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Educación física.

Estaban las personas que la consideraban su clase favorita porque podían compartir con sus amigos mientras hacían actividades dinámicas en las cuales movían el cuerpo, o juegos divertidos que servían para relajarse de las tareas llenas de letras y números que nos mandaban las demás materias. Ya saben, un momento para despejarse de todo y solo trabajar tu físico.

Sí, qué pereza.

O, también estaban las personas como yo, que odiábamos mover el cuerpo, que no nos parecía bonita la idea de correr o caminar durante todas las mañanas, que preferíamos encerrarnos en una habitación a leer o a estudiar un pinche libro, y que detestaban educación física.

Exactamente, por eso ahora mismo tenía las ganas de morirme al cien por ciento, ya que me tocaba justamente esa linda y maravillosa materia. ¿Y saben con quién me tocaba compartir esta clase para mi desgrac... ? Digo, ¿y saben con quién me tocaba compartir esta clase? Sí, con la persona más atlética, elástica y amante del deporte que había conocido en el planeta tierra, Zharyth Pereira.

Cómo el profesor Lenno mencionaba en cada clase...

Aydiosmío.

Cuando decía que Zharyth amaba el deporte hasta más que a sus padres, no lo decía de chiste, era en serio.

Zharyth era una máquina para el deporte. Era buena en todo lo que implicaba mover el cuerpo o hacer movimientos fuertes con él. Cada vez que hacíamos algo diferente en las clases de educación física, ella era quién más se destacaba: Atletismo, basquetbol, fútbol, tenis, béisbol, voleibol, algunos juegos y otras cosas más, pero especialmente en el fútbol.

Apuesto a que esta chica se casaría con el fútbol si fuese una persona.

Adoraba el fútbol, tanto que parecía incluso una obsesión. Sabía qué se había criado en un entorno donde el fútbol era el principal abundante (dado que su padre era un reconocido jugador de la selección de Brasil) y que desarrolló una especie de amor para aquel deporte, pero aún así no terminaba de entender por qué le gustaba tanto. ¿Qué tenía de divertido patear un balón? Ajá, cosas que quizá nunca comprendería ni por más que quisiera.

Para Zharyth, esta era la mejor hora del día (después de las cuatro de la tarde, donde tenía que asistir a su club y, oh por dios, eso sí que le encantaba). Pero para mí no, y creo que eso ya estaba claro.

Más bien sufría por el contenido de la clase, no por la maestra.

¡La miss Lilibeth era la mejor!

Con su porte pequeño, su moño recogido y esos lentes redondos que apretaban el puente de su nariz, aparentaba ser de esas profesoras molestosas y brujas que caminaban de un lado a otro dando quejas como si gritar fuese la solución a los problemas (cofcofmissMarycofcof), pero no, ella era todo lo contrario: Nos trataba muy bien, era amable, divertida y siempre se reía de las tonterías que decíamos.

Sin duda la miss Lilibeth hacía que el peso de esta materia no cayera por completo sobre mis hombros. Aliviaba de cierta forma el hecho de que tenía que soportar cuarenta minutos de ejercicios. Era un milagro que estuviese en clases de boxeo.

No me consideraba alguien perezosa, porque había una gran línea de diferencia entre ser perezosa, a ser una persona que no le gustaba hacer deporte pero aún así cumplía con todas las responsabilidades que se le imponían.

Rumania High SchoolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora