𝐒𝐇 || Era 1950 en Corea del Norte cuando Sun-hee fue llevada a un campo de concentración. Allí conoce el amor enamorándose del enemigo, un soldado surcoreano.
Decidí desearte, decidí mirarte, decidí amarte aún cuando sabía cuál sería nuestro final...
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El primer beso después de pelearnos, y en ese frío invierno que nos atormentaba. El beso que me hizo entender que todo no había terminado para nosotros, que me hizo ilusionar de todas las formas posibles.
Porque sí, estaba enamorada de aquel chico con dulce sonrisa, y que, ante mis ojos, era perfecto. Estaba muy enamorada de Jake.
Y estaba segura de amarlo, aún cuando las cosas se complicaran, aún cuando no sabía qué tenía el destino para nosotros en el futuro —si es que había un futuro para "nosotros"—. Pero de algo estaba segura: no quería a nadie más que él.
¿Era tan difícil pedirle al cielo que todo estuviera bien? ¿Era mucho pedir una vida a su lado? ¿Por qué tenía que dejarlo? No quería soltarlo. La idea de perderlo me aterraba. Incluso cuando estaba a punto de salir, seguí pensando en Jake.
Y sigo pensando en mi vida sin él en caso de que algo ocurra. No puedo evitar pensarlo, aún cuando lo tengo muy cerca. Aún cuando se halla dormido en mis piernas, y solo puedo escuchar su respiración. Su forma de descansar y hacerme entrar en paz con el hecho de existir.
Él y su forma de hacerme sentir bien sin siquiera intentarlo. Solo existía y con eso era suficiente. Para mí era suficiente.
—¿Cuánto tiempo llevo dormido? —preguntó sonriendo—. Miller, ¿cuánto tiempo llevas viéndome?
—Supongo que bastante —respondí—. No tanto tampoco.
Apoyó sus brazos en el suelo para impulsarse hacia adelante, dejando un vacío y leve dolor. Aunque no era comparable con el dolor de saber que ya se iba, que me dejaba otra vez.
—Te extrañé, Miller. Te extrañé mucho.
—Pues no parecía —respondí sonriendo—. No viniste a verme en semanas, pensé que te habías aburrido.
—¿De qué?
—De mí.
Se quedó en silencio por varios segundos, mirándome y suspirando. Hasta que se acercó de vuelta a mí, quedando muy cerca de mi oído.
—No puedo aburrirme de ti —susurró, dejando un beso en mi mejilla—. No puedo aburrirme porque me encantas.
El ambiente se volvió tenso de repente. Todo lo que fue creado por la pasión del momento, un momento efímero. Mi cabeza daba vueltas cuando mi corazón vibraba de alegría, y la forma tan necesitada de mi cuerpo al responder a él.
Lo besé hasta que mis labios se gastaron, hasta que nuestros cuerpos tomaron lugar juntos. Cuando su cercanía no me bastaba y mi cuerpo empezaba a quemar. Cuando me embelesé en sus caricias, sus besos desesperados y la corriente que desprendía de nosotros.
Me besó tantas veces, buscando sitios por recorrer con sus labios; descubriéndome. Se lo permití.
La noche en la que sonaban canciones nostálgicas en nuestras mentes. Y aquel amorío de 1950 se consumió, lo hicimos sellar.
