08. Rencores y traiciones

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Azazel tocó la frente de Arzaylea, un pequeño corte sobre su ceja, casi indetectable, comenzaba a enrojecer. Azazel lo acarició con el pulgar, en silencio.

—Estoy bien, en serio.—Insistia Arzaylea, mirándolo fijamente. Necesitaba transmitirle esa seguridad.

Azazel seguía mirando el corte, estaba muy serio pese a la felicidad de tenerla devuelta al lado.

—He oído que la reina está muy conforme de como has cuidado el reino en su ausencia. Te luciste, lo hiciste bien.

—He oído que fuiste valiente en el reino espiritual.

Arzaylea sonrió, atrayendo la mirada del hombre hacia su sonrisa.

—Creí que algún ángel me cortaría con sus espadas. No lo se, estuve cerca. Si no hubiese sido por Haakon, quizá alguno me alcanzase. Fui quien le disparó a Miguel.

Azazel acarició su mejilla delicadamente. Tenía la mirada perdida, realmente agradecía que estuviese de vuelta en el castillo, donde la mantendría bajó su capa, lejos del peligro.

—Nadie te tocará. No lo permitiría. Mataría a quien lo hiciese.

—Lo sé. —Tomó de su mano, sacándose del rostro. —Pero, en ese momento supe que los únicos que iban a mantenerme a salvo eran ellos. Tenía que cubrirlos, pese a que me hubiese gustado unirme al reino espiritual.

—Arzaylea, la reina te llega a escuchar y te cortará la lengua.

—Es la verdad. Allá afuera, es distinto. El reino espiritual era tan acogedor, no como éste que siempre huele a sahumerio vencido.

Azazel besó su frente.

—En esta guerra es evidente quien ganará, tenemos que estar de su lado.

Arzaylea asintió.

—¿Por cuánto tiempo, Azazel? La vi actuar, esa mujer cuando vaya al reino mundano lo destruirá. Ella no quiere reinos para gobernar, quiere reinos para derrotar. Mis hijos están allá, mi familia.

—Pese a que no hay nada que pueda limitarte temo decirte que ella siempre fue una excepción a todo. Pórtate bien y lograrás tenerlos a salvo. Ella quizá no lo asegure, pero Lucifer sí y él siempre ha sido el único que le ha puesto los pies sobre la tierra un par de veces.

—Él está muy enojado.

—¿Cómo no estarlo? Fueron a una misión donde solo ella sabía el objetivo.

—A mi no me enoja. Me alegra no saberlo, no quisiese haberle mentido más a el rey Erkan.

—No sabía que te incomodaba mentir, te conocí siendo una experta en la materia.

Arzaylea torció los labios.

—Es un buen hombre, solo quiere contentar a su mujer, cumplir con su trabajo y tener una buena familia bajo el manto divino. Se me sienta mal, vio esperanza en mi oscuridad.

—Arzaylea. —Azazel advirtió. —Ten cuidado, si la reina ve esa indecisión…

—Sí. —Aspiró profundo. —Ella solo quiere ver soldados que obedezcan. Lo intentaré, pero Azazel, por favor no lo olvides; yo no soy un soldado, ni tampoco una estratega para alguien más.

Él asintió.

—Intenta aguantar. Ahora con la llegada de Cain y Adán… ¿Quién nos asegura la cordura de la reina?

Arzaylea suspiró poniéndose de pie.

—Lo sé. He oído decir a Haakon qué esta algo ida.

Él la siguió con la mirada mientras caminaba por la habitación. Ya no era como hace unas semanas, no abrazaba su ropa y miraba preocupada hacia la puerta y ventanas. Vestía con roja ajustada de caza y en su cinturón se escondían varias armas de objetos punzantes en respectivos estuches. Se sentía más protegida así y era evidente. Aunque para sus ojos se la veía demasiada adaptada al ambiente de los caídos.

El Rey EspiritualDonde viven las historias. Descúbrelo ahora