Just Kissing?

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Damian disfruta de cada instante a su lado. Disfruta de los besos bajo la suave y cálida luz de las tardes, disfruta de sus risas contagiosas en medio de su habitación desordenada, disfruta de sus miradas indiscretas en sus secciones de estudio, disfruta de sus manos juguetonas que se aferran a su alrededor y disfruta de su cabello rosado que fluye con gracia allá donde ella vaya. 

Él toma cada uno de los momentos, esperando alguna vez tener suficientes, pero descubriendo en seguida que aquello no sucederá. 

Por el contrario, se encuentra deseando más.

Más instantes a su lado, por pequeños e insignificantes que sean, incluso si solo son para observar una de sus sonrisas cínicas deslizarse en su rostro o para encontrar su mirada risueña, del color de la esmeralda, justo sobre él.

No sabe por cuánto tiempo podrán permanecer así, pero Damian desea que nunca termine. Es egoísta y se permite soñar, fingiendo que los deberes que cada uno debe cumplir nunca los alcanzarán, no a su dulce y pequeño juego, no a ellos dos.

(...) 

Anya suspira contra sus labios cuando él se aleja, estremeciéndose al encuentro de su mirada y bajó el tacto de su mano que se desliza por su espalda. Una sonrisa ilumina su rostro, y llega hasta sus ojos, que están nublados del deseo. 

—Tenemos clases —dice ella, tanto una afirmación como una lamentación por igual. 

—Lo sé —responde Damian, pero la idea parece no tener espacio en sus preocupaciones mientras se inclina sobre ella para dejar otro beso en la comisura de sus labios. 

Siempre es difícil separarse de ella, pero ahora es casi imposible. Ahí, sentados bajo la sombra de un árbol, con el manto dorado del sol filtrándose a través de las hojas, iluminando de una forma particularmente angelical el cabello rosado de la esper, Damian no siente ningún deseo de abandonarla.

No cuando ella se inclina hacia su toque, y hacia su torso, mientras permanece sentada entre sus piernas. No cuando su pequeña mano se posa sobre su mejilla y deja un rastro abrasador sobre su piel. 

Él ha descubierto que es dócil a sus atenciones. 

No recuerda exactamente desde cuándo empezó, solo tiene una vaga memoria de un día de exámen, después de una ardua semana de estudio, Anya rebosando de felicidad debido a sus perfectas calificaciones, y sus manos deslizándose por su cintura cuando ella salta hacia él. Sucede en un segundo, lo toma desprevenido, pero de alguna manera, la agradable tensión que siempre los rodea se transforma en algo más cuando Anya toma el cuello de su camisa, deposita un beso sobre sus labios y él la recibe con entusiasmo.

Nunca le dan un nombre, y a veces, él siente que al hacerlo todo se esfumará entre sus dedos. 

Damian cierra los ojos y apoya su frente contra la de ella. Sabe que lo está observando, que sus pupilas jade se quedan aguardando el encuentro de su mirada almendrada, y algo de todo eso le devuelve la tranquilidad. 

—Odio las clases. 

—No serías tú si no lo hicieras —responde él, la comisura de sus labios elevadas en una sonrisa. 

—Hoy las odio más… —dice Anya, sus dedos jugando con un rizo travieso detrás de su oído. —Te dije que debíamos vernos después de clases. 

—Lo siento. 

—Mentiroso. 

Anya aleja su mano de su rostro y desliza sus piernas fuera de su regazo, quedando únicamente sentada a su lado, mientras alisa su falda. Damian lamenta la pérdida de su calor, sin embargo sabe que no deben perder más tiempo. 

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