Max era el perfecto ejemplo del tipo insoportable al que nadie toleraba por ser un completo imbécil. Tenía todo lo que los caracterizaba en las películas americanas donde exageraban sus acciones para llamar la atención.
Además de que era estúpidamente guapo. De hermoso perfil, pestañas alargadas, manos bonitas y piel tersa, hasta su cabello era perfecto. Todos babeaban por él, todos deseaban estar junto a él y terminar en la cama.
Todos, excepto Checo, su compañero de toda la vida, desde que eran dos niñitos tontos.
Él había visto toda la evolución desde ese mocoso hiperactivo, hasta este estúpido hombre que hacía bromas, era insoportable y retaba a las autoridades por placer, porque sabía que difícilmente lo iban a castigar. Tenía la clara idea de que ni siquiera los profesores le pondrían un alto, porque era muy carismático y lograba manipular a todos.
Por eso Checo sabía perfectamente que no debía ponerle atención. Sabía perfectamente lo que pensaba, lo que hacía y lo que era en el fondo también. Y no estaba dispuesto a obedecer sus manías extrañas, así que simplemente se alejaba de su foco.
Y eso, claramente, era algo que Max no soportaba.
Intentando llamar su atención para que cayera como todos los demás solían hacer, haciéndole bromas, acosándolo, siguiéndolo por los pasillos y pidiéndole las tareas, sin que el pelinegro le hiciera caso, sólo dándole alguna sonrisa cansada para que él se fuera y lo dejara en paz.
La dinámica había sido así desde el principio, pero conforme más pasaba el tiempo a Max se le ocurrían mejores opciones para hacerlo reaccionar, optando ahora por ser un horrible pervertido, intentando que él le dijera que sí y así burlarse luego.
Pero Checo sabía todas sus intenciones y simplemente sonreía, dejándole el coraje de no obtener la respuesta que realmente necesitaba de él.
-Hey, Checo. ¿Me la chupas? -le sonrió, con una mueca traviesa.
-No, gracias ya desayuné. -le guiñó un ojo.
-¿Qué desayunaste? -dudó.
-Verga.
Max se conformó con verlo alejarse por el pasillo, formando una mueca inconforme por su forma insolente de responder, sin interés. Habían pasado muchos años juntos, y le parecía estúpido que no cayera bajo sus encantos, como todos los demás que lo rodeaban.
-Oye Checo, ¿no se te antoja ni un poquito? -le puso la pelvis en la cara, haciendo chocar sus lentes con su cinturón.
-No gracias, prefiero los penes grandes. -se separó, acomodándose el armazón mientras sonreía con cinismo.
Y no había nada que Max odiara más que alguien asegurara que tenía el pene pequeño, porque definitivamente eso no entraba en su descripción. Sintió cómo el tic nervioso lo atacaba y sólo se alejó de él sin pronunciar ninguna palabra, recibiendo el jadeo de sorpresa de todos a su alrededor.
Por eso, al día siguiente cuando estaban en educación física aprovechó las duchas para pasearse por el gimnasio desnudo, recibiendo las miradas curiosas de todo el grupo, los suspiros de las chicas y las risas de los chicos, quienes se unieron a su broma, imitándolo.
El revuelo era tal que incluso algunos profesores llegaron para contener la situación, dando reportes a todos los involucrados.
Max llegó al escritorio de Checo para dejarle sobre la mesa su reporte y le sonrió mientras se sentaba a su lado.
-¿Ves? -señaló. -¿Ahora sí vas a hacerme caso?
Checo no separó la vista de su cuaderno y simplemente sonrió levemente en su dirección, continuando con su trabajo sin necesidad de mirarlo.