20. Calles que huelen a salsa de tomate y ropa limpia

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Juanjo estaba muy desubicado, otra vez habían cortado de golpe sus besos, otra vez había algo ahí que evitaba que aquello que tenían llegara a más

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Juanjo estaba muy desubicado, otra vez habían cortado de golpe sus besos, otra vez había algo ahí que evitaba que aquello que tenían llegara a más... y otra vez habían empezado una sesión de besos por él. Empezaba a hartarse de que siempre fuera él quien daba el primer paso, dijo que no se iba a arrastrar y es lo que llevaba haciendo desde aquella noche en el bar. Entre la confusión de sus pensamientos tuvo algo claro: o el siguiente movimiento lo hacía Martin o no habría siguiente movimiento. Tenía que empezar a aplicarse sus propios consejos.

Martin, en cambio, tenía clara una cosa: le estaba gustando aquello demasiado, y con "demasiado" se refería a que ya no había vuelta atrás. Al menos durante aquel mes (las tres semanas que les quedaban ahí) iba a obviar los pensamientos intrusivos que aparecían en su mente cuando Juanjo estaba más cerca de lo debido, iba a mandar a la mierda el "no puedo, soy su jefe", porque era evidente que aunque se despistara de vez en cuando también era capaz de concentrarse en el trabajo lo necesario como para no decepcionar a nadie ni decepcionarse a sí mismo. Y porque ya era imposible apartarse del maño, no sabía qué tipo de amarre aragonés (si es que existía tal cosa) le había hecho, pero lo desmontaba cada vez que lo miraba, y lo reconstruía al mismo tiempo cuando lo besaba.

Paseaban tranquilamente por Trastevere, aquel barrio de Roma lleno de vida. Olía a salsa de tomate y a ropa limpia y aquello hizo a Martin rememorar tiempos pasados, su mente trajo recuerdos de hacía ya unos años, cuando prácticamente era un adolescente descubriendo la ciudad, como aquella vez en que se sentó con sus amigos del erasmus en unas escaleritas en la piazza trilusa, mirando hacia el Tiber mientras charlaban y escuchaban cantar a un chico acompañado de una guitarra.

Decidieron ir a cenar a la "Osteria la Gensola", un rincón casero y pequeño donde podrían disfrutar de buena comida romana, pero antes pasarían un poco por aquellas mágicas calles.
Algunos estaban haciéndose fotos y otros charlaban. En aquel momento Alvaro aprovechó para agarrar a Juanjo del brazo y disimular para apartarlo un poco del grupo.

-Amor, ¿no tendrás un piti para mi?

-¿Y tu tabaco?

-En el hotel, creo, es que este bolso es enorme y nunca encuentro nada, luego si aparece te lo devuelvo.

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