Capítulo Doce

300 58 7
                                    





Lo primero que hizo Ohm fue reparar la relación con Electra.

La conversación inicial, en la que básicamente se disculpó, no fue
larga. Seguir adelante no fue fácil. A veces habría deseado retroceder y
olvidarse de aquellos lazos que intentaba crear.

No lo hizo.

Cuando eso sucedía, Fluke se hallaba a su lado animándolo.

Era compasivo, comprensivo y, en las escasas ocasiones en que, obstinado, no atendía a razones, se enfrentaba a él.

Lo obligaba a entrar en razón, si era necesario.

Con el tiempo, Ohm aprendió a depender de sus razonamientos y
de su forma de desafiarlo, cuando nadie más se atrevía a hacerlo; de su
modo de aceptar los intensos sentimientos que él intentaba disimular por temor a no ser perfecto.
Así que, con el tiempo, aprendió a expresar lo que sentía.

Ohm le devolvió el favor animándolo a mostrar al mundo el Fluke que él conocía. Con el paso de los años, se hizo famoso tanto por su risa y sentido del humor, como por su buen trabajo y dignidad.

Con respecto a los hijos, el primero, una niña, nació con los ojos de
su Fluke y el cabello de su padre. Nacieron otros seis más, uno detrás de
otro, porque, según Fluke decía a quien se lo preguntaba, Ohm quería
tener gemelos.

No se criaron con miedo ni con frialdad. Sabían que no debían ser
perfectos y no dudaban del amor incondicional de sus padres.

Faith, la querida prima de Fluke, se convirtió en la hermana que Ohm no había tenido. Se casó por amor, como Fluke había predicho, pero fue él el que le concertó una cita con el hijo de lady Loretta.

Su boda tuvo repercusiones, como el hecho de que Loretta y Electra se conocieran en persona, no solo a través de la prensa. Y se convirtieron
en grandes amigas, lo cual no extrañó a Ohm, que conocía la magia que Fluke provocaba a su paso.

Años después, cuando Electra le dijo que le habían ofrecido que escribiera sus memorias, su hijo le dijo que lo hiciera.

—No creo que pueda dejar a todos en buen lugar.

—Nadie te dejó a ti en buen lugar. Cuenta las cosas como quieras,
mamá.

Cuando se publicó el libro, donde Electra explicaba la verdad sobre su marido, Ohm fue el primero en comprarlo. Y se aseguró de que todos los fotógrafos del reino le hicieran fotos con él para que quedara
claro de qué lado estaba.

Ya no le parecía que debía demostrar su valía a su pueblo. Lo hacía cada día al gobernar lo mejor que sabía, teniendo siempre en cuenta, en
primer lugar, a sus súbditos.

Y eso fue lo que le contó a su hija Angelica, la princesa heredera,
una equilibrada joven de dieciséis años que se parecía más a Fluke que a él. Le dijo cosas que su padre no le habría dicho.

—Debes reinar con el corazón, pero gobernar con la cabeza.

—¿Y si entran en contradicción? —preguntó ella, que poseía un rasgo travieso que a su padre le encantaba.

Fluke estaba convencido de que su hija quería marcharse a vivir su vida o al menos irse a estudiar fuera, antes de encargarse de los deberes reales.

—De eso se trata —contestó Ohm a su hija—. Tu tarea no consiste en que no entren en contradicción, sino en honrar a ambos en cada decisión que tomes.

Cada noche, el rey consorte y él entraban en sus aposentos y se convertían en Ohm y Fluke, que se querían, se apoyaban y se consolaban
mutuamente.

Día tras día.

Año tras año.

Se tomaban de la mano en el asiento trasero de los coches, y a veces
se rendían al placer.

Bailaban en muchos actos sociales, pero también cuando estaban solos. Y Fluke le decía que él era la única música que necesitaba.

Se reían continuamente, querían a sus hijos y todas las estancias del palacio resplandecían por la fuerza de lo mucho que significaban el uno
para el otro.

—Como en un cuento de hadas —le susurraba él al oído.

—Porque —le dijo Fluke, cuando ya eran muy mayores y se hallaban rodeados de sus nietos— «y fueron felices y comieron perdices» solo es otra forma de referirse a... nosotros.



FIN

Pasión  sin amor. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora