La Esposa 1

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- ¿Estás seguro de que era ella?
- Totalmente seguro, de lo contrario no te diría nada. Se la veía distinta, por cómo iba vestida y maquillada, pero era ella, Marta. Me hice el interesado y me contó que solo iba los martes y los jueves. por la tarde, se hace llamar Vanesa. Yo hacía tiempo que no iba allí y nunca la había visto, de lo contrario ya te lo hubiese dicho.
- Que era una mujer casada, incluso llevaba el anillo en las fotos y bueno...que ofrece servicios especiales.
A Carlos se le notaba que no le era fácil contarle aquello, después de todo Juan era su amigo, además de compañero de trabajo.
- ¿Qué quieres decir con servicios especiales?
- Bueno...servicios como sumisa...Ya me entiendes...Llevaba un collar, un collar de cuero.
Dijo que creía que lo hacía más por vicio que por dinero ya que tenía un buen coche y llegaba allí vestida de forma muy correcta...Me la recomendó ya que según ella no era de las que simulaban...
- ¿No fuiste con ella?
- No. Claro que no. Es tu esposa ¿Cómo iba ir con ella?
- Te tengo que pedir un favor. No le digas a nadie nada de esto.
- Por dios Juan, esto no tienes ni que pedírmelo. ¿Qué piensas hacer?
- No lo sé aún, pero dime donde está este lugar.
Carlos le contó que se trataba de un lugar con pinta de hotelillo, un edificio de arquitectura moderna, situado cerca de la carretera comarcal, a tres kilómetros de la salida de la ciudad. Se tenía que llegar por un camino rural. No era un lugar corriente, como no lo eran las mujeres que trabajaban allí, solo se sabía de él a través del boca oreja. Tenía que ir de parte de alguien, por lo visto podría usarle a él como referencia, era alguien conocido por Doña Engracia, la dueña.
No le fue nada fácil comportarse con total naturalidad con Marta, su esposa, durante los siguientes días. No entendía cómo era posible lo que le había contado su amigo.
Llevaban catorce años de feliz matrimonio. Los dos se ganaban muy bien la vida, el cómo directivo de una empresa de Marketing y ella como abogada en un bufete del que era socia.
Marta era tenida por todos los que la conocían como una mujer respetable y en sus años de convivencia nunca habían tenido ningún problema relevante:
A sus cuarenta y cuatro años Marta era aún una mujer atractiva, cuidaba su alimentación y su cuerpo, seguro que atraía a más de un hombre y aunque nunca la había visto coquetear habría podido entender, o lo hubiese intentado, que tuviese algún desliz pasajero, pero aquello, aquello que le había contado Carlos, aquello no cabía en su cabeza. Tenía que comprobarlo por sí mismo, estar seguro y en su mente empezó a trazar un plan.
Aquella tarde de martes era especialmente calurosa. Juan estaba aparcando en el descampado que había frente a aquel chalé, hotelillo, o lo que fuese aquello, había otros automóviles y entre ellos vio el de Marta. La cabeza le daba vueltas, lo que su amigo le había contado tenía todos los indicios de ser real. Tenía que sobreponerse para llevar a cabo la idea que había elaborado.
Pensó en lo insensata que era su esposa yendo allí con su propio vehículo.
Cualquiera podía reconocerlo.
Tenía el convencimiento de que había algún oscuro motivo para todo aquello.
Quizá un chantaje, alguien que por alguna razón la obligaba a ello. Estaba dispuesto a desvelar toda la verdad cuando llamó al timbre de la puerta.
La abrió un hombre, de unos cuarenta años, robusto. Con pinta de matón, aunque bien vestido.
- Hola, buenas tardes ¿Qué desea?
- Venía a ver a Doña Engracia. Vengo de parte de Carlos.
Le hizo esperar unos minutos, con la puerta entreabierta.
- Bien pase usted. lo espera en el despacho. Lo acompañaré hasta él.
Allí estaba sentado en aquella mesa frente a la dueña del local. Una mujer que aparentaba unos cincuenta años, discretamente maquillada, sonriente y amable.
- Así que viene de parte de Don Carlos, hace poco estuvo por aquí. ¿Le contó cómo funcionamos? Somos un sitio un poco especial. Distinto a otros. No somos un lugar cualquiera donde se explota a las mujeres. No las obligamos a hacer nada que ellas no quieran, ni nosotros, ni por descontado nuestros clientes.
Le mostraré las fichas de ellas y usted escoge, si está libre le indicaré la habitación donde lo esperará. El pago es por adelantado.
