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Octubre

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Algunos días, Draco casi podía convencerse de que había sido sincero sobre su incapacidad para ser un buen amigo de Granger. La mayor parte del tiempo, sin embargo, se pasaba el día observándola trabajar y contemplando las impresionantes profundidades de su negación, mientras intentaba ignorar las miradas cómplices que ella le dirigía: las sonrisas petulantes que decían ya lo resolverás o no me importa esperar. Pero él no podía entenderla. No podía comprender por qué estaba tan convencida, tan desarmantemente segura, de que eran, o podían ser, amigos.

Por tentador que fuera desechar ese pensamiento, empaquetarlo y silenciarlo con una fuerte dosis de Oclumancia, Draco se obligó a admitir que gran parte de su incapacidad para ser amigo de Granger residía en el hecho de que no quería ser solo su amigo.

Desde luego, no tenía por costumbre pajearse con la imagen de los bonitos labios rosados de su amiga durante la ducha matutina. Eso parecía algo totalmente distinto, arrancado de los escondrijos de su cabeza que una vez había mantenido a raya con autoengaño.

Odiaba aquellos momentos de debilidad, cada vez más frecuentes, pero saboreaba la cruda dosis de deseo que le provocaba la imagen de los rizos salvajes de Granger o sus labios o su ramillete de pecas cuando se permitía una fantasía. Y después, recordaba el brillante cabello castaño oscuro, sus delicados pómulos y sus ojos azules, con el estómago revuelto por lo vil que se había vuelto.

Cuanto más intentaba fingir que Granger y él no podían ser amigos de verdad, más fácil le resultaba a su subconsciente contraatacar, presentando un extenso argumento a favor de que siguieran relacionándose. Maldito subconsciente traidor; Draco sabía que las excusas hacia la amistad no serían más que una pendiente resbaladiza hacia la justificación de algo más.

—Hoy estás ocluyendo, —dijo despreocupadamente al pasar, ya desalojando y permitiéndose el acceso a una nueva sala para desmantelar.

Había estado repasando las notas de sus últimos experimentos, aun luchando por extraer con éxito la magia oscura de la carne sin dañarla. Tenía varios lugares en el pecho que le palpitaban como testimonio de sus últimos fracasos. Se sentó en un sillón transfigurado del vestíbulo y apenas se dio cuenta de que Granger iba y venía de una habitación a otra, haciendo un trabajo rápido en un ala relativamente poco utilizada de la mansión.

Ella siempre parecía saber hasta dónde podía presionar, nunca demasiado, pero hacerle responsable de cualquier norma se había convertido en su procedimiento operativo habitual. Llevaba varios días ocluyéndose, adormeciendo recuerdos errantes de ella mirándolo bajo las suaves farolas del callejón Diagon, intentando forzar el deseo que todo lo consumía de ser aceptado en su vida. Ella le había permitido unos días de su humor, y ahora, lo sacaba a relucir.

Antes de intentar la oclusión, volviendo a su frío y entumecido aliado, simplemente intentaba centrar sus pensamientos en las razones por las que no podían ser realmente amigos. El salón solía venirle a la mente. Horribles recuerdos de sus gritos, imágenes de su tortura. Draco no podía ignorar ni olvidar que su hogar, su familia, había estado tan íntegramente ligada al movimiento que intentó arruinarla. La primera y más obvia razón por la que no podían, no debían, ser amigos: cualquier asociación con él no sería más que la reintroducción de una enfermedad a la que ella ya había sobrevivido.

Su abuelo Abraxas había muerto de viruela de dragón. El ataque que finalmente lo mató no fue su primera experiencia con la enfermedad. La había tenido una vez, años antes, y había sobrevivido. Pero en una segunda infección, la magia de la enfermedad se comportó de manera diferente. Tenía un aspecto diferente, actuaba de forma diferente, pero seguía causándole estragos. Había sido su perdición; un patriarca abatido, destrozado por una cosa que no podían ver y contra la que no podían luchar.

Beginning and End - Dramione (Traducción)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora