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"El desayuno de los campeones"

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"El desayuno de los campeones"

La mañana siguiente al consejo de Toto, Lewis, Max y Charles decidieron que la mejor manera de comenzar a ser más naturales con Martin era a través de un gesto simple y cotidiano: un desayuno casero. Después de todo, ¿quién no aprecia que le preparen un buen desayuno? Además, sería una oportunidad para mostrarle su lado más auténtico, dejando atrás las complicadas estrategias y simplemente compartiendo un momento agradable.

—¿Qué tan difícil puede ser? —dijo Max, abriendo la nevera y sacando una caja de huevos—. Solo hay que seguir la receta y listo.

—Exacto, solo tenemos que hacer unas tostadas, huevos revueltos y jugo de naranja. Nada del otro mundo —añadió Charles, con una sonrisa confiada.

Lewis, siempre el perfeccionista, ya estaba mezclando la masa para las panqueques, decidido a que fueran perfectos. Max, por su parte, se había puesto a batir los huevos con una intensidad que sugería que estaba compitiendo en una carrera, mientras Charles se encargaba de las tostadas, intentando conseguir el equilibrio perfecto entre crujiente y dorado.

Sin embargo, las cosas empezaron a complicarse rápidamente.

—¡Las tostadas están quemándose! —gritó Charles, al darse cuenta de que el pan en la tostadora estaba más negro que dorado.

—¡Mierda! —exclamó Max, que había dejado caer un huevo al suelo, esparciendo clara y yema por toda la encimera.

Lewis, en un intento de salvar el día, vertió demasiado aceite en la sartén, lo que provocó una pequeña llamarada cuando intentó cocinar los panqueques. El caos reinaba en la cocina, con el humo llenando la habitación y el sonido de la alarma contra incendios resonando en el aire.

—¡Apaga eso, rápido! —gritó Lewis, mientras Max corría con un trapo, intentando ahuyentar el humo hacia la ventana.

Charles, en un intento desesperado por salvar algo del desayuno, vertió jugo de naranja en un vaso, pero en su prisa, derramó la mitad en la mesa.

Justo en ese momento, Martin apareció en la puerta de la cocina del hospitality, atraído por el olor a quemado y los gritos.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, con una sonrisa de incredulidad al ver a los tres luchando contra el desastre que habían creado.

Max, con el trapo aún en la mano, intentó explicarse:

—Quisimos sorprenderte con un desayuno... pero parece que no somos tan buenos en la cocina como pensábamos.

Martin miró alrededor: las tostadas carbonizadas, el aceite derramado, los panqueques a medio hacer y los restos de jugo en la mesa. Y en lugar de molestarse, comenzó a reír. Una risa contagiosa, genuina, que hizo que todos se relajaran.

—Esto es... adorable —dijo Martin entre risas—. Gracias, chicos, de verdad lo aprecio. Pero creo que será mejor que pidamos algo de comer antes de que incendien la casa.

Lewis, Max y Charles, aunque un poco avergonzados por su desastre culinario, se unieron a la risa de Martin. Tal vez no habían logrado el desayuno perfecto, pero sí habían conseguido algo mucho más valioso: una conexión genuina con Martin, quien parecía disfrutar de su compañía tal como eran, con todos sus defectos.

Y así, entre bromas sobre el desastre que casi provocaron y comentarios sobre quién era el peor cocinero del grupo, los cuatro se sentaron a disfrutar de un desayuno improvisado con comida a domicilio.

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