El viaje era una cuestión inamovible y se encontraba más cerca que lejos. Nuestras pertenencias estaban en su mayoría embaladas. Algunos retratos los envolví en periódico y los empaqueté junto con artículos frágiles. Poco a poco la casa se iba vaciando de vida, los sillones estaban cubiertos con mantas blancas, el refrigerador con una funda plástica que Adam compró. Mi habitación era una todo un remolino de ropa, maletas, cajas; nada seguía un orden fijo. Mi armario solamente tenía dentro un vestido rosa y mi abrigo negro. El estante de zapatos estaba obsoleto, esperando ser olvidado en la esquina de mi cuarto.
- ¿Necesitas ayuda? -preguntó Adam. Negué con la cabeza.
Estaba hincada en el suelo terminando de encintar las cajas con mis pertenencias.
- ¿Podemos hablar? -insistió.
Dejé la cinta en el suelo y di un suspiro profundo. El encontrarme desmantelando mi casa, el lugar en donde había pasado los mejores seis años de mi vida, me tenía bastante melancólica, sobretodo el saber que lo estaba dejando todo por un futuro inestable. Estaba dejando todo nuevamente por algo que no me ofrecía nada. Eso me hacía sentir fatal. Pero debía apostar por Adam, debía confiar en que sabía lo que hacía. En que esta vez sería diferente. Frotó mis hombros con lentitud y después le extendí mis manos para que me ayudara a ponerme en pie. Sacudí mis jeans desgastados y le indiqué con la cabeza que camináramos hacia la cama. Ambos nos sentamos uno frente al otro.
-Dime -le pedí.
-Te has pasado todo el día en esto -dijo- no has parado. ¿Estás bien?
Sonreí sarcásticamente.
-Por supuesto que no estoy bien Adam. Pero lo estaré ¿Cierto? -le cuestioné con esperanza.
-Lo estaremos, lo estaremos Zoé. ¿Puedo hacerte una pregunta?
-Adelante.
Gateé hasta colocarme cerca de la cabecera y acomodé una almohada tras de mí. Mientras tanto él solamente jugaba con una pelusa de su pantalón café. Tenía una corazonada. Sabía lo que me quería preguntar. Lo que no sabía era si yo estaba preparada para responderle.
- ¿Qué sentiste cuando te besé anoche? -preguntó.
-Yo..., no sé. No lo sé -respondí sin firmeza.
No quería lastimarlo. La verdad era que no había sentido nada. Ternura y agradecimiento, pero nada más.
-Sé que no sentiste nada, simplemente quiero escucharlo de ti -suplicó. Mis ojos se abrieron enormes.
- ¿Por qué dices eso? -Pregunté- ¿Cómo lo sabes?
-Para ser una persona que ha vivido entre mentiras y engaños eres una pésima mentirosa -se mofó- y eso es lo que más adoro de ti, tu honestidad, tu inocencia.
-No sentí nada Adam -dije vencida- nada de lo que esperabas que sintiera.
-Eso era exactamente lo que esperaba -dijo sorpresivamente- Que no sintieras nada, es justamente lo que me recuerda que esto valdrá la pena.
Nuestro vuelo salía a la una de la madrugada, por lo que nos obligamos a dormir a las siete aunque nadie tuviera sueño. Cenamos el platillo más elaborado que nuestra pobre nevera nos permitió: emparedado de carnes frías. Tomé una ducha y dejé sobre la pila de cajas el atuendo que utilizaría. Revisé que mis niños durmieran mientras Adam terminaba de arreglar sus cosas. Mandy vino por la tarde y recogió las copias de las llaves de la casa. Todo estaba planificado y estaba saliendo de maravilla. Pero en cuánto estuviéramos en Londres, ahí sería en donde el destino nos pondría a prueba.
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El reencuentro ©
Fiksi RemajaCuando las cosas no van bien en el amor, dicen que la solución está en el tiempo y la distancia. ¿Será este el caso? Pudiera ser que sí, solamente que debemos ser conscientes que en ocasiones puede ser demasiado tarde para volver...