12. Un final

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Seis meses después...

El enorme jardín se había transformado en un bosque encantado adornado con flores blancas, telas flotantes, velas titilantes y luces suaves que creaban un ambiente mágico. Las mesas estaban elegantemente decoradas con arreglos florales y la atmósfera era una mezcla de rusticidad campestre y sofisticación. Frente al lago, hileras de sillas blancas estaban dispuestas en un orden perfecto, todas mirando hacia un pequeño altar de ramas y flores, preparado para la ceremonia de unión. La emoción era palpable mientras los invitados, vestidos con elegancia, comenzaban a llegar.

Jos y Toto, rodeados por un grupo de hombres importantes, discutían animadamente sobre el futuro de los hijos de Charles y Max. La conversación se había desviado hacia cuál sería el mejor futuro para ellos.

—Una niña sería ideal para mantener el equilibrio en la familia —dijo Toto con una sonrisa confiada.

Jos, con una mirada de desdén, replicó: —Un niño es lo que necesitamos. Un heredero para continuar el legado.

Toto no se amedrentó: —Una niña puede manejar todo esto. Ella será la heredera natural.

—¡Una niña no puede manejar todo esto! —protestó Jos, claramente frustrado.

—¡Mi nieta sí puede hacer lo que le plazca! —afirmó Toto, con tono firme.

La discusión comenzó a calentar cuando Susie, la madre de Charles, se acercó para intervenir.

—¡Ya van a empezar de nuevo! Ni siquiera hay un bebé en camino y ya están peleando por lo que será. Son unos testarudos. 

Es el día de nuestros hijos. Todo debe salir perfecto —se unió Sofi con autoridad.

Mientras tanto, en la habitación de Max, el nerviosismo era palpable. Max caminaba de un lado a otro, su ansiedad era evidente. Oscar, sentado en la cama con Lando a su lado, observaba a Max con preocupación.

—Oye, primo, tranquilo. Todo saldrá bien. Es el día de tu boda —intentó tranquilizar Oscar.

—¿Y si Charles se arrepiente y me deja en el altar? —preguntó Max, su voz llena de inseguridad.

Antes de que Lando pudiera responder, se escucharon unos golpes en la puerta.

—Pasa —dijo Max, tratando de calmarse.

Charles entró en la habitación, vestido de manera informal con el primer botón de su camisa desabrochado y la corbata desanudada. La imagen contrastaba con la formalidad del evento, pero reflejaba su actitud relajada. Se acercó a Max, quien estaba tenso, y con una sonrisa traviesa, pidió:

—¿Pueden dejarnos a solas por un momento?

Oscar y Lando, entendiendo el deseo de Charles, rieron y salieron rápidamente. La puerta se cerró detrás de ellos, dejando a Charles y Max solos.

—Creí que nos encontraríamos en el altar —dijo Max, aliviado al ver a Charles.

—No podía esperar más tiempo para verte —respondió Charles, con una mirada llena de ternura. Se acercó a Max, envolviéndolo en un abrazo apretado, sus manos descansando en la cintura de Max.

—Además, aún tenemos tiempo para relajarnos un poco —sugirió Charles con una sonrisa seductora, desabrochando el pantalón de Max con habilidad.

Charles se arrodilló lentamente ante Max, sus movimientos eran llenos de deseo y pasión. Con una destreza experta, bajó los pantalones y boxers de Max. Max, al principio, intentó resistirse, pero pronto cedió al placer, permitiendo que Charles lo complaciera. La boca de Charles era cálida y experta, acariciando cada rincón del cuerpo de Max con una intensidad que lo hizo jadear. Max, con las manos temblorosas, tomó el cabello de Charles y lo atrajo hacia su cuerpo, disfrutando de la habilidad y el deseo de su futuro esposo.

Hijos de la mafia. LestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora