LXXXII: Desvío

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Samira despertó entre las mantas, su mente todavía envuelta en los recuerdos de la noche anterior, se giró para buscar a Zeth pero este no estaba en la tienda. Su cuerpo le cobraba factura de todo lo que había pasado el día anterior, pero pensó que, si se quedaba acostada, no ayudaría en nada. El dulce dolor de sus músculos cansados debería ceder en cuanto se empiece a mover.

Salió de la tienda, el sol aún no se habría paso a través de la nebulosa de arena que todavía cubría lo poco que se podía percibir del cielo a través de la grieta. 

Zeth estaba sentado en una roca, con el torso desnudo aplicando el ungüento que el doctor le había dado para sus heridas. Sin girarse a verla su voz profunda sorprendió a Samira.

-Buenos días. –

-Buenos días...- Contestó ella sin saber qué decir o hacer. No podía quitarle los ojos de encima sin que imágenes de la noche anterior se le vengan a su cabeza.

- ¿Quieres té? Aún esta caliente...- Zeth dejó de lado el ungüento y estaba por acercarse al fuego.

-No, aún no... ¿Qué estabas haciendo? - preguntó ella desde su lugar.

Zeth se volvió a sentar donde estaba.

-Anoche olvidé ponerme el ungüento... Supongo que será mejor que lo aplique de todos modos... - dijo el volviendo a su tarea.

-Déjame ayudarte...- dijo ella acercándose con preocupación, pues sería buena oportunidad para revisar sus heridas con detenimiento, sobre todo el hombro que casi no la dejó inspeccionar el día anterior.

Samira trató de no mirarlo a los ojos, porque podía intuir que su intensa mirada la pondría nerviosa. Trató de mostrarse calmada y familiar.

Tomó el ungüento de su robusta mano y comenzó su tarea. Esto lo había hecho ya varias veces, con el consiente e inconsciente, pero aquella vez se sentía diferente. Zeth no le quitaba los ojos de encima por lo que ella trató de pasar rápidamente a la herida del hombro que la llevaba a su espalda. Allí el no podía seguirla con la mirada de cerca.

Las manos de Samira eran ligeras, apenas rozando su piel, pero cada toque parecía encender una chispa en Zeth. La noche anterior había sido intensa, un desahogo de emociones contenidas, pero ahora, Zeth sentía de nuevo esa llama reavivarse dentro de él. Luchó por contenerse, por mantener el control recordando la realidad que los esperaba fuera, además notaba que el pudor en ella sería algo que debería ir alejando de a poco, debía ser paciente, pero, ¡por los dioses cómo le gustaba su esposa!.

-Lo peor de la tormenta ya pasó... Esta noche estará ventoso aún, pero podremos continuar. – decía Zeth tratando de desviar su atención.

-En la tarde tendré nuestras alforjas ordenadas, entonces... - dijo ella terminando de poner el ungüento, pero antes que se aleje, Zeth la tomó de su mano y la atrajo hacia él sorprendiéndola.

Con un solo movimiento la sentó sobre su regazo y la besó, saboreó sus labios sin remordimientos. Zeth no pudo contenerse en su beso, Samira lo estaba volviendo loco, pues parecía que nada le calmaría esa sed de ella que sentía . Luego, volviendo a recordar que debía ser paciente y dejar que ella descanse, le dio espacio para recuperar el aliento sin dejar de rodearla con sus brazos.

-Tu, ¿te sientes bien? - le dijo con su voz grave examinándola de cerca.

-Si...- dijo Samira en una especie de jadeo. Sus besos la hacían temblar, la abrumaban de sensaciones y ahora todo su cuerpo parecía responder a él.

- ¿No... te duele nada? - insistió Zeth con algo de preocupación. 

Samira negó con la cabeza.

-Nada fuera de lo normal... - dijo ella en un murmullo.

Los hijos del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora