Recuerdos Fragmentados

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"Los ojos de los dioses todo lo ven, y el hilo del destino no se escapa de su control."

Londres, Presente.

La casa de Han estaba en silencio, solo interrumpido por el sonido suave de la lluvia golpeando las ventanas. Joans, Jezebel y Bell estaban sentados en la sala de estar, sus rostros reflejaban el peso de las revelaciones que habían descubierto esa mañana. Los documentos que habían leído seguían flotando en sus mentes, como piezas de un rompecabezas que no lograban encajar del todo.

Han caminaba de un lado a otro, incapaz de quedarse quieto. La tensión en la habitación era palpable. Joans, por su parte, mantenía la mirada fija en un punto invisible, inmerso en sus propios pensamientos.

—Todo tiene sentido —dijo Bell finalmente, rompiendo el silencio—. De que nos han estado siguiendo es cierto.

Su voz era baja pero firme. Jezebel y Joans levantaron la vista, confundidos. Bell, con un movimiento lento y discreto, dirigió su mirada hacia la ventana. Mientras hablaba, hizo una pausa breve, como si estuviera considerando las palabras que iba a decir a continuación.

—Nos han estado vigilando más de lo que creemos.

Se levantó de su asiento sin hacer ruido y se acercó a la ventana, entreabriendo las cortinas apenas lo suficiente para ver hacia afuera. La lluvia continuaba cayendo, haciendo que las luces de la calle se reflejaran en el pavimento mojado. Bell entrecerró los ojos, observando algo que la inquietaba.

—¿Qué pasa? —preguntó Han, deteniendo su caminar frenético.

Bell no respondió de inmediato. Se quedó inmóvil por un momento, sus dedos apretando el borde de la cortina. Finalmente, se giró hacia ellos, con una expresión de alerta.

—El coche de Alex está estacionado dos casas atrás.

—¿Alex? —repitió Joans, desconcertado—. ¿Estás segura?

—Completamente —afirmó Bell, con la voz grave—. No me lo había mencionado, pero es él. Lo reconocí al instante.

Joans se levantó, dirigiéndose hacia la ventana. El nombre de Alex resonaba en su mente, y no de una manera tranquila. Siempre había una sensación de que algo más se movía detrás de cada uno de sus gestos calculados. Alex había estado fingiendo ser su mejor amigo todo este tiempo, y ahora, su presencia sin ser anunciada encendía una alarma en su interior.

—¿Por qué está aquí? —preguntó Jezebel, su tono un reflejo de la creciente preocupación que sentía. Se levantó también, sintiendo una presión en el pecho al imaginar que podían haber estado bajo vigilancia constante—. No puede ser una coincidencia.

Han, quien había permanecido en silencio, finalmente se acercó a la ventana. Miró hacia afuera, confirmando lo que Bell había dicho.

—No es solo Alex. Ese coche tiene los vidrios tintados —murmuró—. Podría haber alguien más dentro, tal vez no está solo.

Un silencio pesado cayó sobre la sala. La sensación de vulnerabilidad los envolvía.

—Lo que descubrimos esta mañana —dijo Joans, pensando en voz alta—. Debe tener más implicaciones de lo que pensábamos. Alex está aquí por una razón de seguro sabe que yo estoy aqui.

Han retrocedió, sopesando la situación. Las piezas se acomodaban lentamente en su mente, pero la incertidumbre los hacía sentir atrapados.

Bell, con la vista aún clavada en la ventana, frunció el ceño antes de girarse hacia los demás.

Ecos de un Amor PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora