LXXXIII: El Templo

29 2 3
                                    


La puerta se cerró pesadamente a sus espaldas provocando un ruido casi ensordecedor, seguido de un profundo silencio.

Zeth ayudó a Samira a desmontar, mientras Layl hacía pequeños pasos hacia atrás. El ambiente era frío y tenso.

Samira se agarró de la manga de Zeth mientras este calmaba a Layl y se sacaba el puñal que siempre llevaba en su cintura para ponerlo en la alforja junto con su espada.

—Tranquila, no nos quedaremos mucho. De todos modos, no debes confiarte de su hospitalidad...— Zeth dijo por lo bajo, pero fue interrumpido por la voz estridente de una mujer que se acercaba con otras cuatro que estaban armadas con lanzas.

—No es temporada de caravanas, hijo del desierto. – dijo la mujer que comandaba a las demás

Las cuatro mujeres armadas rodearon a Zeth y apuntaron sus lanzas a su cuello. Sus armas eran de color blanco y dorado, así como sus vestiduras y armaduras, llevaban el rostro cubierto por unos cascos y velos blancos. Las cinco eran esbeltas y de curvas pronunciadas, ninguna alcanzaba la altura de Zeth, pero a Samira le llevaban casi un cabeza completa.

Zeth levantó las manos lentamente. Mirando a Samira para que se suelte de su manga con confianza. Samira entonces se sujetó de su manto.

—Viajamos por una urgencia familiar. — dijo Zeth con seguridad en su voz.

—Conoces las reglas, hijo del desierto. No pareces estar convaleciente, no serás recibido en este templo. Identifícate y despójate de tus armas. – ordenó la mujer con más autoridad mientras se acercaba amenazante.

—Soy Zeth Kelubariz, guía de La Perla. Mis armas están en mi caballo. Ella es Samira Kelubariz, mi esposa. No estamos heridos. Solicito refugio solo hasta que pase la tormenta. – dijo Zeth.

La mujer dio una señal para que dos de ellas registren a Zeth y luego a Samira, mientras las otras seguían sosteniendo sus lanzas en el cuello de Zeth.

Samira pensó que todo aquello no era nada hospitalario. Trataban a Zeth como si fuera un delincuente. Solo cuando las que registraban asintieron la cabeza como comunicando que estaban despojados de armas la única que hablaba les pidió que la siguieran. Samira fue escoltada por las dos que la registraron, pero sin apuntarla como a Zeth.

Los guiaron a través de unos pasillos oscuros hasta un salón grande y de techos tan altos que Samira no estaba segura si eran de cristal o no. Pero la luz del sol se abría paso en forma de columnas brillantes hasta el suelo. Al fondo del Salón en una especie de altar había un trono con llamativas formas orgánicas en color dorado. Sobre el, una mujer estaba sentada mientras otras parecían conversar con ella. Todas estaban vestidas de blanco con sus rostros completamente cubiertos con velos blancos también. Todas hicieron silencio cuando ellos entraron y la guardia que los había guiado anunció haciendo una reverencia.

—Mi maestra, suprema Sacerdotisa del templo. El hijo del desierto aquí presente solicita cobijo para su esposa en el templo. Se ha identificado como guía del Oasis de La Perla, Zeth Kelubariz. —

El nombre de Zeth resonó en la estancia que se sumió a un silencio profundo. La suprema Sacerdotisa se puso de pie lentamente y las guardias que aun apuntaban a Zeth, lo obligaron a ponerse de rodilla. Samira frunció el ceño preocupada, pero Zeth antes de bajar su vista al suelo, le devolvió una mirada confiada.

—Zeth Kelubariz... — Pronunció la suprema sacerdotisa lentamente casi deletreando las palabras. – Finalmente cumples con tu deber. Acércate, esposa de Zeth. –

Las guardias tomaron de los brazos a Samira y la llevaron frente a la sacerdotisa casi empujándola a caminar. La mujer del trono se adelantó hasta Samira. Con un gesto llamó a una de las mujeres que estaban cerca de ella y le señaló una especie de fuente que había hacia un lado.

Los hijos del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora