Prólogo

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El avión atravesó la noche de invierno hacia el norte.

Dentro, un solo pasajero miraba por la oscura ventanilla. Su rostro era sombrío. Su mirada perdida. Miraba a su interior, al lejano pasado.

Dos chicos, descuidados, felices. Hermanos. Que habían creído tener todo el tiempo del mundo. Pero para uno se había terminado. Un cuchillo atravesó el corazón del hombre que estaba sentado mirando a la oscura noche. «¡Andreas! ¡Mi hermano!».

Pero Andreas se había ido, no volvería jamás. Sólo había dejado tras de sí una madre llorosa y un hermano deshecho. Y un milagroso regalo de consolación...

Sonó el timbre de la puerta de un modo insistente.

Fluke dejó de recoger la cocina y miró al cochecito de segunda mano para comprobar que el ruido no había despertado a Ari. Corrió hacia la puerta colocándose el pelo y preguntándose quién demonios sería. Pero en cuanto abrió supo quién era. Allí estaba de pie, alto, oscuro y con el rostro de roca. Tras él, junto al bordillo, un coche con chófer que desentonaba por completo en esa zona de la ciudad.

—¿Joven Natouch?

La voz era profunda y con un marcado acento. También era fría y dura.

Fluke asintió de un modo casi imperceptible y sintió que se le hacía un nudo en el estómago.

—Soy Ohm Thitiwat —anunció—. He venido a por el niño.

Ohm Thitiwat.

El hombre a quien más razones tenía para odiar.

Fluke sólo podía mirarlo, petrificado, mientras él entraba en la casa mirando displicente al sucio interior antes de volver a fijar su mirada en él.

—¿Dónde está? —exigió.

Su mirada le atravesó. Él sólo era capaz de mirarlo fijamente. Más de un metro ochenta de hombre ataviado con un traje que gritaba riqueza, un peinado perfecto y un rostro que le hizo abrir los ojos de par en par en contra de su voluntad. Los ojos oscuros como la noche, una fuerte nariz recta, pronunciados pómulos, una mandíbula cincelada y una sensual boca.

Fluke tragó saliva.

Después, con un gran esfuerzo, recuperó la movilidad. ¿Qué demonios hacía mirando a ese hombre así? Como si fuera alguien que no era.

El Ohm Thitiwat... rico, poderoso, arrogante y despiadado. El hombre que había destrozado la vida de su hermana. Porque había sido él. Fluke lo sabía. Su hermana se lo había contado.

Carla, siempre la chica vital, encantadora. Haciendo de su vida una fiesta. Hasta que la fiesta había terminado. Había aparecido el verano anterior en el cuartucho de Fluke sin otro sitio al que acudir. Alterada.

—¡Decía que estaba loco por mí! ¡Pero ahora estoy embarazada y no quiere casarse conmigo! Y sé por qué —su hermoso rostro se había retorcido por el odio—. ¡Es por su maldito hermano! ¡Un matón! El todopoderoso Ohm Thitiwat. ¡Mirándome y arrugando la nariz como si yo estuviese sucia!

Conmocionado, Fluke había escuchado el relato entre lágrimas de Carla. Había tratado de reconfortarla, de recordarle que el padre del niño tenía que darle por lo menos un apoyo económico...

—¡Yo quiero que Andreas se case conmigo! —había repetido Carla.

Los siguientes meses no habían sido fáciles. Carla se había hundido en un letargo depresivo y le había prohibido a Fluke que se pusiera en contacto con el padre.

Un griego despiadadoWhere stories live. Discover now