XIII: ¡Qué ya se me pasará!

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Tras permanecer largo rato, abrazados, Felipe se alejó un poco, pero mantuvo la cabeza gacha, como si buscase una forma fácil de contar o explicarme algo demasiado difícil. Mi amigo suspiró, pero aunque intentó darme la cara, su mirada no abandonó el suelo al hablar.

—Ella no es mi prometida...

—Te lo dije, no es mi asunto —le interrumpí enseguida—, tampoco me debes explicaciones, no soy quién para recla...

—Cierra el hocico y escucha —me interrumpió de vuelta y continuó—: ellos lo creen porque es la única chica que entra y sale de mi recámara a sus anchas, ¿me copias?

Afirmé con la cabeza a pesar de que no me veía, él comenzó a dar diminutos pasos de un lado a otro del umbral. Después de un momento siguió:

—Bien, ella es importante, pero no, no estamos comprometidos...

—¿Por qué no los corriges? —indagué por inercia y él se encogió de hombros al responder:

—No le di importancia al rumor...

—Ya, Feli, lo siento. Fui un idiota, te hice sentir mal...

—¡Qué cierres el hocico! —Volvió a interrumpir, fastidiado—. Flo, tu descargo me incomodó y tal vez tienes algo de razón, pero tampoco fue del todo tu culpa, mi actitud.

Un largo suspiro dejó escapar antes de fijar la mirada en mí. Sus ojos temblaron y eso me provocó una fea sensación en el pecho. Felipe suele ser divertido, gracioso o bromista; verlo así resultó doloroso a la par de inquietante.

Le costaba contarme sus penas; siempre ha sido así y ya me había confirmado en el aeropuerto que solo me mostraba el lado lindo de su vida. Sin embargo, ¡maldición! Necesitaba hacerle entender que mi hombro estaba disponible para él.

—Feli, ¿de verdad soy tu mejor amigo? —Felipe ladeó la cabeza sin comprender mi pregunta y yo proseguí—: Quiero decir, siempre te bombardeo con mis problemas y tú estás para mí; pero siento que no es tu caso, tal vez no confías en mí...

—Si cierras el hocico de una vez por todas, sería más sencillo.

No dije nada, él sonrió, nervioso y bajó la cabeza una vez más. Lo contemplé expectante, largo rato e incluso noté que empuñaba las manos con fuerza a ambos lados del cuerpo. Había mucha frustración en su gesto.

—Tuve líos en casa con Alfredo —dijo al fin—, lo típico de cada visita: mi padrastro enojado, envidioso, lo que sea... Mamá no lo dice, pero sé que le da la razón. Según ella, yo soy el problema, yo causo los enfrentamientos entre nosotros, solo por no callarme...

Felipe suspiró largo y fuerte, fue como si liberase un enorme pesar. A partir de ese punto, la voz le tembló, se quebró un poco también. Su actitud me produjo un doloroso latido.

—A-Alonso apareció y todo fue peor, nos peleamos... —Feli se llevó una mano a esa marca en su pómulo izquierdo que vi por la mañana, entonces entendí por qué lucía tan pronunciada: yo no la provoqué—. En fin, no fue una visita agradable, por eso regresé temprano...

Volví a abrazarlo, él a mí con mayor fuerza, mientras susurraba a su oído que todo iría bien y podía contar conmigo, me agradeció en el mismo estado, afirmando contra mi pecho. Después de un largo rato me soltó y se giró. Al notar la maleta abierta sobre mi cama, volvió a verme con ojos brillosos, enormes y repletos de incredulidad.

—¿Estás empacando?

No me dejó responder. Caminó veloz hasta estar frente a ella, pasó la vista entre cada una de las cosas que saqué del armario y preparaba para el viaje de regreso. Su respiración se aceleró.

¡Qué no me llamo Osvaldo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora