Capitulo Ocho

96 31 1
                                    



—Oh, Ari, eso está muy bien. ¡Bien hecho!

Fluke estaba en la terraza contigua a la habitación del niño mientras Ari coloreaba uno de sus trenes.

—¿Por qué no escribes los nombres debajo de los dibujos? —dijo Fluke marcando una línea de puntos para que Ari pusiese encima las letras.

Tina mientras tanto revisaba la lista de las cosas pendientes de la boda.

—Sabes de niños, ¿verdad? —observó la niñera—. Lo digo por la línea de puntos.

—Es una buena forma de que controlen la forma de las letras, creo —dijo con una sonrisa mirando atento a Ari.

Ari se había convertido en el único propósito de su estancia en Sospiris. Una estancia que no incluía convertirse en alguien sexualmente disponible para Ohm siempre que quisiera deslizarse en su dormitorio.

Tenía que ser implacable en eso.

Ohm había usado la palabra «rechazo» y él se había agarrado al término. Sí, rechazarlo era exactamente lo que tenía que hacer.

Rechazar que alguna vez había sentido esa loca debilidad por ese hombre. Rechazar que podía sentir el eco de sus caricias, de su embriagadora invasión... posesión.

Endureció la mirada. Posesión. Sí, ésa era una buena palabra. Ohm era un hombre tan arrogante que pensaba que podía tenerlo a su disposición. ¡Ni siquiera le importaba que lo hubiera despreciado por aceptar dinero de él!

Un escalofrío le recorrió la espalda. ¿Sería por eso por lo que pensaba que podía disponer de su cuerpo cuando quisiera? ¿Lo despreciaba tanto que por eso no veía ningún problema en seducirlo?

—¿Kyrios Fluke? —alzó la vista y se encontró con una de las doncellas—. ¿Puede venir, por favor?

Preguntándose qué pasaría, hizo un gesto a Tina y dijo a Ari que volvía en un momento. Salió tras la doncella. ¿Querría verlo la señora Thitiwat?

Pero a donde lo llevaron no era la sala de Sophia.

Era el despacho de Ohm. Y él estaba sentado en la mesa escribiendo algo en el ordenador en la penumbra que producían las ventanas venecianas.

Se dio cuenta demasiado tarde.

Ya estaba dentro. La doncella cerró la puerta tras Fluke. Demasiado tarde para escapar.

—No te escapes, Fluke, sólo tengo algo que decirte. Siéntate.

La voz era fría e impersonal.

Lo miró. Estaba vestido con ropa de trabajo, un traje formal. No lo había visto así desde su llegada.

—No hay nada que quiera escuchar de ti —dijo tenso.

Ohm lo miró con ojos oscuros y Fluke sintió un estremecimiento. Él no respondió, en lugar de eso, sacó un objeto de un cajón. Era algo largo y fino. Lo puso frente a él.

—Esto, Fluke —sus ojos no cambiaron de expresión—, es para ti.

Cauteloso, como si pudiese ser un arma cargada, Fluke lo alcanzó. ¿Qué era? Lo tomó en la mano y se dio cuenta de que era una caja. A lo mejor era una caja de unas gafas, o de un bolígrafo. ¿Pero por qué le daba algo así?

Abrió la caja.

Lo miró incrédulo. Un colgante brillaba en su interior.

—¿Qué es esto? —se oyó decir Fluke.

Un griego despiadadoWhere stories live. Discover now