El tren serpenteaba entre montañas cubiertas por una niebla espesa, como si la naturaleza intentara ocultar algo de los ojos curiosos. Yukiko observaba por la ventana, con una mezcla de ansiedad y nostalgia mientras las sombras de los árboles parpadeaban en la oscuridad. La noche ya había caído, y con ella, una sensación de claustrofobia. Regresar a Akatsu no había sido una elección. Su madre había muerto, y el destino la empujó de nuevo hacia ese lugar del que había huido hace tantos años.
Las luces del tren parpadearon. Por un momento, su reflejo en el vidrio parecía distorsionado, casi irreconocible. Se obligó a mirar hacia otro lado, tratando de ignorar el escalofrío que recorría su espalda. Hacía frío, mucho más del que debería sentirse en esa época del año.
El tren se detuvo con un chirrido, y Yukiko fue la única en bajar. La estación de Akatsu era pequeña y desierta. Apenas un par de farolas iluminaban el andén, y la oscuridad parecía devorar el mundo más allá de su pequeño círculo de luz. Respiró profundamente, el aire olía a tierra húmeda y algo más, algo que no podía identificar pero que le revolvió el estómago.
Mientras avanzaba por el camino que conducía al pueblo, los recuerdos comenzaron a regresar en oleadas, como fantasmas arrastrados por la brisa. Recordaba las noches en las que su madre le advertía que nunca se adentrara en los bosques, que no mirara demasiado a los extraños del pueblo, y que, sobre todo, evitara las noches sin luna.
—No confíes en nadie —le había susurrado su madre una vez, con la mirada perdida en la distancia—. Ni siquiera en mí.
El eco de esas palabras se filtraba en su mente mientras el viento susurraba a su alrededor, como si el mismo bosque estuviera al tanto de su regreso.
Al llegar al pueblo, algo estaba mal. Akatsu había cambiado, o al menos eso parecía. Las casas estaban más envejecidas, algunas cubiertas de musgo y enredaderas que parecían devorarlas lentamente. Las pocas luces encendidas en las ventanas proyectaban sombras distorsionadas que se movían como si tuvieran vida propia. No había nadie en las calles, pero Yukiko sentía los ojos invisibles siguiéndola desde las sombras, miradas que la examinaban con un hambre inquietante.
Frente a la antigua casa de su madre, una figura estaba esperando. Yukiko se detuvo en seco. Al principio, pensó que era una sombra más de las muchas que poblaban el pueblo, pero no, era alguien real. La figura era alta y delgada, y aunque su rostro estaba parcialmente cubierto por la penumbra, Yukiko reconoció esos ojos: Ren.
Ren había sido su amigo de la infancia, pero también había algo en él que siempre la había inquietado. Había una oscuridad en su mirada, algo que, incluso cuando eran niños, la había mantenido a raya. Ahora, esa oscuridad era palpable, como si hubiera crecido en su ausencia, envolviéndolo en una aura casi irreal.
—Yukiko —su voz era suave, apenas un susurro, pero resonó en el silencio del pueblo como un grito.
Ella tragó saliva y dio un paso hacia él, aunque su instinto le gritaba que huyera. Ren no sonreía, solo la observaba con una intensidad que la hizo sentir pequeña e indefensa, como una presa. La luz de la farola cercana le reveló parcialmente el rostro: sus facciones seguían siendo las mismas, pero había algo en su piel, una palidez antinatural, casi como si estuviera desprovisto de vida.
—Lamento lo de tu madre —dijo finalmente, sin emoción en su voz—. El pueblo... no es el mismo desde que te fuiste.
—Lo noto —respondió Yukiko, forzando una sonrisa nerviosa.
Ren dio un paso hacia ella, demasiado cerca. Yukiko podía sentir el frío que emanaba de su cuerpo, como si estuviera hecho de algo más que carne y hueso. Su corazón comenzó a latir más rápido, pero no de miedo, sino de algo más oscuro, algo que no quería admitir. La atracción que siempre había sentido por él volvía, pero esta vez mezclada con un terror que le quemaba en la garganta.
—Deberías tener cuidado —murmuró Ren, inclinándose hacia ella hasta que sus labios casi rozaron su oído—. No todo el mundo es lo que parece. Y aquí... el hambre nunca se apaga.
Antes de que pudiera responder, Ren se alejó, desapareciendo entre las sombras del pueblo como un espectro. Yukiko se quedó inmóvil, paralizada por lo que acababa de ocurrir. No era solo el reencuentro con Ren lo que la inquietaba, sino lo que sentía crecer en su interior. Algo en ella se removía, como si el simple acto de regresar a Akatsu hubiera despertado un hambre que no sabía que tenía.
Un hambre que comenzaba a devorarla lentamente.
Sin saber exactamente por qué, de repente Yukiko llevó una mano a su cuello. Sus dedos se encontraron con la piel fría, y entonces lo sintió: una marca, apenas perceptible. Como un mordisco...
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𝔲𝔫 𝔲𝔩𝔱𝔦𝔪𝔬 𝔟𝔬𝔠𝔞𝔡𝔬
Horror𝔲𝔫 𝔲𝔩𝔱𝔦𝔪𝔬 𝔟𝔬𝔠𝔞𝔡𝔬 "𝔲𝔫𝔞 𝔢𝔵𝔱𝔯𝔞ñ𝔞 𝔥𝔦𝔰𝔱𝔬𝔯𝔦𝔞 𝔡𝔢 𝔯𝔬𝔪𝔞𝔫𝔠𝔢" En las profundidades de las montañas de Japón, yace la aldea de Akatsu, un lugar olvidado por el tiempo, donde las sombras guardan secretos antiguos y el vien...