Ven como eres

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—Ya está

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—Ya está. —Terminé de limpiar el pizarrón.

Me castigaron. Todo fue por culpa del maestro de religión cuando le dije que tal vez su Dios ni ninguna de las tonterías que dice la iglesia católica existen.

Él me amenazó con llamar a mi madre por mal comportamiento, si supiera que a ella no le importa en lo que creo o en lo qué no.

Puse la almohadilla de borrar en su lugar, me deshice de la tiza al frotar mis manos una contra la otra.

Todavía me quedaba el barrer una parte del aula y ya era más de una hora después de que acabaran las clases. Revisé mi cellphone, tenía algunos mensajes de familiares recordándome que pronto habría una fiesta en casa de alguno de ellos. Ir será una verdadera molestia.

Me dio un mal sabor en la boca por lo que cogí la escoba y di barrí por los lugares que antes le pertenecieron a los bullies de la clase. Entonces, me acordé de ellos y de la antigua maestra de religión que fue la señora Ruathor Cantleman.

Ella, a pesar de su ingenuidad y que en algunas clases fui un poco pesado, era más aceptable que el gilipollas al que tuve que aguantar todo el año: Mister Beltrán. Ese tipo fue el mismo que en cada clase que pudo, nos puso a orar de pie sin importar que creyéramos o no en sus tontos amigos imaginarios y que, si no lo hacíamos, nos mandaba a la dirección. Fue por su culpa que me mandaron a mí varias veces.

Lo bueno es que me en un par de meses, jamás volveré a verlo; o es lo que quisiera.

Cuando finalmente acabé mi castigo, se oscureció por completo. Afuera los copos de nieve caían y se acumulaban entre las calles. No traía puestos guantes, ni gorro ni a bufanda.

Temblé por efecto del clima.

— ¿Qué carajos? —dije al ver que no muy lejos de mí estaban el conserje y otro hombre juntos. No se veía que la relación entre fuera amistosa ya que uno de ellos tenía el brazo encima del hombro del otro —. Lo suponía —susurré por debajo.

Con ellos comprobé que no fui la ultima persona en salir de la maldita secundaria. Como también mis sospechas sobre el conserje, ahora sí que tenía el sentido del mundo que él no quisiera a las profesoras cerca.

Cruzando por encima de un montículo de nieve, uno de los hombres se giró y ya que no estábamos tan lejos, me vio y alertó a su compañero que igual me encontró

«Mierda».

Corrí con todas mis fuerzas hasta dejarlos atrás. Estuve por tropezar y caerme en la nieve cuando por fin alcancé una zona con más iluminación y autos.

El cibercafé estaba a unas cuadras. La idea de ir ahí era tentadora, pero no lo hice. En la plaza donde suelo encontrar transporte, tomé uno. Para ser las ocho de la noche, estaba lleno de adultos, lo que no me causó sorpresa por completo porque hay muchas personas que viven lejos del centro de la ciudad.

Juego de un MilnombresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora