Muchas veces creía que mi mente era el sitio más seguro del mundo. Al menos eso me decía mi padre cuando era pequeña.
Nadie puede entrar en nuestras mentes, solo nosotros. Aprovecha ese poder.
Pero a veces eso era una condena al mismo tiempo.
A veces necesitaba que alguien entrara y me ayudara a entender todos mis pensamientos, todo lo que provocaban por el simple hecho de vagar por ahí.
Que alguien los arrancara porque yo no los podía echar. Que por mucho que intentara cambiarlos, seguían ahí y no se iban.
Estaba cansada de luchar contra ellos. Cansada de que tuvieran el peso de controlarme.
Nunca entendí el dolor físico que una persona podía llegar a sentir a partir de unos simples pensamientos.
Son algo que no puedes tocar.
Algo invisible, pero que sientes.
La invisibilidad del dolor.
Se extendía cada vez más y más. Y eran días cómo estos donde parecía que se apoderaban de todo. Creaban una barrera de acero impidiéndome entrar en mi propia mente, y me encerraban con esos pensamientos a solas. Dejándome a mi merced.
Pensaba que cada año que pasara sería más fácil. Que su pérdida sería más fácil.
Pero parecía que en vez de quitar peso, se profundizara.
Faltaban cinco días para que se cumplieran los seis años. La profesora Allen me propuso que no fuera a sus clases si lo necesitaba, que entendía lo que estaba pasando. Pero me negué.
Necesitaba tener la mente ocupada, activa. Distraerme de cualquier manera. Limpiando la habitación con música, haciendo trabajos, estudiando, saliendo a correr. Las chicas lo entendieron, y siempre que podían intentaban hacer planes conmigo o con todo el grupo. Se aseguraban de que no me quedara a solas con mi mente.
Pero sobre todo era James quién sabía con exactitud lo que estaba pasando.
El diecinueve de enero se cumplieron siete años de la muerte de sus padres, pero no quiso hablarlo ni dijo ninguna palabra sobre ello. Ese día no fue a clase y se fue con sus abuelos todo el fin de semana. Tampoco dijo donde, simplemente que necesitaba desconectar de todo.
Y le respetaba eso. Cada persona afronta la pérdida de distintas maneras.
Algunas quieren a gente a su alrededor, otras prefieren que les acompañe la soledad.
Yo era partidaria de ambas en cierta manera, aunque en ese momento estaba sola en la biblioteca.
Siempre estaban abiertas, las veinticuatro horas del día. Pero hoy no había nadie. ¿Quién estaría un lunes de madrugada en la biblioteca cuando no era época de exámenes? Pues parecía ser que yo.
Pero no estaba estudiando, estaba apuntando en una hoja todas las pistas que tenía sobre el número desconocido y todo lo que conllevaba.
Todas las amenazas, las horas, pensando en qué hice ese día para ver si las amenazas coincidían con la situación.
La primera fue cuando estaba en la fiesta de Halloween.
"¿Estaría tu padre orgulloso sabiendo que no te acuerdas de él?"
Esa persona estuvo ahí, observando, camuflada. Viendo que me lo pasaba bien. Confundiendo pasármelo bien con olvidar a mi padre.
Otra amenaza fue la del día de mi cumpleaños, aunque bastaba con que una de las chicas subieran algo para que la universidad entera lo supiera.
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Hechos De Oportunidades
RomantikTras la muerte de su padre, Olivia y su madre deciden irse de su hogar en Londres para empezar de cero en Australia, pero cuando la carta de la Universidad de Huntford llega, su mundo se pone patas arriba. Sin esperar nada, conocerá a gente que le c...