Ovación silbada, probablemente más propia de la belleza subjetiva que de la realidad misma. Finalmente la gravedad del escenario lo recibió. Ante la vista de todos, el joven trajeado a lo película del siglo XX, lo primero que hizo fue dirigirse bien al fondo pegado al telón y de espaldas. Una decisión espontánea, incisiva en la repitencia. En el silencio que patrocinaba su favorable acto, la sinestesia de susurros lo batió a duelo. Apretar con una mano su canica satén y con la otra, tras contemplarlo pensativo, guardar el papel con su poema en el bolsillo, significaba nominalizar la actitud en desafío autogenerado a prueba de balas. Normalizó el nerviosismo de su agitación y comenzó...
- ¡Era insurgente! -exclamó con carácter resoluto y no voló una mosca.
- ¡Era insurgente! -repitió en tono de megáfono, estimulando los desprovistos ojos de todos los que pudo.
En la consiguiente pausa, cacheteó la terminación de su chaqueta hacia atrás como ondulante capa, asegurándose de proporcionar destello de ruido. Realizó un pívot de 360 grados y señaló en alto para dibujar con su índice el trazo circular de un compás sobre su público. Agarró ritmo sosteniéndose el sombrero.
- ¡Almidonada era insurgente! -arrimó un pedacito más de su poema, evocando un llamado.
Hubiera jurado pispear las primeras sonrisas incómodas. Su mano, una flecha, un láser invisible que circundaba a especie de manecilla minutera sobre su botín. Nadie se salvaría, ni los encantados, ni los que habrían de burlarse por su ropa y su cabello largo.
- ¡Era almidonada, insurgente! -jugó con las palabras, las hizo danzar en el variado orden de su recitado-. ¡Insurgente, almidonada, Era! ¡Lontananza! -espoleaba de a poco la reverberación que se vendría.
Caminó con toda la elegancia pop que su armadura de tela podía brindarle. Tomó el micrófono que lo esperaba en el trípode. Lo descolgó y, como un experimentado cantante, comenzó a derretir glotonamente su arte literario, sin dar escapatoria a casi nadie, pues todo el almíbar masticable que podía abrevar, les humedeció las bocas. Ni él sabía de dónde le nacían las ocurrencias.
-Almidonada 'era' insurgente, / ¿qué trajiste, qué nos haces, qué pretendes?
Con párpados izados tanto en unidirección como en entrecruce, el interés de los presentes le fue ofrendado. El poema que se iba degustando de a poco por medio de una lírica uniformemente espaciada, se personificaba en cada movimiento y tono de forma tan preciosa que podía sentirse su exquisita melodía. Siro, trinando sus versos orquestales de memoria, desdoblaba a pulso cada sentido en numerosas posibilidades. "¿Escuchan su melodía?", era su pensamiento telepático, subliminal. Logró empotrarlos a sus asientos con voluntades motrices petrificadas, les provocó el punto de vista. Entonces comenzó el verdadero espectáculo. Resulta que a aquel señor que se encontraba arriba, en la cabina comando, le fue imposible no ser persuadida su sensibilidad ante lo que se avecinaba con aquel joven de traje que pudo identificar. ¡Era él! ¡Literalmente su alucinación! Un suspiro de relevación convertido en magnificencia, esmerándose por hacer algo único. No pudo más que obedecer a sus ganas descollantes de retroalimentación. Como si la silla le quemara, saltó sobre los tableros. Le dio una fortuita luz unifocal entre violeta y azul; filamentos de zafiro cayéndole como diamantina. Delgado interludio para concientizar al protagonista quien sonrió sintiendo, por el favor, el latido de su micro inalámbrico. Volvió a señalar, esta vez apuntó a su dialogador, le hizo señas como si previo ensayo hubiesen tenido. Lo complementó.
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FEDORA
Random¿Te atreves a viajar por estos caminos que mi ilimitada mente ha expandido por pura inspiración artística? ¿Te atreves a descubrir el secreto, la fuente de la inspiración? ¿Te animas a ser parte y averiguar a qué puede inspirarte? Fedora reúne chisp...