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La brisa fresca de la mañana envolvía las calles de Konoha, Aisuru se encontraba mirando por la ventana de su casa, la suave luz del sol bañaba los tejados de Konoha en un resplandor dorado, pero dentro de ella solo había una tormenta de pensamientos y emociones. Desde la seguridad de su hogar, veía pasar a los aldeanos por las bulliciosas calles, algunos riendo, otros ocupados con sus tareas cotidianas. Sin embargo, su mente no podía dejar de divagar, y un suspiro pesado se escapó de sus labios.

Es tan... extrañamente cálido —pensó, recordando cómo la sola presencia de Tobirama podía estabilizarla cuando sentía que todo se desmoronaba a su alrededor. Pero entonces, sus pensamientos vagaron, inevitablemente, hacia Madara. La mueca que se formó en su rostro fue casi automática, una mezcla de frustración y algo que no quería identificar. Si Madara estaba con Mikuni, si ya había tomado su camino... entonces, ¿por qué ella no podía hacer lo mismo?

Es lo lógico —se recordó a sí misma mientras se levantaba de su asiento y se dirigía hacia el armario. Si Madara había encontrado una compañera, entonces ella también tenía derecho a seguir adelante. ¿No era así?

Mientras se vestía con una blusa tipo kimono verde oscuro que llegaba hasta sus rodillas pero se ajustaba a su figura gracias al obi negro, la joven Uzumaki no pudo evitar sonrojarse al recordar ese beso con Tobirama, que casi... casi... había terminado en algo más.
No podía sacarse de la cabeza la sensación de su piel bajo sus manos, ese control que parecía desvanecerse por momentos cuando estaba cerca de él. El Senju era fuego oculto, y aunque a menudo se mostraba frío y distante, había destellos de pasión en él que la hacían cuestionar su propia cordura.

Es una persona excepcional —pensó, ajustándose las botas negras. -Y eso es más que suficiente.

Pero no podía dejar de lado el peso de la decisión que había tomado. El compromiso, aunque pragmático y beneficioso para la aldea, la dejaba con sentimientos encontrados. Un lado de ella quería lanzarse de lleno, aceptar la tranquilidad que Tobirama le ofrecía, pero otro lado... ese lado rebelde, lleno de emociones crudas e intensas, todavía se resistía.

Miró alrededor de su casa, sintiendo una urgencia por salir. Tal vez, si despejaba su mente, todo se aclararía. Recordó que tenía algo ahorrado de las misiones y del dinero que sus padres le habían dejado. Quizás unas compras serían lo que necesitaba para distraerse de sus pensamientos. Pero cuando pensó en con quién podría compartir ese paseo, una sensación de vacío la invadió. No tenía muchas amistades cercanas, de hecho, no tenía a nadie. Suspiró notoriamente, encogiéndose de hombros.

—Siempre puedo contar con Mito —murmuró para sí misma, recordando a la mujer que había sido como una hermana mayor para ella desde que era pequeña y llegó a la aldea. Si alguien podía darle un consejo o, al menos, una buena compañía, era Mito Uzumaki.

Sin pensarlo demasiado, Aisuru salió y se dirigió hacia la residencia de los Senju. Mito la recibió con una sonrisa cálida, esa que siempre le daba una sensación de seguridad. Cuando Aisuru la invitó a acompañarla de compras, Mito aceptó gustosa, aunque con una pequeña risa divertida.

Como siempre Mito era una mujer cuya sola presencia gritaba "poder y elegancia" a partes iguales, llevaba un sencillo pero impecable kimono azul pálido con algunos bordados de azucenas blancas en los dobladillos de las mangas largas, su pelo lo tenía recogido en dos moños, además de un sencillo labial rosa pálido, podía entender el amor y la devoción que le profesaba el primer Hokage a su esposa, sencillamente era única.

—Hace tiempo que no salimos juntas, Aisuru. Esto será divertido.

Caminando por las bulliciosas calles, Aisuru se detuvo en cada puesto de comida que encontraba, y Mito, observando con una sonrisa de diversión, no pudo evitar notar lo obsesionada que estaba con los picantes.

Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora