La música suave llenaba el aire, entremezclándose con las risas y murmullos de las conversaciones que parecían no terminar nunca. Todo en la sala resplandecía: los candelabros que colgaban sobre las cabezas de los invitados, las copas de cristal que tintineaban con cada brindis, y los vestidos de las mujeres, joyas hechas a medida para la ocasión. Mi vestido, aunque hermoso, se sentía como un disfraz. Esta fiesta era otra de las tantas que había aprendido a tolerar, un reflejo constante del papel que se esperaba que jugara en la familia.
Desde un rincón del salón, observaba cómo mis primos se movían con naturalidad entre los invitados. Edward, con su personalidad carismática que lo caracteriza, conversaba animadamente con un grupo de empresarios; su sonrisa brillante era suficiente para que cualquiera olvidara las preocupaciones. A su lado, su hermano Philip, el inventor y genio de la familia, hablaba sin descanso sobre su último proyecto, gesticulando con energía. Siempre apasionado, siempre metido en algo nuevo. A veces parecía que el único que lo escuchaba con verdadera atención era James, el más tranquilo y razonable de los tres. Lo veía observando desde la distancia, como si fuera un guardián invisible, asegurándose de que todo estaba bajo control.
James me vio y sonriendo, inclinando ligeramente la cabeza en señal de saludo. Le devolví el gesto, sintiendo una calidez familiar que solo él sabía generar. Era el único de mis primos con quien podía contar para escapar de las formalidades y las apariencias que marcaban estos eventos. A veces, solo intercambiar una mirada con él me daba fuerzas para soportar el resto de la noche.
Suspiré, tomando una copa de champán de la bandeja de un camarero que pasaba cerca. La bebida burbujeante no hizo mucho para calmar mis nervios. Esta era la tercera fiesta familiar en menos de un mes, y todas seguían la misma fórmula: sonrisas forzadas, conversaciones vacías, y una sensación persistente de que no pertenecía realmente a este mundo, aunque era el único que había conocido.
A lo lejos, mi tío abuelo observaba todo desde el centro de la sala. Su postura erguida y mirada penetrante lo hacían parecer más imponente de lo que en realidad era. Desde que mis padres ya no estaban, él había asumido el papel de protector, algo que, aunque apreciaba, a veces sentía como una carga. No era fácil vivir bajo su sombra. Tampoco era fácil olvidarse de los eventos de aquel fatídico año. Y, aunque pocos lo mencionaban, el silencio a menudo resultaba más ruidoso que cualquier palabra.
Me giré hacia el jardín, buscando una excusa para salir y respirar algo de aire fresco. Estaba pensando seriamente en escapar de este lugar.
― ¿Tan temprano y ya estás escapando?
Escucho decir a James mientras se acerca a mí.
― Estas fiestas son un agobio ―Ríe levemente y toma asiento en la banca junto a mi―
― Lo sé, pero no falta mucho para que todo esto termine ―coloca ambas manos en la banca haciendo su cabeza hacia atrás mientras cierra sus ojos y dejando que el viento despeine su cabello rubio― todos los años es lo mismo, es una temporada.... ¿Cómo lo digo?
― ¿Difícil? ¿Estresante? ¿Agotadora?
James sonrió, dejando escapar un suspiro antes de responder.
― Todas las anteriores, pero añadiría una más: predecible. ―Abrió los ojos y me miró con esa expresión entre cómplice y despreocupada que siempre lo caracterizaba―. No importa cuánto cambien las cosas, siempre termina siendo igual.
Lo observé por un momento, apreciando su facilidad para tomarse la vida a la ligera, algo que a veces envidiaba. Mientras él se adaptaba a las expectativas sociales sin problema, yo sentía que cada día era una prueba que debía superar.
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El enigma de un amor inesperado
RomanceStella y Ethan, dos almas unidas por un pasado compartido, se reencuentran después de años separados. Ella, con su peculiar pero hermoso cabello dorado y su mirada enigmática, y él, con su estilo rebelde y misterioso, enfrentan un amor lleno de secr...