Solo soy un beta

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Giyuu Tomioka tenía un problema.

Uno que estaba seguro que no podía solucionar.

¿Por qué no podría solucionarlo si es un buen estratega, un gran espadachín y una persona hábil? Bueno, es porque ese problema tiene que ver con su cuerpo, su anatomía.

Era un beta.

Una persona común en el mundo en que vivían.

¿Y por qué eso sería un problema si es una persona tan capaz y llena de habilidades como las ya mencionadas?

Pues eso era porque su pareja era un alfa.

Rengoku Kyojuro era la persona más atenta y romántica que podría haberse cruzado en su camino. Un alfa en todo el sentido de la palabra. Fuerte, decidido y hermoso.

Tomioka no tenía ningún problema con que el fuera un alfa, más bien, tenía un problema consigo mismo al ser un beta.

Un beta no podía darle una familia.

Un beta no podía complacerlo como debería.

Un beta no podía ser marcado.

Un beta era eso, un beta.

Un simple y común beta.

Atormentado por sus negativos pensamientos, Tomioka decide salir a tomar algo de aire, se levanta con dificultad de su futón y camina hacia la entrada de su finca para colocarse su calzado.

Realizar una simple tarea como siquiera levantarse era extremadamente agotador cuando solo se tenía un brazo, peor aún cuando éste no era la extremidad dominante.

Sale de su hogar, caminando con tranquilidad, siente el viento sacudir su corto cabello y las flores caer a su alrededor, pues el otoño estaba por llegar. De alguna forma le trae mucha tranquilidad aquella estación.

Se pasea por las tiendas del pueblo, mirando todo con suma atención, quiere distraer a su mente de todos esos pensamientos que solo lo ponen triste. Debe relajarse, al menos por ese día.

Caminando un poco más, llega a un lugar nuevo, al parecer habían construido un pequeño mirador hacia el lago. Tenía una estructura bonita, con un techo y enredaderas subiendo por las columnas de madera. Se quedó mirando el lugar, sin darse cuenta que había pasado mucho tiempo.

Para cuando se da cuenta, el lugar está un poco vacío y el atardecer se aproxima con calma. Tomioka desvía su mirada al igual que da media vuelta, dispuesto a volver a su hogar, pero se detiene al notar dos presencias conocidas.

- ¡Giyuu!

- ¡Giyuu!

Ambos niños corren en su dirección, casi tirándolo al suelo, se para firme y acaricia sus cabezas. Cabellos blancos y negros, ojos de dos colores, solo podían significar una cosa.

- Tomioka, cuánto tiempo.

- Hola, Giyuu.

Ambos adultos se acercan a él, ambos con claros rastros de la guerra en su piel, en sus cicatrices, las que obtuvieron cuando fueron cazadores de demonios. Cuando se enfrentaron a Kibutsuji Muzan. Sanemi le revuelve el cabello como saludo e Iguro solo le sonríe.

- Hola.

A pesar de los años, a Tomioka no se le quitaba esa faceta de ser alguien de pocas palabras, al igual que un poco tímido, especialmente al estar en público.

La familia y Tomioka empiezan a caminar de vuelta, Obanai hablando muy alegremente a su lado, contándole todo de cómo están en su hogar y Sanemi intentando mantener a sus dos cachorros en su lugar, más que todo quiere evitar que se pierdan entre la multitud.

Solo soy un betaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora