CAPITULO XVII

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Los guerreros Sunlivey

Pasaron las horas y la noche llegó junto con los soldados Sunlivey. Makenna entra a la alcoba y me informa que ya todos están en el comedor. El vestido que me puse esta mañana lo cambié por otro porque se ensució cuando estaba en esa torre tenebrosa, pero el peinado lo dejaré, al menos está intacto.

Cuando termino de vestirme, me doy los últimos retoques y enseguida me dirijo al salón acompañada de la joven sirvienta. Las dos nos detenemos tras la puerta, inmóviles.

Allí me quedo de pie por un momento sin hacer nada. No sé por qué estoy nerviosa, quizás porque voy a ver otra vez a Tarren después de este largo y extraño día, o por la reacción que pueda tener al ver mi nuevo peinado. O quizás se deba a que me encontraré con mucha gente, ya que escucho la algarabía de los caballeros provenir desde adentro. Son carcajadas.

Makenna se retira a la cocina dejándome sola frente a la puerta. Respiro profundo para poder calmarme y luego la abro.

Cuando ingreso todos ellos se quedan en silencio al notar mi presencia. Echo un rápido vistazo alrededor y veo que todavía están los tres grandes comedores, pero esta vez todos están ocupados por los soldados. Ninguno tiene puesta la armadura, sino que traen ropa común. Saber que todos tienen su atención sobre mí me hace sentir incómoda y por el profundo silencio que se extiende mis manos se ponen frías. Hasta temo caerme y acrecentar más esta incomodidad.

Esta es la segunda vez que compartiré con ellos y aún no me acostumbro a verlos, ya que la mayoría no estaban presentes la vez pasada.

—Ven aquí. —la voz cruda de Tarren rompe el silencio en una invitación a sentarme a su lado en uno de los comedores. Camino hacia esa dirección y todos me siguen con la mirada hasta que me posiciono junto a mi esposo que está de pie. —¡Ella es mi esposa, Sahory Norwich! —me presenta repentinamente asegurándose de que todos escuchen. —¡Ya se la había presentado a algunos antes, pero aprovechando que todos están aquí lo hago de nuevo! —lo siguiente que dice lo recita en un tono sombrío frunciendo sus espesas cejas negras. —Espero que todos la traten como corresponde, con cortesía... —rechina los dientes en un gesto serio. —Porque si alguno de ustedes le falta el respeto yo mismo me encargaré de cortarles la lengua. ¡¿Quedó claro?!

—¡Sí, señor! —todos exclaman al unísono.

Vaya, Tarren es muy estricto con estos hombres. Para mi suerte al menos conmigo es más flexible.

Mis mejillas se ruborizan cuando los caballeros me dirigen un saludo desde sus puestos mientras se levantan de la silla. Me muestran el debido respeto mirando a Tarren de reojo como si le temieran. Pero claro, a quién no cuando siempre muestra esa cara tan seria.

—Encantado de conocerla, señora. —dice un hombre a unos pocos metros con una sonrisa mientras hace una reverencia.

—Es un honor, señora. —dice otro de la tercera mesa. —Espero que se sienta a gusto con nosotros.

—Es un placer conocerla, mi lady. A sus pies. —añade un hombre de cabello largo.

—Es un honor tener a la dama aquí presente. —saluda el hombre que se llama Makai mientras me guiña un ojo y levanta un gran vaso de cerveza en señal de brindis.

Escucho a Tarren gruñir fulminándolo con la mirada, y éste se encoge de hombros con una sonrisa divertida. Por lo que veo es el que agota la paciencia de Tarren.

Y así sucesivamente los demás me saludan, hasta que el salón vuelve a inundarse con su algarabía. Ahora me siento como una hormiga entre ellos, porque muchos son corpulentos y altos. Si los cálculos no me fallan la mayoría debe medir cerca de los dos metros.

UN TOQUE DE FELICIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora