-¡No me casaré con ese alfa! -su voz temblaba, pero estaba llena de determinación-. No puedo permitir que me vendas como si fuera una propiedad. Mi vida no es un precio en un mercado; no soy una mercancía que puedan intercambiar.
-Eres un ingrato...
En el corazón de Daegu, un pequeño pueblo envuelto en el crepúsculo de la tradición y la opresión, los omegas son vistos como mercancías. A medida que el sol se oculta en el horizonte, proyectando sombras largas y pesadas, la atmósfera del pueblo se llena de una desesperanza palpable. Aquí, la dignidad humana es sacrificada en nombre de la costumbre y el lucro.
Cada año, el mercado del pueblo se convierte en un escenario sombrío donde los omegas son vendidos al mejor postor. Las jaulas alineadas a lo largo del mercado no solo encierran cuerpos, sino también sueños y aspiraciones. Los compradores, con miradas frías y calculadoras, examinan a los omegas como si fueran ganado, ofreciendo precios y transaccionando vidas con una frialdad que deshumaniza.
Las familias, muchas veces desesperadas por la falta de recursos y presionadas por la tradición, entregan a sus hijos omegas a cambio de promesas de estabilidad económica. Esta costumbre cruel, enraizada en la cultura del pueblo, no solo se limita a la venta, sino que también impone a los omegas un destino de servidumbre y desdén. La tradición dicta que desde una edad temprana, los omegas deben ser vendidos y casados, convirtiéndolos en propiedad de aquellos con más poder y riqueza.
El mercado está lleno de murmullos y el sonido de cadenas, donde las esperanzas se venden junto con los cuerpos. El ambiente se carga con una mezcla de desesperanza y resignación, y las voces de los compradores se mezclan con las de aquellos que ven a sus seres queridos como objetos en un cruel comercio.
La vida de los omegas es una constante lucha por la dignidad y la libertad. Cada día, bajo el ocaso de sus esperanzas, para encontrar un futuro donde la libertad y la dignidad sean más que un sueño lejano.
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