Capitulo Seis

110 29 1
                                    



Reacio, Fluke aceptó la mano que le tendía.

Estaba caliente y los fuertes dedos rodearon los suyos sin esfuerzo, tirando de él hasta que alcanzó el muelle de piedra. Durante unos segundos, se sintió inestable por el balanceo de la lancha. Después, la mano de él volvió a su espalda cumpliendo dos funciones: darle estabilidad y llevarlo hacia delante.

—Cuidado con los escalones —le recordó su voz grave.

De nuevo, su mano estaba ahí, y lo que con cualquier otro hombre sólo habría sido cortesía, con Ohm sabía que era algo completamente distinto. Era como si lo estuviera marcando.

Subió en silencio los escalones y llegó al nivel donde se encontraba la entrada de los jardines. Caminaba tranquilo, como si no hubiese nada de qué preocuparse por recorrer los jardines de la villa al lado de Ohm, a medianoche y entre el aroma de los jazmines y las madreselvas.

—Eupheme los plantó ahí a propósito —señaló Ohm—.

Así da la sensación de que atraviesas un muro de aroma. Es aire de la noche intensifica la fragancia, ¿verdad?

Se detuvo en una rotonda adornada con diminutas flores del jazmín que parecían estrellas en miniatura bajo el cielo. Otro tramo de escaleras más anchas que las anteriores llevaba a los jardines de más abajo que se dominaban desde donde estaban. Sin ser consciente de que lo hacía, Fluke también se detuvo a contemplar la vista. No había luna, pero las estrellas brillaban sobre el mar y se reflejaban en la superficie de la piscina que estaba entre la villa y los jardines.

—Es realmente hermoso —dijo Fluke contemplando la vista.

Era imposible no decirlo. Era imposible no quedarse allí a inhalar el embriagador aroma de las flores y el más embriagador aroma del calor de su sangre. No estaba seguro de cuánto vino había bebido, pero parecía haber tenido el efecto de hacerlo más sensible a todo y, a la vez, más distanciado.

Pero sabía que no podía quedarse allí de pie al lado de Ohm mirando los espectaculares jardines y sintiendo el aroma de las flores en la nariz y el suave canto de los grillos entre la vegetación. Debería, de hecho, salir corriendo a la terraza y entrar en la villa e irse derecho a su habitación. Donde igual de deprisa, debería quitarse la ropa, cepillarse el pelo, ponerse el pijama y meterse en la cama. Eso, lo sabía, era lo que debería hacer. Ya.

No quedarse allí en la suave noche egea, notando los susurros del vino en su cabeza y sintiendo la oscura y sólida presencia de Ohm a su lado. Su mano aún seguía en su espalda, tan cerca que lo único que tenía que hacer era girarse ligeramente y dejar que lo atrajera hacia él y lo rodeara, dejar que su mano se apoyara en el fino algodón de su camisa, notar la dura pared de su pecho bajo el tejido mientras lo miraba a los ojos. Sus brazos rodearían su ansioso cuerpo y su sensual boca se acercaría a la suya...

Dio un paso adelante, sólo uno. Pero fue suficiente para llevarlo de vuelta a la realidad.

—Tengo que entrar —dijo con una voz que sonó demasiado brusca.

Miró la larga fachada de la villa con el ceño ligeramente fruncido. ¿Por dónde podía entrar?

—Por aquí —dijo él con voz suave.

De un modo automático siguió por el camino que él decía caminado un poco por delante hasta que el sendero llegó a la terraza principal. Aunque había roto el momento, se sentía en un estado de hipersensibilidad, notaba su presencia detrás de él en cada poro de su cuerpo, mientras que para todo lo demás era completamente ciego y sordo. Sobre todo cuando lo adelantó para detener su avance y abrirle la puerta de la terraza e indicarle por dónde podía entrar.

Un griego despiadadoWhere stories live. Discover now