—Es que como se te ocurre— dijo Frances. —Ahora tienen que volver a coserte.
—Pensaba que te habías hecho daño— dijo su padre.
—Solo me estaban revisando. Si me pasa algo sabes que te diré— afirmó Frances.
—Debes llevar cuidado— también Alexander le regañó. –Ahora vendrá el doctor. Tendrá que dormirte otra vez.
—No, no, no— dijo. De mente estaba muy sano. —No me apetece.
—Es mejor. Así descansas.
—¿Y si me necesitáis para algo?
—Creo que podré solucionarlo— dijo Frances. —Descansa— aseguró dándole un beso en la mejilla. —Voy a ver si Adams requiere algo y...
—Fanny— dijo Alexander. —Jefferson y yo hemos pensado en suspenderte temporalmente de tus funciones.
—¿Y quien se ocupará de esto?— Preguntó indignada.
—El General Moultrie— aseguró el pelirrojo.
—¿Qué? ¿Papá? Papá, díle algo— dijo Frances molesta.
—Tienes que entenderlo— dijo Alexaander. —La gente se siente insegura contigo al cargo de la seguridad de este país.
—¿Por qué? ¿Porque soy mujer? ¿Es eso lo que os molesta?
—A mí no me molesta— dijo Alexander.
—A ti te arde— afirmó. —Igual que te arde que no te hayas quedado tú a cargo del partido de mi padre.
—¿Qué? Por supuesto que no— dijo el pecoso. —De hecho, Jefferson y Adams consideran que debería de ser suspendido hasta que John pueda volver a sus funciones.
—Eso es ridículo— se quejó Frances.
—Por favor— dijo John. —Suficiente. Todo va a seguir como de costumbre y el lunes regresaré a mis labores.
—El doctor dijo dos meses de reposo— dijo Alexander.
—¿Y qué sabrá el doctor?— Farfulló John.
—Papá, para, te estás pareciendo al abuelo.
—Es mejor que te dejemos descansar.
—Bravo, Alexander, me sorprende tu inteligencia— afirmó John y el otro suspiró. —De momento, Dejad las cosas como yo las he ordenado, que aún puedo tomar decisiones.
—¿No sé tomará el General Moultrie como una ofensa que cuentes antes en las habilidades de una mujer que en las suyas?— Preguntó Alexander.
—Al cuerno el General Moultrie. Primero, soy su superiori; segundo, es mi hija, no una cualquiera; tercero, ¿quien se fiaría Moultrie? Ni de broma estará a cargo de un estado. Y si se ofende dile a Kinloch que hable con él y lo desofenda— dijo. —Frances, puedes ir a ayudar a Adams.
—Gracias, papá.
—Yo iré a llamar al doctor— aseguró Alexander.
—Ah, no, no. Tú te vas a sentar aquí a mi lado para escribir un comunicado que saldrá mañana en el periódico, ¿sí?— Dijo John y Alexander se sentó a su lado.
—Sabes que te estás desangrado, ¿no?
—Claro, yo mismo aguanto las vendas. Vamos a escribir, es urgente... Empieza... ehm, no sé. Avisa que es un comunicado importante, que todo está en orden y que el lunes tengo previsto regresar y hablemos de una nueva campaña, ¿sí? Te dictaré, estuve pensando mientras dormía.
Estuvieron un rato entretenidos y el medico fue y tuvo que esperar veinte minutos porque no habían terminado. John insistió en qué era de sustancial importancia tenerlo escrito antes de la cura y seguramente de estar dos días medio durmiendo. —Te quiero mucho— dijo Alexander cuando estaban solos y habían pasado algunas horas. Debía aprovechar para trabajar mientras estuviese dormido y antes de que requiriese su tiempo.
—¿Está todo bien?— Preguntó Jefferson y Alexander asintió.
—Está bastante mejor.
—La gente está algo intranquila. Dicen que el doctor ha estado allí varias horas y que nadie puede entrar.
—Ah... ya. Solo quiere descansar. El lunes se incorpora.
—¿Tan pronto?
—Pues sí, ya sabes lo cabezota que es algunas veces— afirmó y se fue a entregar lo escrito para que lo publicasen al día siguiente.
Al día siguiente por la mañana, volvió a ir con John. Quería comprobar que estaba bien, en efecto estaba medio despierto y se alegró de verlo. Le contó un poco de la preocupación de la gente y de que se cocía por los despachos. Nada muy nuevo. De momento tampoco habían llegado reacciones a su nota de prensa y estaba bastante tranquilo.
—Tengo mucho sueño.
—Descansa, te hará bien— aseguró Alexander. —Mejor que duermas a que te duela, ¿verdad?
—Tendríamos que hablar de algunos asuntos— afirmó y el pelirrojo negó y le convenció de que aquello se podía posponer. El trabajo era solo trabajo y John prefería relajarse junto a Alexander.
Cuando se aseguró de que una vez había comido y se había vuelto a dormir salió de la habitación y se encontró a Betsy. —¡Alex!— Gritó la mujer nerviosa.
—Ey, no grites. Está durmiendo— aseguró acercándose a su esposa. —¿Qué sucede?
—He encontrado esta mañana a Beth tumbada en su cama... he llamado al doctor.
—¿Y qué? ¿Qué pasa?
—Se ha pegado dos tiros, Alex, eso pasa— afirmó horrorizada.
—¿QUÉ?— Preguntó desconcertado. —¿Ella? ¿No será alguien que está conspirando contra nosotros?
—Yo no lo sé...— aseguró. —Habrá que avisar a John, ¿no?
—No, mujer, eso no podemos hacerlo. Está descansado... ¿Has avisado a alguien?
—Sí, a Frances. Han empezado a mover seguridad.
—Escucha, Eliza... ¿Crees que ha sido ella misma o debe haber alguien?
—No sé...
—¿Qué crees? ¿Qué demonios piensas tú?
—Ay, Alexander, yo que sé. Quiero irme de aquí. Vámonos al campo con mi padre. No soporto esto. Puedes trabajar de abogado o comerciante.
—No es el momento, estamos cerca de alcanzar la presidencia y como Jefferson la consiga no sé qué voy a hacerle.
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Donde el viento no susurra | Lams
Historical FictionJohn y Alexander se encuentran muy apegados hasta que un bebé se interpone en su camino en el ejército de Washington. Ambos pasarán el suceso por alto e intentarán mantener su relación con normalidad