En un país de dos mil y un desgracias, junto a un cóndor que volaba a su alrededor en busca de inocentes, aparecía un dilema universalmente alto en la psique de aquel elegido por aquellos buscadores de un cambio.
Valle, el señor de años que podrían llenar bibliotecas, llegó al punto donde toda vida inteligente suele llegar en algún momento de su fina existencia. Pensaba en su último respiro.
En su situación, ya había hecho de su azar para satisfacer sus oscuros deseos. Peticiones al infinito que solía dar, y ahora, pasaron a ser el horror de, incluso, los que alguna vez confiaron en él.
Desde su punto de vista, podía sentir esa desgracia que vestía a las personas cada día. Como la perversidad manda, su placer se basaba en ello... El dolor ajeno.
Pocos eran capaces de leer su código morse emocional.
Su último deseo, no era más que un reciclaje de todo lo grotesco que alguna vez llegó a ser.
Su más grande obstáculo, era el objetivo de él y su monstruosidad.
Así como se deleitaba como ningún otro con la desgracia ajena, la esperanza era su antítesis, aquello que podía llegar a amargarle todo un mes en el más común de los casos.
El cóndor controlado por él y sus allegados, era abatido por un águila color blanca. Aquella ave con poderes divinos, era comandada por el Vicepresidente, esa persona tan cercana y tan lejana a su vez, de los ideales y placeres mundanos de Valle.
Considerado una especie de Judas por el mandatario, su Némesis no era más que un recuerdo efímero de un amigo que parecía incondicional, y que ahora luchaba por el Derecho a la Vida. ¿Derecho a la vida? ¿Puede haber algo más absurdo que suponer que la vida tiene que ser un derecho para los seres inferiores? Pensaba Valle. Una persona que siempre ha tenido la desgracia de vivir entre la miseria, no tendría por qué desear el Derecho a Vivir. ¿Vivir en la basura? Por eso y por mucha morbosidad más, Valle ejecutaba principalmente a los más vulnerables.
Pero su Vicepresidente, dejó de tener ese pensamiento hace muchísimo tiempo. Para este opuesto, el Derecho a la Vida era fundamental. en síntesis: Valle no quería salir de los confines de la existencia corriente, sin ver a su némesis, morir. ¿Cómo hacerlo sin que nadie se diera cuenta? Su mayor afán siempre fue matarlo en un lugar donde solo ellos conozcan, dejar su cuerpo moribundo, triste, solo. Sea cual sea el método, estaba sin poder decidirse.
Su acción, deseos de discreción y reconocimiento propio de que sus últimos minutos se acercaban pronto, eran lo que ocupaban a la amalgama que encerraba a Valle en un laberinto.
Por lo que, en búsqueda de una salida, mandó llamar a la única persona que llegaría a comprender su locura. Raúl, un esclavo de Valle después de un ataque del cóndor en alguna región de sus dominios, funcionaba como una especie de psicólogo. A veces solo quería hablarlo, y otras, sus consejos surtían efecto, a costa de pequeñas porciones de su cordura.
De inmediato, sus guardias personales se encargaron de cumplir su capricho.
Ellos, con cara indiferente y asqueada, trajeron al encadenado señor Raúl para satisfacer a Valle, quien como infante hundido en impaciencia, espero con una sonrisa de oreja a oreja la presencia de su consejero.
Una vez sentados uno frente al otro, Valle observó las cadenas oxidadas que lo cubrían, la venda negra que tapaba sus ojos y el bozal que incomodaba su mandíbula, pero permite el habla. Al unísono del análisis visual que le hizo a Raúl, prendió un cigarrillo y miró al enorme retrato de la diosa griega Temis. Un cuadro personalizado, donde la deidad estaba atada y el fuego crecía alrededor de su cuerpo.
