Al día siguiente, todos se encontraban en el comedor, en un silencioso ambiente. Solo se escuchaba el sonido de los cubiertos al chocar contra los platos.
—Al mediodía llegan tus padres, Laena, para que estén presentes cuando le demos la despedida a Laenor —mencionó el rey, intentando aliviar el ambiente.
—Sí, ya lo sé —respondió Laena sin entusiasmo.
—Al menos podrías fingir que te duele haber perdido a tu hermano —replicó Aegon, apretando con fuerza su cubierto.
—Lamentarse no lo traerá de vuelta, Aegon —respondió Laena, a la defensiva.
El ambiente se volvió aún más tenso. Viserys no sabía qué decir para mejorar la situación; estaba claro que todos estaban sensibles ante la pérdida.
—Laena, tú darás la orden para que tu dragón queme el cuerpo de tu hermano. Creo que, siendo tu hermano, te corresponde a ti —dijo Viserys, recibiendo una mirada de incredulidad por parte de su hija.
—Padre, Laenor es mi esposo. Me corresponde a mí dar la orden —mencionó Rhaenyra antes de que Viserys pudiera responder. Aegon intervino.
—Mi hermana tiene razón. No veo por qué Laena debería dar la orden. Mi hermana lo hará y punto —dijo Aegon con firmeza, su rostro reflejando su determinación. Antes de que alguien pudiera responder, continuó—: Yo daré la orden a Sunfyre para el cuerpo de Ser Harwin.
Un silencio profundo se apoderó de la sala, y su hermana lo miró con lágrimas en los ojos, agradecida.
—¿De qué hablas, Aegon? Solo los Targaryen tienen el derecho de ser cremados por dragones. Ser Harwin solo era un sirviente más, su cuerpo se enterrará... —Antes de que pudiera terminar, se escuchó un fuerte golpe en la mesa. Aegon se había levantado de su silla, furioso.
—No te estoy pidiendo permiso, madre. No estoy preguntando a nadie si puedo hacerlo. Les estoy comunicando lo que voy a hacer, les guste o no. Quien quiera evitarlo se enfrentará a mi dragón —dijo Aegon con vehemencia. Aunque no era sangre real, Ser Harwin había sido especial para él.
—Joven príncipe, esa no es manera de hablarle a su reina. Debe entender que Ser Harwin no es parte de la realeza —dijo Ser Criston, intentando mostrarse autoritario frente a Aegon.
—¡CÁLLATE! ¿QUIÉN TE CREES PARA DECIR LO QUE PUEDO O NO HACER? NO OLVIDES QUE ESTÁS FRENTE A UN PRÍNCIPE. ANTE MÍ, NO ERES NADA. CONOCE TU LUGAR —exclamó Aegon, perdiendo la paciencia. Con estas palabras, salió por la puerta, lanzando una mirada a sus hermanos y sobrinos para que no lo siguieran.
Todos quedaron paralizados ante la actitud de Aegon. Su hermana entendía perfectamente el cariño que él sentía por el caballero y su difunto esposo.
—Bueno, escucharon a mi hijo. Esa autoridad que tiene es digna de un alfa —dijo Alicent, llevándose un trozo de fruta a la boca, satisfecha con la idea de que su hijo sería un líder dominante.
Todos se miraron entre sí, sin poder creer lo que decía la reina ante la situación en que se encontraban.
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Aegon entró enfurecido en su habitación. Sin poder contenerse, se sirvió un vaso lleno de su "vino" y lo bebió de un trago.
Un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos, indicando que alguien podía entrar. Arryk Cargyll, un caballero del palacio, pasó la puerta y, al ver la reacción de Aegon, se adentró en la habitación y se hincó en una rodilla frente al príncipe, sorprendiendo a Aegon.
—Príncipe Aegon de la Casa Targaryen, Segundo de su Nombre, este humilde caballero le jura su lealtad en cualquier escenario. Le prometo proteger su honor y su vida, y acabar con aquellos que se interpongan en su camino. Cualquier enemigo que usted designe, yo lo eliminaré —dijo Arryk con firmeza, estirando los brazos hacia adelante y entregándole una carta.
Aegon, aún confundido, recibió la carta de Arryk Cargyll. Al abrirla, reconoció con tristeza la letra de Ser Harwin.