- Ah! Si, Vanesa. Estuvo muy interesado en ella. aunque al final se decantó por una más joven, que ofrecía los mismos servicios. Solo hay dos que los ofrezcan. Ya sabe; servicios especiales. Es normal que a su edad los ofrezca, de lo contrario no tendría tantos clientes.
Veamos: Esta es su ficha.
Sí. sin duda era ella. Aparecía en dos fotografías, una de ellas en blanco y negro, desnuda, totalmente postrada, sin mostrar el rostro, la otra era en color, lucía un vestido rojo, con un gran escote que mostraba parte de sus pechos y un corte lateral en la falda, dos dedos por encima de la rodilla poniendo al descubierto uno de sus muslos, los zapatos de tacón alto a juego con el vestido completaban la vestimenta. Le sorprendió, no tanto que llevase un collar de cuero negro, si no el hecho de que llevara su anillo de casada.
- Lo cierto es que los clientes están muy contentos con ella. El hecho de su madurez y el de ser una mujer casada les despierta el morbo. Bastantes repiten debido a que o sabe simular muy bien su placer o simplemente lo tiene, que es lo que yo creo.
Servicios: Sumisa. Si a todo (anal con preservativo). Humillación verbal y física. Azotes, sin marcas.
Edad: Cuarenta y cuatro años.
Estado: Casada.
Disponibilidad: Martes y jueves de tres a siete y media.
Límites: Scat.
Palabra de seguridad: Verde.
- Disculpe ¿Qué quiere decir con palabra de seguridad?
- Bueno, verá, si el cliente la somete a algún, digamos, castigo corporal y hay un momento en que supera su umbral de dolor, diciendo la palabra clave, el cliente está obligado a parar de forma inmediata.
- Una duda más: ¿Scat incluye lluvia dorada?
- No. No. Lluvia dorada está incluido en el "Sí a todo"- Dijo sonriendo.
- ¿De qué precio estamos hablando?
- Doscientos por una hora y trescientos por dos. Comprenderá que se trata de una mujer especial.
- Está bien. Creo que dos horas sería mejor que una. No me gusta hacer las cosas de manera precipitada.
- Solo hay un pequeño problema, debería esperar un rato. Ella quiere tener media hora entre cliente y cliente, dice que, para reponerse, ya que se entrega mucho y yo, naturalmente se lo respeto, Puede ir a dar una vuelta y volver dentro de un cuarto de hora o escoger a otra. Aquí no hay un sitio donde hacer tiempo, no nos gusta que los clientes se vean entre si. Es un tema de confidencialidad. ¿Comprende?
Juan salió a pasear un rato por los alrededores, mientras fumaba un par de cigarrillos e intentaba tranquilizarse. Había pagado ya los trescientos euros y sabía a qué planta y habitación dirigirse, justo en quince minutos.
Aquella era una habitación amplia, con una cama con barrotes, apropiada para según qué fantasías. La luz era suave. En una de las mesillas había una lámpara roja que daba un toque de burdel a aquel espacio, a su lado un paquete de preservativos y un consolador realístico, negro. De las paredes desnudas colgaba una fusta y unas muñequeras. Una mesita con dos butacas y encima de ella una botella de cava en un cubo con hielo y dos copas, completaba aquel espacio. Pero nadie le estaba esperando. Al ver la puerta entreabierta de lo debía ser el lavabo supuso que Marta estaría terminando de arreglarse.
- ¿Vanesa?
- Sí. Espérese unos minutos por favor. Póngase cómodo señor, en nada estoy con usted.
El rostro de Marta palideció al ver a su esposo sentado en uno de los sillones, tomando una copa de cava, completamente desnudo, exceptuando sus calzoncillos.
Sus palabras, balbuceando, eran de súplica. Pedía perdón, asegurando que lo amaba, que nunca más haría aquello. Que no la abandonara.
- ¿Pero qué coño es esto? ¿Estás colocada o qué? ¿A qué viene esta comedia? He pagado trescientos euros por disfrutarte. ¿Pretendes que le diga a Doña Engracia que estás loca? Qué no sirves para nada Seguro que tu chulo te pondrá en tu sitio.
- Yo..Yo no tengo chulo. De verdad que no.
- Pues deberías, cualquiera podría identificarse y contárselo todo a tu esposo. Arruinar tu vida. ¿Quién impediría que hablase? Pero esto ya lo trataremos después, ahora compórtate como lo que eres y guárdate mucho de tutearme. ¿Entendido? ¡Desnúdate! Quiero ver por lo que he pagado y déjate de tonterías y lloriqueos.
FIN... CONTINUARA.

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