ℝ𝔼ℚ𝕌𝕀𝔼𝕄 𝕆𝔽 𝕃𝕆𝕍𝔼 ━ Edward Cullen

𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟏𝟏

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El resto del fin de semana pasó tranquilo. Como... demasiado tranquilo. Por lo general eran días tranquilos cuando Cillian sabía que Jason no regresaría —como en esa ocasión—, y eso significaba que podría relajarse. Excepto que no pudo cantar victoria por mucho tiempo, porque el lunes por la noche, justo cuando creía que todo estaba saliendo demasiado bien, recibió una llamada.

Miró el número de contacto y se tensó. No quería responder, pero ignorarlo sería peor.

Se aclaró la garganta y aceptó la llamada: — ¿Sí?

— ¿'Si'? —repitió burlón—. ¿Por qué me atiendes con un 'sí' como si fueras alguien importante?

Cillian suspiró, preguntándose que había hecho para enojarle ahora. No podría haber sido la suspensión, la escuela no podría importarle menos. Y lo de Port Angeles... bueno, dependía de si Liam le había contado al final de lo que ocurrió, o si se había enterado por otras fuentes, que era en realidad lo más probable.

—Lo siento —se disculpó.

—Sí, deberías, no sabes cuánto —dijo con una calma escalofriante—. ¿Quién te ha dado permiso para meterte en mis asuntos?

Era por lo de Port Angeles, seguro.

Cillian guardó silencio. Conocía muy bien ese tono porque era el mismo que él mismo adoptaba cuando se enfurecía más allá de la rabia, cuando sentía tanta ira que ya ni siquiera podía burbujear.

— ¡Lo arruinaste!

Al instante, Cillian se dio cuenta de que debió de haber esperado esa llamada. El sonido de un mensaje en el celular le distrajo, pero estaba demasiado tenso escuchando a Jason como para fijarse quién era el remitente.

—Lo de Port Angeles fue en defensa propia.

—No me importa. Y tampoco me importaría tu pequeño altercado si no fuera porque el hijo de un socio importante murió.

A Cillian no le sorprendió la cruda frialdad de su honestidad. A estas alturas, estaba más que acostumbrado a que a Jason le importara poco lo que le ocurriera.

—No, espera —dijo sin embargo, con un brote de ansiedad apretándole el pecho—. Yo no maté a nadie.

— ¡Ya sé que no mataste a nadie! —Ladró—. Pero resulta que los Colacurcio[1] te culpan a ti por la muerte de tres personas porque se te ocurrió jugar al detective. Y como siempre, soy yo quién debe arreglar este desastre que tú has causado y no creas, ni por un momento, que no tendrás consecuencias por esto —continuó—. Solo espera a que regrese.

Y cortó.

Cillian se quedó quieto por un momento, con los músculos tensos y las costillas oprimiéndole los pulmones. Le tomó un par de segundos volver a respirar a fondo y bajó la mano con la que sostenía el teléfono.

De repente, la idea de fundirse con el suelo resultaba muy tentadora.

Cillian no tenía idea de quiénes eran los Colacurcio, pero le sonaba a italiano y las mafias italianas no eran un lugar donde quisiera experimentar.

Demonios, lo había arruinado.

¿Quién lo mandaba a perseguir a un extraño por callejones estrechos y turbios? Nadie, lo hizo solito. Ni siquiera estaba seguro por qué lo había hecho, solo... sus piernas se habían movido antes de que pudiera pensárselo dos veces