Mi querido príncipe,
Si este mensaje ha llegado a sus manos, es señal de que ya no estoy entre los vivos. Escribí estas palabras con la amarga certeza de que mi vida podría ser arrebatada en cualquier momento, ya sea en la batalla o por cualquier otra tragedia. Permítame disculparme por la ineptitud de seguir respirando cuando mi destino ya parecía sellado.
Las lágrimas comenzaron a llenar los ojos de Aegon, pero, temblando, prosiguió con la lectura.
Arryk Cargyll es un hombre en quien he confiado ciegamente. Si algún día falto, confíe en que él velará por usted con la misma devoción con la que lo hice yo. Aunque no está al tanto de sus ataques, ese secreto permanecerá en mí hasta el final. Si alguna vez decide revelárselo, hágalo sin temores. No se sienta abandonado, mi príncipe. Aunque mi presencia física se haya desvanecido, mi espíritu vivirá en su determinación, en su fuerza, y en el poder de su voz. No permita que la desesperanza lo venza.
Le ruego, con el corazón desgarrado, que conceda un último deseo a este humilde caballero que dejo de respira por error: cuide de mis hijos, por favor, hasta que alcancen la madurez para protegerse por sí mismos. Mi mayor temor al partir es saber que ellos quedan desprotegidos en este cruel mundo.
Con un corazón lleno de gratitud y pesar, se despide su fiel servidor,
Harwin Strong.
Al terminar de leer la carta, Aegon no pudo evitar llorar. Limpiándose rápidamente las lágrimas, miró al caballero que aún estaba hincado en una rodilla.
—Párate —dijo el príncipe—. Agradezco el gesto, pero no debes jurarme lealtad si no es tu deseo. Tranquilo, Ser Harwin donde quiera que esté lo entenderá.
—Este es mi deseo, mi príncipe —respondió Arryk Cargyll con firmeza y una emoción contenida—. Le ruego que me acepte como su caballero. Ser Harwin fue el único que veló por mí y por mi hermano cuando llegamos al palacio, en un momento en que el mundo nos parecía tan ajeno y cruel. Me enteré de lo que planea hacer con su cuerpo, y esa revelación solo ha incrementado mi admiración por usted. No solo por su valentía, sino por la manera en que ha enfrentado todo con dignidad.
—Para Ser Harwin, usted significó un faro en la oscuridad, un ejemplo de honor y valentía. Mi compromiso con usted va más allá de un simple juramento. Es una promesa de lealtad sincera y de protección inquebrantable. Lo cuidaré como una joya invaluable, como lo hubiera hecho él, con el mismo fervor y devoción. Este juramento no es solo un deber, es un tributo a todo lo que Ser Harwin representaba para mí y para mi hermano. Por él, le ofrezco mi lealtad y mi vida.
Cuando Aegon terminó de hablar, no pudo evitar romper en llanto. A pesar de la muerte de Ser Harwin, el caballero de cabello castaño seguía velando por él incluso en su ausencia. Después de un tiempo, cuando logró calmarse, se levantó y se acercó a Arryk Cargyll. Colocó una mano firme en su hombro, sintiendo el peso de la promesa y el consuelo de la lealtad recién jurada.
—Yo, Aegon de la Casa Targaryen, Segundo de su Nombre, acepto Arryk Cargyll como mi escudero. Al hacerlo, lo recibo como mi hombre más leal y mi confidente. Su dedicación y honor, así como su compromiso con Ser Harwin, son testamento de la nobleza de su corazón. Prometo que, bajo mi protección, encontrará el respeto y la confianza que se merece, y juntos enfrentaremos lo que el destino nos depare.
Terminó diciendo el joven con determinación. Aegon estaba cansado; había intentado jugar limpio y arreglar las cosas por las buenas, pero si su adversario optaba por jugar sucio, él también lo haría. Su paciencia se había agotado, y ahora estaba dispuesto a enfrentar cualquier desafío con la misma dureza con la que lo habían tratado.
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Segunda vida.
FanfictionAgonizando se encontraba el actual rey Aegon II Targaryen, envenenado por su propia gente, lo mas curioso que en su agonía no tenia deseos de vivir, a estas alturas para que pensaba el joven rey, no tenía a nadie, sus hermanos, sus hijos, su madre...