Che

2 0 0
                                    

Tabita estaba en su oficina, laburando como siempre. Ya habían pasado ocho días desde su discusión con el Peluca(así también le decían a Milei) y aún se sentía triste, pero trataba de no pensar en eso.  Más bien, comenzó a considerar la cancelación del contrato. Milei ya no la llamó más, y pensó que ya no le interesaba trabajar con ella. 

—Hola, Tabita, vení, vení— la llamó Sarita.

—Mande— respondió la joven.

—Tenés que ir a la sala de juntas, te está esperando uno de nuestros clientes de la librería Olivos, ¿lo podés atender vos?— dijo Sarita, visiblemente nerviosa. 

—Sí, sí, ahí voy. 

Tabita fue a la sala arrastrando los pies como un chapulín moribundo y con una flojera enooorme. Finalmente llegó y...cuando vio quién estaba ahí, se quedó muda.

Era Milei. Vestía un traje de raya de gis, y tenía en su mano una caja color blanco con un moño rosa. En cuanto la vio, le sonrió mirándole con sus ojos de aguamarina, de turquesa, de zafiro.

—Hola, Tabita...sho...

—¿Qué hace aquí?— dijo cortante ella, cruzando los brazos. Su corazón estallaba de felicidad al ver a su amado de nuevo, pero fingió estar molesta.

—Sho...sho vine a disculparme...

—Ajá...¿y luego?

—Vine a pedirte perdón por...porque me di cuenta de que te traté re mal a vos y que...tenés...tenés...— le costaba tanto decir esa frase a Milei— tenés razón. 

—¿En qué tengo razón?— Tabita fingía que seguía enojada.

—Vos sabés, lo que me dijiste el otro día...

—¿Y qué dije?

—Bueno, dale, no me hagás esto más difícil...

—No voy a regresar a trabajar contigo si no me dices en qué tengo razón.

—Sha...está bien...vos tenés razón en que...no te...valoré lo suficiente...como editora, sos joven pero tenés razón, vos sos la experta en edición y sho no...Dale, vos como persona sos re copada y re chanchera también la verdad...y...necesito que me ashudes. No, no puedo publicar mi libro sin vos. Perdoname, por favor...Sho...trataré de ser más humilde...como vos decís, te voy a hacer caso...Mirá— le tendió la caja con el lazo—sho que que a vos te gustan mucho los alfajores...Los compré...para vos...Por favor, regresá conmigo...¡a trabajar! A trabajar, obviamente...Tomá...

Tabita tomó la caja y la miró con detenimiento. Eran una docena de alfajores, de maicena, cubiertos de chocolate blanco y de chocolate con almendras. No pudo contener las lágrimas. Por más dura que quisiera aparentar ser, su corazón de pollito la hacía llorar. Levantó la cabeza para mirar a Milei, quien la veía conmovido. Se abrazaron.

—Gracias,  señor Milei...era lo que necesitaba...necesitaba esas palabras...lo extrañé mucho, señor Milei, o sea, como autor, ¿sí? No es que...

—Vos no me tenés de shamar "señor" todo el tiempo, me podés tutear, decime por mi nombre, o mi apeshido... shamame como quieras...¿sí?

—Sí...Milei...— dijo ella, separándose de él para mirarlo a los ojos. Él también la miró. Por unos segundos que parecían una eternidad, se miraron. Milei no pudo evitar ponerse colorado al observar más detenidamente a Tabita: ella tenía un cara tan...bueno, viéndola desde cierto ángulo, toda ella era...era tan...

—Bueno, bueno, sho...como sabés, soy un hombre muy ocupado, me tengo que ir, es mi junta con los miembros del padrón electoral...—dijo el candidato, mirando su reloj

—Sí, sí, claro— dijo ella bajando los ojos. Aunque parecía tranquila, ¡casi se le quería salir el corazón!

—Pero, mañana mismo nos juntamos para ver lo del libro. Sho te shamo. ¿Te parece?

—Perfecto, yo...esperaré su llamada...tu...tu llamada...— Tabita sonreía como nunca.

—Bueno,eeeh, que disfrutés tus alfajores...adiós.

Milei se fue. Y Tabita también se fue de regreso a su oficina. Sentía que caminaba entre nubes de algodón de azúcar y flores de colores...que podía volar...en su mente sonaba la canción de Ana Gabriel:

ay, amor, no sé qué tiene tu mirar,

que día a día me conquista más y más...

Mientras tanto, Milei conducía su auto por la avenida, acompañado de su hermana, quien no paraba de hacerle preguntas. Pero él no podía dejar de pensar en la cara de Tabita cuando se despidieron, se veía tan...simplemente... tan...así...¿quizás...?

—No,no, concentrate, Javier, vos tenés que estar concentrado, nada de distracciones— pensaba para sí.

Pero no pudo. No pudo dejar de pensar en Tabita. Era...era tan...ella. 








¡Viva el amor, carajo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora