CAPÍTULO 5

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Sombra de Arce luchó para salir del sueño, tosió y sintió el calor de la fiebre.
«¿Dónde estoy?». Haciendo un esfuerzo, salió del nido espinoso y miró a
su alrededor. Un ratón recién cazado yacía a su lado, y la gata sintió como
su estómago retumbaba. No recordaba la última vez que había comido. Se
inclinó para comer un bocado cuando los recuerdos de dónde estaba y qué
había sucedido inundaron sus pensamientos y, violentamente, vomitó.
«¡Mis cachorros! ¡Manzano Opaco!».

—Hola… ¿estás bien?
Un ansioso maullido hizo que Sombra de Arce levantara la vista.
Un pequeño gato blanco y negro estaba parado al pie de la enorme pila
de heno que llenaba la guarida. La luz del día se filtraba a través de grietas
de las paredes de madera, haciendo notar pequeñas motas de polvo que
flotaban en el aire.
—¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú? —maulló Sombra de Arce con voz
ronca.
El pequeño gato recogió la bola de musgo húmedo que yacía en sus
patas y la llevó hasta ella.
—Necesitas beber —instó—. Mi nombre es Myler, este es mi granero.
Te fuiste a dormir tan rápido anoche que no tuve tiempo de presentarme.
¿Cómo te sientes? —La miró a los ojos, pero Sombra de Arce apartó la
mirada—. Todavía te ves cansada —observó Myler—. Cómete el ratón,
luego te dejaré descansar un poco más.
—No pienso quedarme —siseó Sombra de Arce—. No quiero tu carne
fresca.
—Pero hay mucha para compartir —insistió Myler—. Puedo atrapar
más por mi cuenta luego, no hay problema.
Sombra de Arce avanzó tambaleándose, casi arrojando al gato al suelo.
—¡Déjame en paz! —gruñó—. No necesito tu ayuda.
Buscó el agujero de la pared por donde había entrado. Detrás de ella,
Myler maullaba algo sobre dar cobijo a extraños y tener mucho espacio en
el granero. Sombra de Arce no se molestó en escuchar. ¿De qué podía
servirle una mascota? «¡Mi vida está arruinada! ¡Jamás hice algo malo y, sin embargo, lo he perdido todo!». La imagen de ella y sus tres cachorros muertos flotaba en la periferia de su campo visual, como si fuera capaz de verlos si girara la cabeza lo suficientemente rápido.
—¡Mamá, ayúdanos! —gemían los pequeños.
—No puedo… —susurró Sombra de Arce—. Oh, mis preciosos cachorros, lo lamento tanto…
Temblando de hambre, Sombra de Arce se adentró en la espesa maleza
que bordeaba el territorio del Clan del Río. Se mantuvo lejos de la frontera
mientras se dirigía cuesta arriba, hacia el desfiladero. Ella sabía que allí se
encontraba un puente de madera de los Dos Patas, justo debajo de las
escarpadas paredes de roca donde podría cruzar hacia el territorio del Clan del Trueno. Sintió un temblor irresistible dentro de ella. Ahí estaba, de vuelta al lugar donde había pasado toda su vida. No hubo ningún consuelo en los delgados sauces del territorio del Clan del Río, y el amplio páramo que se extendía por encima del desfiladero la hizo estremecerse de miedo.
Sin embargo, ansiaba poder encontrarse bajo árboles robustos y que la
espesa maleza verde la mantuviera pegada al suelo, llenando sus sentidos
de aromas y sonidos familiares.
Arce Sombrío alcanzó el puente y lo cruzó corriendo, con las orejas
pegadas al cráneo y el lomo erizado. El fuerte estruendo del río cayendo
por el acantilado llevó a su mente al momento en que soltó a Pequeño
Parche. «¡La corriente era demasiado fuerte! ¡No fue mi culpa que
murieran!». , se recordó a sí misma. Saltó del puente hacia el suelo seco y arenoso que ascendía hasta los Cuatro Árboles. Si doblaba y seguía su camino río abajo, estaría en el territorio del Clan del Trueno. Tratando de ignorar el fuerte sonido del agua, caminó unos pasos hacia la frontera, sintiendo el aroma de las marcas olorosas impregnadas en el aire.
Se quedó helada. ¡No podía cruzar la frontera! Había sido expulsada... exiliada por sus propios compañeros de Clan. Si ponía una sola pata en su antiguo hogar, sería tratada como una invasora.
Los pensamientos de Sombra de Arce fueron interrumpidos por la imagen de un pequeño gato negro que la observaba con los ojos entornados llenos de sospecha, escupiendo palabras que delataban gran indignación. «¡Ala de Cuervo!». Todo había sido su culpa. Él había sacado conclusiones precipitadas, él mermó la confianza del Clan en ella, él forzó a sus compañeros de Clan a juzgarla por algo que ella no podía controlar.
Debido a sus acciones, Pequeño Parche, Pequeño Alerce y Pequeña Corola habían muerto. ¡Cada bocanada de aire que inspiraba Ala de Cuervo era el aliento que le había negado a sus cachorros!
La ira creció dentro de Arce Sombrío hasta que los sonidos del bosque
se desvanecieron y su visión se tornó borrosa. Trastabilló a lo largo de la
frontera, sin importarle cuando las piedras raspaban sus garras o las zarzas
le arrancaban su pelaje. El calor de su piel le quemaba, Arce Sombrío era
apenas consciente de que estaba más sedienta de lo que jamás había
estado, pero incluso cuando sus patas pisaron un charco, fue incapaz de
reunir la energía suficiente para detenerse y beber. Siguió avanzando hasta que se le hizo imposible continuar, y se dejó caer ahí mismo, en una zanja
estrecha junto a un acebo que olía a su hogar.
La gata cerró los ojos y escuchó los latidos de su corazón. Parecían
hacerse cada vez más fuertes, hasta que el montón de hojas en el que se
había tumbado comenzó a temblar. Con una fuerte sacudida abrió los ojos
y vi un rojizo rostro mirándola con consternación.
—¡Arce Sombrío! —chilló Ortiga—. ¡Se supone que no debes estar aquí!
—Entonces finge que estoy muerta —Arce Sombrío gruñó—. Podría estarlo.
La mirada de Ortiga recorrió la zanja.
—¿Dónde están tus cachorros? —susurró—. ¿Están en el Clan del Río?
Sombra de Arce sintió cómo el entumecimiento la envolvía una vez más.
—Se han ahogado en el río.
—¡Oh no! —Ortiga abrió los ojos de par en par.
Sombra de Arce dejó que su hocico descansara sobre la fría tierra.
—Déjame sola.
Lanzando un maullido ahogado, Ortiga dio media vuelta y huyó. Sombra de Arce se preguntó si alguna vez saldría de aquella zanja. De pronto sintió pisadas que se aproximaban a ella. Sombra de Arce abrió uno de sus ojos. Pudo visualizar a Ortiga, que estaba empujando un montoncito de hierbas hacia ella.
—Estaba recolectando hierbas para Ala de Cuervo —maulló—. Pero creo que tú las necesitas más. No hueles bien, Sombra de Arce.
El aprendiz la miró seriamente, nuevamente alcanzando las hierbas medicinales.
—Por favor, cómelas… lamento lo que le sucedió a tus cachorros. Deseo Lentigo vio lo que sucedió en el río, confié que lograrían llegar al otro lado.
Con un sobresalto, Sombra de Arce se levantó.
—¿Deseo Lentigo vio lo que sucedió?
El aprendiz parecía asustado.
—Sí. Ella te siguió para asegurarse de que te fueras. Ella… ella dijo que te caíste de los pasaderos.
—¿Y se quedó mirando sin hacer nada? —maulló Sombra de Arce con
voz ronca—. ¡Los cachorros estaban indefensos! ¡¿Cómo pudo atreverse a no hacer nada?!
Ortiga comenzó a retroceder.
—No lo sé. Ella debe haber pensado que estarían bien. Dijo que había
gatos del Clan del Río en la orilla opuesta.
—¡No estaban bien! —Sombra de Arce gruñó, arqueando el lomo y
hundiendo las garras en el montoncito de hierbas.
—¡Ortiga! ¿Dónde estás?
Un gato llamó desde el otro lado del arbusto. Ortiga dejó escapar un gemido y se alejó corriendo.
Sombra de Arce volvió a tumbarse en la zanja. Masticó las hierbas sin saborearlas, sintiendo gran satisfacción de que las había tomado de Ala de Cuervo. ¿Cómo podía continuar recolectando hierbas y tratando a sus compañeros como si nada hubiese pasado?
La gata ardió con la necesidad de verlo, de hacer que se arrepintiera de
haber desparramado su secreto, que era de ella, y solamente de ella. Miró
hacia arriba, la luna había aparecido en el cielo crepuscular. Al día
siguiente sería media luna, noche en que los curanderos viajarían a la Roca Lunar.
Sombra de Arce podría tener prohibido ingresar al territorio del Clan del
Trueno, pero ningún gato era capaz de echarla del camino que llevaba
hacia la Boca Materna. Ala de Cuervo estaría solo, desprotegido de los
guerreros que fueron lo suficientemente estúpidos como para escuchar sus
acusaciones y habladurías.
Sintió cómo las hierbas iban haciendo efecto, devolviendo la fuerza
que habían perdido sus patas. Con un gruñido, saltó de la zanja y comenzó a trotar alejándose de la frontera, adentrándose en los matorrales de zarzas que rodeaban la hondonada de los Cuatro Árboles. No era seguro
permanecer tan cerca del territorio del Clan del Trueno, no cuando las
patrullas podrían estar alerta de su presencia. No podía saber si Ortiga se mantendría al margen o la buscaría, aunque probablemente no admitiría haberle entregado las hierbas.
Sombra de Arce descendió por la empinada pendiente hacia la hondonada, se detuvo brevemente para admirar los cuatro imponentes robles, luego continuó, ascendiendo por el otro lado para sumergirse en los árboles que bordeaban el territorio del Clan del Viento. Se detuvo, se le erizó el lomo al sentir olor a zorro, pero se relajó al darse cuenta que era rancio, además, eso escondería su propio aroma de posibles patrullas fronterizas del Clan rival. Sintió el zumbido de pisadas aterrorizadas sobre el suelo; asomándose por encima los helechos, avistó un conejo corriendo
por el páramo directamente hacia su escondite, perseguido por una patrulla
de gatos del Clan del Viento. Sombra de Arce apenas había tenido tiempo
para pensar antes de que el conejo corriera directo a ella como una bola de
pelos ruidosa. Alcanzó a morder su cuello, matándolo al instante. Los
guerreros aún estaban corriendo hacia su posición, por lo que Sombra de Arce tomó al conejo entre sus dientes y saltó al árbol más cercano. Sus garras resbalaron por la suave corteza y la presa estuvo a punto de caérsele, pero finalmente consiguió restaurar su equilibrio clavando sus garras en una rama más baja. Debajo de ella, escuchó a los desconcertados gatos del Clan del Viento.
—¿A dónde se fue ese conejo? —preguntó uno de ellos.
Otro estaba dando vueltas al tronco, olfateando el suelo con mirada desconcertada.
—El camino termina aquí, pero eso es imposible. Los conejos no pueden trepar árboles.
—No sé cómo puedes distinguir ningún aroma en este lugar —refunfuñó un viejo gato con pelaje moteado marrón. Sombra de Arce supuso que ese debía ser Mosquito—. ¡Todo este lugar apesta a
zorro!
Sombra de Arce contuvo la respiración, preparándose por si uno de los
gatos miraba hacia arriba y la detectaba. Había algunas hojas cerca de su
posición, por lo que no era posible trepar a otra rama más alta sin hacer
ruido. Pero la patrulla olfateó un momento más y emprendió su regreso al páramo abierto, aún extrañados por la desaparición de su presa.
«¡Tontos!». , pensó Sombra de Arce mientras comenzaba a devorar el conejo.
Pasó la noche bajo un grupo de helechos en una parte más profunda del pequeño bosque. Despertó temblando bajo una fina lámina de escarcha, extrañando la calidez de sus cachorros. «Dondequiera que estén, espero estén calentitos», pensó mientras tiritaba de frío. Todavía tenía el estómago lleno por el conejo que había robado, por lo que se dirigió directamente a campo abierto, suponiendo que era demasiado temprano para la patrulla del alba. Había viajado a la Roca Lunar una única vez en el pasado, apenas siendo una aprendiza. Sombra de Arce recordó el entusiasmo que había sentido al estar dentro del territorio del Clan del Viento con impunidad; recordó cómo deseaba ser vista por una patrulla y que la confrontaran. Pero esta vez salió de la roca directo a un arbusto de aulagas, maldiciendo la escasa cobertura que ofrecía el descampado páramo.
Finalmente llegó al pie de la pendiente y se agazapó al borde del Sendero Atronador. El hedor acre de los monstruos se le atascó en la
garganta haciéndola lagrimear, pero para su alivio eran pocos los monstruos que transitaban esa mañana por allí. Esperó unos instantes hasta que el ruido de los monstruos se calmara para cruzar la fría y dura superficie negra. Ya del otro lado, se abrió camino a través de la larga y suave hierba y se internó en un arbusto. Recordó haber pasado por un
granero de Dos Patas con vacas y una guarida oscura con olor a heno
donde ella y los otros aprendices se habían detenido a cazar. Esta vez
decidió mantenerse alerta, en caso de que tropezara con alguno de los otros
curanderos que viajasen temprano a la Piedra Lunar.
Después de cruzar una amplia extensión de hierba y abrirse camino a
través de varios arbustos, Sombra de Arce avistó el techo marrón oscuro de
algunas viviendas de Dos Patas que parecían ser los graneros que ella
recordaba. Viró hacia el lado opuesto de los establos y trotó a lo largo de
una larga hilera de árboles hasta llegar a donde el camino comenzaba a
ascender abruptamente. Inclinando su cabeza hacia atrás, observó las
irregulares rocas que aparecían en la parte superior de la cresta. El sol las
bañaba, dándoles un aspecto anaranjado y cálido, pero sus bordes puntiagudos aún parecían afilados colmillos contrastando el pálido cielo. El estómago de Sombra de Arce retumbó, haciéndola darse cuenta de que, si no comía ahora, tendría hambre por el resto del día. Se agachó bajo los árboles olfateando sus alrededores y rápidamente sintió el aroma de un topo husmeando en un rayo de sol que se proyectaba en el suelo. No era de sus presas favoritas, pero era una oportunidad inmejorable. Aplastó el
pequeño cuerpo de la criatura con una pata delantera y lo devoró de unos
bocados. Luego de su comida, se sintió más fuerte y lúcida. Continuó su ascenso por el costado de la pendiente, esparciendo guijarros sueltos a su paso. Cuando el débil sol comenzó a ponerse, las rocas irregulares parecieron arder en llamas, Sombra de Arce saltó sobre una gran roca que sobresalía y abrió sus fauces para lanzar un grito al valle que tenía debajo.
«¡Estoy lista para ti, Ala de Cuervo! ¡Vas a pagar por lo que has hecho!».

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⏰ Última actualización: Sep 13 ⏰

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