32. Flashback.

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Seis años antes.

Denna llevaba tres semanas en Londres cuando conoció a Max. Aún no había hecho muchos amigos durante el Erasmus, conocía tan solo a un par de chicas españolas que vivían en su misma residencia de estudiantes. Por eso, le hizo ilusión escuchar un chapurreo de palabras en español entre tanta palabrería inglesa en la cafetería en la que llevaba toda la tarde sentada con su portátil haciendo un proyecto de la universidad. La cafeteria era "Silver Springs", y Max el camarero que discutía con un cliente argentino acerca de algo del tipo de leche que llevaba su café. Semidesnatada, en lugar de soja.

Denna decidió echarle una mano al moreno que no terminaba de desenvolverse con el castellano y él se lo agradeció más tarde invitándola a cenar. Quizás fue un excusa para tener una cita con ella, Denna estaba radiante ese día, le brillaba la melena rubia dorada, se había comprado una máscara de pestañas que se las dejaba largas hasta rozarle las cejas y un colorete caro de cojones pero que le coloreaba de una forma preciosa las mejillas claras y le hacía lucir un tono impecablemente atractivo. Además llevaba una sudadera color azul, el color que mejor le sentaba.

El caso es que cenaron, en un restaurante demasiado pijo para lo que Denna estaba acostumbrada en Londres. Desde que pisó tierra inglesa solo había gastado ahorros en menús cuestionables de hamburgueserías y supermercados, así que se dejó recomendar por Max y su boca graciosa cuando el camarero les tomaba nota.

Fue una cena divertida, a Denna le parecía hipnotizante escuchar a Max hablar sobre cualquier tema, pasando de un idioma al otro casi sin darse cuenta, creando un monólogo bilingüe acompañado por gestos y gesticulaciones a cada segundo.

Max era guapo, además. El tipo de guapo que parece insultante, que molesta a los demás que no podrán verse nunca de esa manera. Guapo a rabiar, atractivo tan solo por la mirada azul que brillaba y se achinaba al sonreír, que no es poco.

Después de la cena, siguieron la velada en un local de copas y cócteles, donde se dejaron hacer por el dulzor de los líquidos de colores y el leve calor del alcohol al llegar a la garganta y bajar al estómago, se dejaron llevar por los impulsos y, en uno de ellos, se comieron la boca contra la barra del local. Y entonces una cosa llevó a la otra, el beso llevó a más besos, y todos esos los llevó hasta casa del chico. Denna acabó pasando la noche en su casa, la primera de muchas noches juntos. Y amanecieron juntos, el primer amanecer, quizás no tan idílico como la noche.

— ¿Tú no vivías solo? —exclamó Denna rápidamente mientras buscaba su ropa entre las sábanas. Habían escuchado un ruido fuera de la habitación del chico que les había alarmado.

— ¿Qué? ¡No! —dijo Max, vistiéndose también rápidamente—. ¿Cuando te he dicho eso?

— ¡Ayer! Estoy segura de que me lo dijiste. Antes de empezar a meterme mano —dijo ella, aunque luego dudó. Con el ceño fruncido volvió a hablar—: o antes de comerme el coño. Joder, no me acuerdo. Estoy nerviosa.

— Te dije que esta noche estaba solo en casa, pero que mi familia llegaba por la mañana...

Y Max no terminó de hablar cuando la puerta de su habitación se abrió de par en par. Denna se sobresaltó, ahogó un grito mientras usaba un cojín para taparse el pecho desnudo y se cruzaba de piernas para tratar de disimular la ausencia de ropa interior. Max se enrolló en la sábana blanca de su cama y forzó su mejor sonrisa. Denna lo imitó. Y la pelinegra con gafas de pasta que abría la puerta paseaba la mirada entre la chica avergonzada y su hermano mirándole con una sonrisa tirante. Entonces la chica, que abría la boca para decir algo, quizás para excusarse y marcharse de la habitación, pareció encontrar algo interesante en la escena, en algún punto del suelo de la habitación y habló para romper el silencio finalmente:

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