del monegasco. La voz de su ingeniero suena en su casco, pero Charles está en su propio mundo, concentrado en la línea de meta que se avecina.

Acelera por última vez, el rugido del motor se mezcla con el clamor del público, creando una sinfonía que solo se escucha en Monza.

Cuando cruza la línea de meta, el estallido de alegría es casi ensordecedor. El castaño levanta el puño con una mezcla de alivio y euforia, sabiendo que ha logrado lo que pocos pueden: volver a ganar en el Templo de la velocidad.

—¡Mamma mia, mamma mia. Prima ho vinto a Monaco e ora vinco in casa nostra, tutto nello stesso anno! —habla un Charles eufórico—. ¡Grazie mille! Questa stagione è stata un mal di testa, ma ne è valsa comunque la pena —sigue hablando mientras baja la velocidad para saludar desde la monoplaza—. ¡Torniamo dopo anni senza vincere. Dal 2019, torniamo!

—Ma come mi fai sognare, come mi fai sognare —le decía el ingeniero de Leclerc en la radio.

Cuando termina de hablar Charles pregunta por Carlos. Pregunta en que posición quedo y cuando le dicen que no estará en podio junto a él un sabor amargo le pasa por la garganta.

Sin darse cuenta el monoplaza rojo de su compañero estaba a su lado saludando a la gente por igual. Lágrimas brotan en los ojos de algunos tifosi, al notar aquel simple gesto que podría ser el último.

Después de que Charles se bajara del monoplaza todo pasa tan rápido, que sin notarlo ya estaba sonando el himno de Italia. Todos cantaban y a donde quiera que girara se veía rojo.

IL gran premio di monza|| 𝒞𝒽𝒶𝓇𝓁𝑜𝓈Donde viven las historias. Descúbrelo ahora