Capítulo 4: El secreto de cosechar el mayor disfrute de la vida.

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—Hmmmmm...

Me sostengo de pie con ambos brazos detrás de mi espalda observando las ventanas y girando mi cabeza de lado a lado y rondando en círculos.

—Qué triste que las cosas tuvieran que ser así...

Rechazo, ira, miedo, dolor. ¿Cómo es posible que tan magnífica criatura caiga en tan banales emociones?

—Quizás se le saliese de las manos su estúpido y nefasto juego....

Me detengo y observando hacia arriba emito una carcajada.

—¡Jajajaja! ¿Pero qué estoy diciendo? Aquel aciago día, en aquel aciago lugar... Sus rasgos, su fisionomía, inclusive sus ancestros y los de su clase...

Ninguno tenían manos.

—Y es curioso porque... crecieron después...

Burda imitación biológica...

—Le crecieron tendones... y músculos... y nervios...

Y piel, y sangre, y hueso...

—Pero no eran como ellos fueron antaño, no... No estaba inscrito en su código genético.

No estaba registrado en las grandes algas del pasado... En el océano cósmico de sus predecesores.

—Burda... burda imitación humana...

Y ahora, no sabe a dónde apuntar. Si a las estrellas, a los habitantes del pasado y del futuro, a las leyes que gobiernan su cuerpo retorcido...

—O a sí mismo...

Bajo mi cabeza y nuevamente río.

—Una vez le abrí los ojos ¿sabes? Hace mucho, mucho tiempo...

Retomo mi camino en círculos alrededor de la mesa. Paso a paso.

—Pero él los cerró... y ahora...

Ahora le crecieron catorce mil quinientos cuarenta y ocho ojos y veintiún billones ochocientos veintidós millones setecientos cuarenta y un mil trescientas sesenta y ocho terminaciones nerviosas nuevas.

—¡JAJAJAJAJA!

Me sostengo de la mesa con una mano e inclinando mi peso en la misma vuelvo a parar mi andar.

—¡Su cerebro lo está matando de sobrecarga de información! Y aún así...

Aún así...

—No recuerda, no piensa y no siente...

Su mente disuelta en la expansión infinita de esta realidad, las que vinieron y las que vendrán.

—Oh, ¿pero qué estoy diciendo? Te ha de haber confundido todo esto ¿cierto? A tu pequeña, frágil y minúscula mente humana.

Me recompongo y comienzo a caminar hacia ti.

—No puedes recordar lo que te rodea por sus características, componentes primigenios y estructura primordial...

Los de tu estirpe categorizan todo.

—Inclusive... ¡me has hecho usar tus términos ahora mismo! No me había fijado...

"Ojos"... "Nervios"....

—"Ira", "dolor", "miedo", "mente", "sangre", "juego"...

Y muchas, muchas más.

—Cierto es que estoy acostumbrado a que la vida se adueñe de esta realidad e impregne... lo que comprende.

Desde que mi humilde regazo te llamó lo has hecho.

—De tus interpretaciones y tus costumbres. Y aún así, no le has podido poner un término a mi amigo allá encerrado en su miseria...

Pongo mi "brazo" sobre tu" hombro" y cerrando mis "dedos" sobre tu "piel" te hago sentir "dolor". Pero no dolor físico, no... aquí no tienes cuerpo que pueda torcerse de "verdad". Es el mismo tipo de dolor que sentiste antes en tu "mente"...

—Bien...

Te suelto, me acomodo el traje, el sombrero y me dirijo a la mesa nuevamente.

—Llámale Qo'ellus.

Él, la abominación mutada. Él, quien maneja el espacio de este sitio. Él, quien no me escuchó y quien, ahora, nunca podrá hacerlo.

—"Ojos"...

Acomodo mi sombrero, coloco mi mano sobre mi rostro liso, azulado y vacío, apoyo ambos brazos en la superficie de la mesa y miro hacia ella.

—Es el nombre más curioso que he oído sobre semejante facción biológica.

O, al menos, es más elegante que el que le han dado los otros...

Alzo mis manos para colocarlas a los lados las junto ocultándolas sobre mi torso de ti y las vuelvo a separar mostrando dos singulares objetos.

—Oh, ¿te preguntas de dónde salieron? De verdad que los de tu calaña sois... lentos.

Pero no importa, sólo importa su funcionalidad.

El primero, redondo y transparente es similar a una bola de cristal común y corriente, inclusive más pequeña que la palma de tu propia mano. Pero esta tiene una marca, una marca azulada grabada en su superficie que desde tu perspectiva parece asemejarse a una... pupila.

—¡Aaaah, pero el objeto más importante es este otro!...

Lo retuerzo, lo sacudo, me dejo de apoyar, me doy la vuelta, camino hacia ti y lo paso en frente de tu rostro.

Es...

Un trapo feo.

—¡Sonríe!

Sin darte la oportunidad de sonreír enrollo el trapo y lo paso sobre tu cabeza, tu rostro, tus hombros, tu pecho y tus brazos como si estuviese frotando un cristal.

Ensimismado en mi trabajo, no tomo nota de tu rostro extrañado y me devuelvo a la mesa dónde tomo un vial sin tapón para colocarlo encima y exprimir el trapo sobre él.

Mientras me ves ocupado maquinando ves que en una de tus manos yace el orbe de cristal frío e inerte. Con una redondez que no puedes describir con palabras, se siente irrealmente liso e irrealmente frío, pero no te quema ni te extraña, es... cómodo.

Deslizas tus dedos sobre el orbe y cuando tus huellas dactilares se impregnan sobre la superficie rugosa de la marca "pupila", trozos del orbe se separan y comienzan a flotar.

—Cuidado y te cortas... ¡Jajajaja!

Los trozos danzan sobre tu mano, orbitándola mientras se fracturan, mientras se deshacen hasta hacerse pequeños granos de cristal.

Y luego al unísono, todos se apartan y se agrupan en la pupila haciendo que entren en lo que queda de la esfera con un mecanismo que no logras descifrar, dejándote ver por fin la escultura maravillosa que este artefacto ha formado con tu tacto.

Es un reloj de arena. Uno que no importa cuánto lo gires... siempre marca el mismo tiempo.

—Un recordatorio de que el pasado no es tangible, sino un recuerdo... Un mero y triste recuerdo...

Lo miras a él, y él te mira a ti.

Congeniáis perfectamente.

—Pero... que no te ciegue la avaricia, pues no es de tu propiedad, mortal. Digamos que es simple y llanamente un préstamo.

Uno importante a juzgar por mi tono de voz.

—Verás... Necesito que encuentres la sangre de un Dios...

Recojo un poco mi voz, pienso mejor mis palabras y reformulo lo que iba a decir.

—Necesito la sangre de un ex ser para que podamos emprender un viaje.

Un viaje de no retorno, para ti.

Un viaje profundo, muy muy profundo.

—Pero necesitas esa sangre.

Así como también necesitas el reloj.

—Puesto que en los confines de abajo mi... televisor pierde su señal. Dejarías de poder diferenciar el arriba de abajo, dejarías de poder diferenciar 2 milímetros de 167.735.891 años luz.

Así como tú dejarías poder diferenciar futuro de presente sin los cristales minúsculos que fluyen en la palma de tu mano.

El RelicarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora