Capítulo V

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   Los gemidos de May se tornaron repetitivos y constantes cuando aumenté la velocidad de mis estocadas.

   Encima del escritorio en mi consultorio, May Pang estaba a medio vestir y mis manos estaban debajo d su blusa sujetando y apretujando sus tetas.

   —¡Ah, John! —ella se mordió el labio. Pronto su semblante reflejó dolor—. ¡Ah..., ah!

   Con el ajetreo sus lentes se resbalaron por su nariz y quedaron encima de sus labios. Sus piernas apretaron mi cintura de manera fuerte, impidiéndome moverme con libertad. Sin embargo, el ritmo de las estocadas se volvieron más intensas y profundas.

   Llevé mi dedo pulgar a su clítoris, tocándolo de arriba hacia abajo hasta hacerla estremecer. Me corrí en el preservativo al sentirla más húmeda.

   —Mierda...

   May dejó caer su espalda en el escritorio, manteniendo sus piernas encogidas y sujetas por sus manos. Su vagina estaba húmeda, rosada e hinchada; se había corrido varias veces y tenía líquido blanquecino y viscoso que salía de ella.

   Cuando tiré el preservativo y acomodé mi pantalón, le di un beso en los labios.

   —Ya levántate.

   Fui al baño y lavé mis manos, y el momento en que salí mi teléfono comenzó a vibrar. Era una llamada de Paul y contesté de inmediato.

   —¿Sí, precioso? Qué casualidad. Estaba pensando en ti y mil maneras de hacerte feliz.

   —Tu hijo se metió en problemas. Por favor, ven.

   —¿Qué hizo?

   Pero había colgado. Cuando volví a la oficina, May ya se había levantado y estaba acomodándose la ropa.

   Miré el reloj: apenas eran las diez. Habíamos tenido un momento libre antes que llegara la última cita de la mañana y habíamos aprovechado de disfrutarlo al máximo.

   —¿Cuántas citas tengo en la tarde? —le pregunté.

   —Eh, creo que dos...

   —Si me retraso diles que por favor esperen. Debo ir al colegio porque Julian tuvo unos problemitas.

   La tomé de la cintura, apegándola hacia mí y le besé los labios.

   —Te amo.

   Cuando May sonrió ilusionada, volví a besarla antes de marcharme.

   Al momento de bajar las escaleras me topé con Harrison, que iba subiendo con una bolsa de donas en la mano y un café en otra.

   —¡Tenemos que hablar! —espeté con emoción—. Tienes razón. Escuché una conversación con alguien y le dijo cosas.

   Harrison rió, sacudiendo su cabeza en reproche.

   —Voy a tenerlo pronto. Ya siento su trasero en mis manos.

   —Sus actitudes lo delatan. Pero espero que no vayas en serio, ¿no? No puedo imaginarte enamorado.

   —De la única persona de la que me enamorado es de Yoko.

   —Dijiste lo mismo cuando conociste a Cynthia —recordó.

   —No, no... De Yoko sí estoy enamorado.

   —Con razón dicen que el amor es ciego.

   —Paul es sólo..., digamos, un capricho. Me gusto, lo quiero, lo pruebo y lo dejo. Como las demás.

Once in a Lifetime ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora