2. El chico de las cajas

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~~Adrien~~

Ingresamos a la sala y fui directo a mi puesto, que es el último asiento de la fila izquierda, que está al lado de la ventana. Lisa está en el penúltimo puesto de la fila derecha, y Leo en el último de la fila del centro, en el asiento de la izquierda. Las filas de los costados son para dos alumnos y la del medio para tres.

La profesora hizo callar los murmullos que iniciaron cuando Isaac entró en la sala, y lo presentó. Yo ya sabía quién era, por lo que preferí entretenerme mirando por la ventana. El cielo era gris claro, y de repente unos trozos azules dejaban verse. A lo lejos se veían unos edificios y los autos transitar por la calle. 

Cómo adoro esta vista.

Sentí una presencia a mi lado y me giré, era Isaac que había ocupado el único asiento que quedaba disponible. Me dedicó una sonrisa enternecedora, y pude escuchar un murmullo de suspiros y exclamaciones emocionadas.

Dios santo, la revolución hormonal ya había comenzando.

Volví a observar por la ventana, ignorándolo a propósito. No me cae mal, pero lo que menos quiero ahora es interactuar con alguien. Además, no me gusta ser el centro de atención, y él definitivamente es el foco de todas las conversaciones.

Me volví hacia él algo molesto, alborotando sin querer mi oscura y algo larga cabellera, al sentir el peso de su mirada sobre mí. Se había quitado el gorro y lucía una corta melena roja peinada hacia atrás, llena de suaves rizos en las puntas. Sus grandes ojos color miel parecían sonreírme, y su boca estaba ligeramente curvada hacia arriba, con su pálida piel de fondo.

Era todo un espectáculo para la vista, debía admitirlo, y se veía endemoniadamente tierno de esa forma. Si seguía mirándolo me daría diabetes, además, todas las chicas -y algunos chicos- lo miraban bobamente.

Quería acabar con eso, no quiero que se fijen en mí también.

— ¿Qué pasa?, ¿por qué me miras? –le pregunté con brusquedad.

Él se mantuvo un rato en silencio, observándome, analizándome. Cosa que me molestaba más.

— ¿No me recuerdas? –me replicó, asombrado y algo dolido. —Bueno, supongo que no tenías por qué –terminó bajando la mirada con tristeza.

Tragué saliva, sintiéndome culpable por hacerlo sentir mal. Pero era cierto, algo en sus ojos y cabello me resultaban familiares.

Me quedé quieto intentando recordar de dónde lo conocía, hasta que me acordé.

Apoye mi cara en mi mano izquierda, con ese brazo sobre la mesa, extendí mi mano derecha a la cabeza de Isaac y le acomodé el cabello hacia el lado derecho, tapándole el ojo.

— ¡Eres el chico de las cajas! –exclamé bajo para que la profe no me escuchara. — Vaya, ha pasado mucho tiempo, creí que no volvería a verte.

Le Sonreí y le revolví el cabello con alegría. Me divirtió el hecho de encontrármelo de nuevo, y de una forma tan extraña y cotidiana.

Él se dejó acariciar, sorprendido, y cuando retiré mi mano volvió a echarse el cabello hacia atrás. No parecía enojado, pero tampoco sonreía. La verdad es que no podía leer su expresión, y me impresionó y asustó un poco, porque hasta el momento había sido fácil de leer.

— Lo siento, no quería incomodarte –me disculpé arrepentido.

— ¡No! –exclamó–, está bien, es solo que no me lo esperaba, pero hiciste algo parecido la primera vez que nos vimos, ¿no?

Ups, es verdad, aquella vez le di unas palmaditas en la cabeza y me marché sin despedirme.

— Fui muy grosero aquella vez, perdón –le comenté. — Y lamento no haberte reconocido, pero fue hace mucho. Y cambiaste de peinado.

¡Date prisa y enamórate de mí! [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora