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Capítulo 32:
Lágrimas de un ángel caído.

Intentas sacarme de esto, pero yo

encuentro la manera de volver.


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Las fuertes manos rodearon sus brazos, lado a lado, inmovilizándole cuando se encargaba de forcejear con toda la fuerza que le restaba. Un grito desgarrador arañó su garganta, sus ojos inyectados en sangre mientras lágrimas gruesas pedían porque la visión de su padre esposado frente a él desapareciera de una vez por todas de su memoria. Fue expulsado de la estación de policía donde detuvieron al hombre y fue enviado de inmediato a las afueras de Seúl, a una mansión perdida entre las montañas del pintoresco Gapyeong-ggu.

Jung Yoonoh pensó que su vida estaría condenada a vivir de caridad por parte de una familia a la que desconocía. Gran sorpresa se llevó al ver que el mejor amigo de su padre-el que se había ofrecido amablemente a cuidar de él en cuanto Jung Youngmyun se recuperaba de la bancarrota y todas las acusaciones de malversación de fondos-, era un hombre que parecía interesado en acogerlo como su propio hijo.

Tres chicos menores conformaban a la familia Lee. El obstinado Mark, el cual vagaba por el salón de música de vez en cuando y jugaba de más al basket por las tardes con ociosidad. El silencioso Jeno, que robaba bocadillos a hurtadillas en la cocina y se metía en problemas con un chiquillo que parecía ser su otra mitad. Y finalmente, Miranda, la princesa fantasma que se escondía entre las cortinas etéreas fingiendo ser invisible mientras lo observaba una tarde tras otra en sus lecciones avanzadas de piano.

El mayor de los hermanos no estaba en casa jamás, abandonado en el extranjero estudiando una licenciatura que juraba haber escuchado decir a Lee Minyeon que el chico detestaba por completo. El aura misteriosa que rodeaba al poco nombrado hermano le atraía de una manera interesante. No obstante, jamás hizo nada más allá de contemplar los retratos familiares, donde su rostro bonito pero aburrido se alzaba entre los rasgos aniñados de sus otros hermanos.

Miranda, al igual que su hermano mayor, se fundía en un espectro críptico en el cual escondía secretos de lo que Yoonoh eventualmente se interesó por saber. Cayó en sus brazos, no tan metafóricamente, la primera vez que se cruzaron. Ella, con su rostro ruborizado le observaba con aquellos ojos grandes y brillantes, llenos de miedo bailando sobre la anticipación. Era un ángel, él se lo dijo en el momento en que la sostuvo contra su cuerpo, sintiéndose bien por primera vez en su vida al sostener una chica tan cerca de sí mismo.
Un ángel fantasma que penaba por la inmensa mansión, dándole miradas estrechas cargadas de un je ne sais quoi que hacía que el avanzado francés en su cabeza terminase siquiera por entender aquella frase que sólo se ajustaba a ella de una manera perfecta.

Una noche, al volver a su habitación tras acabar sus exhaustivas lecciones de piano, Yoonoh la encontró como una sombra tenue fundiéndose entre sus sábanas sedosas de un tono crema, como si ella perteneciese a aquél lugar. Detenido en la puerta, su aliento se atrapó en su pecho al verla sobre sus rodillas, estática y expectante hacia donde él se encontraba muy quieto, intentando descifrarla. La luz de luna atravesaba como un rayo plateado la habitación, bañándola a ella en un fulgor que era casi imposible que se tratase de algo terrenal.

-¿Qué haces aquí? -Su pregunta salió demandante, pese a que los dedos de sus manos hormigueaban con un nerviosismo que quiso contener-. Deberías estar durmiendo.

Le ponía nervioso. Su simple presencia. Su penetrante mirada clara mientras le veía practicar cada tarde en el piano. Su rostro suave como una pintura salida de un cuento de hadas. Miranda era una especie de atracción fatal que le estaba comenzando a volver loco.

𝐑𝐢𝐜𝐡 𝐆𝐢𝐫𝐥𝐬 𝐃𝐨𝐧'𝐭 𝐂𝐫𝐲 [NCT REVERSE HAREM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora