Desde que era pequeña, supe que me gustaban las chicas. Mientras que otras niñas soñaban con príncipes azules, yo me sentía atraída por mis compañeras de clase. Descubrir que algo dentro de mí era diferente, me convirtió en una chica tímida, siempre perdida en mis pensamientos. Crecí en Mosende, rodeada de árboles y montañas, en un entorno con una mentalidad conservadora, por lo que sabía que mis sentimientos eran algo que debía mantener oculto. Cada vez que intentaba hablar sobre ello, el temor se apoderaba de mí, generando un pánico irracional ante la sola idea de revelar mi verdadera orientación sexual. Solo a través de la escritura encontré una vía de escape para ser libre.
Comencé a escribir una serie de cartas donde daba rienda suelta a todos mis miedos y las mantenía encerradas bajo llave. No fue hasta que conocí a Manuel, en las vacaciones de aquel verano en el que cumplí quince años, con su cabello rizado y su sonrisa amigable, que sentí el impulso de confesar mi secreto. Era un chico simpático y amable, diferente a los demás, que tenía una energía contagiosa. No solo se convirtió en mi mejor amigo, también fue mi refugio en un mundo que parecía demasiado hostil para una chica como yo; y la única persona con la que me abrí completamente. Cuando reuní el coraje de contarle mi verdad, aunque estaba temblando de angustia, me escuchó con atención y en lugar de alejarse, me abrazó con cariño y me aseguró que nada cambiaría entre nosotros. Él nunca me presionó, al contrario, me animó a encontrar la valentía para aceptarme a mí misma, sin importar las consecuencias. Lloré mucho cuando se mudó a Sevilla con su familia. A veces me pregunto qué habría sido de mí si no hubiera contado con su amistad en un momento tan vulnerable.
Con dieciocho años, me marché a estudiar Psicología. A mí la universidad siempre me había parecido un mundo salvaje, o al menos así lo sentía, una chica de pueblo que se mudaba a la ciudad, y que no encontraba su sitio. Meses atrás, aún vivía con mis padres, en la vieja casona de mis abuelos, donde las sombras del armario parecían extenderse hasta los lugares más recónditos. Nunca entendieron mi decisión, y menos aún podía admitirles que me gustaban las chicas. Si lo hacía, estaba segura de que me habrían echado de casa, y antes de que ocurriera, decidí largarme a Lugo con tal de alejarme de aquel sitio lleno de secretos. Allí, lejos de los ojos y oídos de mi pequeña aldea, aunque no me sentía completamente segura de mí misma, al menos tenía la oportunidad de explorar quién era sin el peso de los prejuicios de los demás. Sentía que podía respirar un poco más. Y entonces, cuando menos lo esperaba, conocí a Antía.
Desde el momento en que la vi, en aquella fría mañana de finales de diciembre, poco antes de las vacaciones de Navidad, algo en mí se sintió irremediablemente atraído hacia ella. Recuerdo cómo, antes de comenzar las clases, fui a la cafetería a por mí taza de café matutina; y allí estaba ella, sentada frente a mí, con un libro entre las manos. No podía dejar de observarla mientras pasaba las páginas, y como su rostro cambiaba a medida que avanzaba en la historia. Fue el sonido alegre de su risa lo que provocó que, de manera involuntaria, mis labios se curvaran en una sonrisa. En ese preciso instante, levantó la cabeza, me lanzó una mirada furtiva, y en mi corazón se encendió una chispa.
Nuestro primer encuentro no ocurrió hasta unos días más tarde, en la biblioteca. Estaba buscando libros para un proyecto de clase, al sacar uno de la estantería, nuestros dedos se rozaron accidentalmente y, supe que mi mundo no volvería a ser el mismo.
—Hola. —dijo ella, tratando de sonar casual.
—Hola. —respondí, levantando la mirada y dedicándole una sonrisa amable— ¿Cómo te llamas?
—Antía, ¿y tú?
—Xiana.
—Encantada de conocerte Xiana. ¿Necesitas ayuda con algo?
—Sí, estoy buscando un libro sobre psicología del desarrollo. ¿Sabes dónde puedo encontrarlo? —Un cosquilleo recorrió mi estómago al darme cuenta de que estaba pendiente de mí.
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CARTAS DESDE MI VENTANA
RomanceDicen que el amor todo lo puede, pero... ¿serías capaz de mantener una relación con fecha de caducidad?