Capítulo II

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   No podía dejar de pensar en Paul, en lo que había pasado y en su actitud tan particular que se me hacía extremadamente coqueta.

   —¿De qué te ríes?

   Levanté la mirada. Yoko llevó una cucharada de yogurt su boca y saboreó con semblante serio.

   Estábamos cenando algo ligero para dar por terminado el día en el comedor, juntos en aquella mesa redonda que sólo tenía tres sillas. Una estaba vacía: Julian ya había terminado su cereal y estaba en la sala mirando la televisión.

   —¿Me estoy riendo? —subí mis lentes al tabique con ayuda de mi dedo.

   —Sí. Estoy hablando contigo de las cosas del restaurante y tú pareces estar en otro mundo.

   —Oh... Lo siento, lo siento. ¿Qué estabas diciéndome?

   —Ya no importa.

   Intenté sujetar su mano, pero ella me esquivó.

   —¿Tuviste un buen día en tu trabajo? —preguntó cínica.

   Yoko solía ponerse un poco celosa con respecto a mi trabajo. Y aunque tenía razón de estarlo porque le era infiel con cuanta mujer se me cruzara, aquello no era precisamente por mi trabajo.

   Estaba tan harto de ver, conocer y revisar vaginas de distintos tamaños y colores, que ni siquiera despertaban mi interés.

   —Ah, no. Agh, Yoko, amor, veo alrededor de treinta vaginas a la semana... ¿En serio crees que puedo emocionarme por una que no es la tuya?

   Ella permaneció sería, cruzándose de brazos. Su cabellera negra y esponjada caía por encima de sus hombros.

   —¿Por qué esa sonrisa tan alegre, John? —volvió a preguntar.

   —¿Sigo sonriendo?

   —¡Sí!

   Es que por alguna razón no podía dejar de pensar en el nuevo y coqueto maestro de mi hijo.

   —Es por... por Julian... ¿Sabes lo que hizo en el colegio?

   —No. Y tampoco quiero saber.

   —No seas amargada, amor. —Llevé mi mano a su boca para limpiar el rastro de yogurt y me chupé los dedos—. Te ves linda cuando sonríes.

   —Papá, es malo decir mentiras.

   Julian me sorprendió entrando al comedor, rascándose la barriga por debajo de su suéter. Yoko intentó disimular el gesto de fastidio que brotó naturalmente de su semblante.

   —¿Y tú por qué no vas hacer tu tarea, eh?

   —El maestro no mandó tareas.

   —¿Maestro? —Yoko preguntó, frunciendo su ceño—. ¿Te tocó un hombre como maestro?

   —¿Qué te importa?

   —Julian.

   —Pero es que qué le importa a ella, papá —susurró.

   —Entonces supongo que este año no tendré que ver como coqueteas descaradamente con las maestras de tu hijo —Yoko soltó en tono de reproche—. No creas que no me he dado cuenta como te gusta hacerte el interesante cuando estás con ellas.

   —Sólo era amable con ellas, así cómo lo soy con todos... —le dije—. Yo sólo tengo ojos para ti.

   —Tus ojos no sirven mucho, papá.

Once in a Lifetime ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora