"Cenizas de Dragón" Capítulo Único

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El viento soplaba suavemente, pero el eco de las últimas palabras de Aegon resonaba en la mente de Jacaerys como un golpe sordo, incesante. "Dracarys... Sunfyre..." había dicho Aegon con un hilo de voz, apenas audible, mientras su cuerpo ardía bajo el fuego de Sunfyre.

El dragón, fiel hasta el final, había cumplido la orden, cegado por la lealtad. Y allí estaba Jacaerys, temblando, sosteniendo a su hijo menor con una mezcla de lágrimas y furia. A su lado, el pequeño Maelor, con sus rizos negros tan parecidos a los suyos, lo miraba sin comprender, su inocencia todavía intacta ante la tragedia que envolvía a su familia.

"¿Dónde está el amor del que tanto hablan?" se preguntaba Jacaerys, mientras sus pensamientos lo arrastraban por los pasajes oscuros de los recuerdos. Ese amor, esa ilusión tan lejana que siempre lo había eludido, ahora se mostraba tan cerca y sin embargo, imposible de alcanzar. Lo había sentido, aunque no lo había sabido a tiempo. Lo comprendió cuando las cenizas de su esposo flotaban en el aire, cubriendo su piel con el peso de lo que nunca fue dicho. Aegon, el omega dorado, el perfecto pero roto, ahora no era más que un recuerdo que ardía tanto como el fuego de Sunfyre.

Aegon había nacido para cumplir expectativas, no para amar. Desde niño, su vida había sido una cadena de obligaciones, de sonrisas vacías que buscaban la aprobación de su madre.

Alicent, siempre estricta, siempre ambiciosa, había moldeado a su hijo con mano firme, buscando grandeza donde solo había fragilidad. Otto Hightower había influido en cada decisión, tejiendo un destino que el joven omega jamás eligió.

Su cabello platinado y su mirada distante le valieron alabanzas, pero en su corazón, Aegon era solo una sombra de lo que alguna vez pudo haber sido. Jamás replicó cuando su madre lo comprometió con Jacaerys, porque no sabía cómo. Su vida no le había dado espacio para la rebelión, y la idea de enfrentarse a su familia le resultaba impensable.

Con Jacaerys, la vida de Aegon no fue diferente.

Jacaerys, el alfa orgulloso que nunca supo amar, tampoco quería ese matrimonio.

Su juventud había estado llena de sueños, aspiraciones que se desmoronaron con cada nueva carga impuesta por su linaje.

El matrimonio con Aegon no había sido más que un acuerdo político, una alianza forjada en medio del caos de Westeros. El amor, ese amor del que tanto hablaban los bardos y poetas, nunca estuvo en los términos del trato. Y, sin embargo, en algún lugar del camino, en medio de la rutina, en los silencios prolongados y las miradas vacías, algo comenzó a gestarse.


Jacaerys lo había ignorado por mucho tiempo. Se negaba a aceptar lo que crecía lentamente en su pecho. Había despreciado a Aegon durante años por su aparente pasividad, por la distancia que siempre parecía interponerse entre ellos.


Pero Aegon no era pasivo; solo estaba roto. Jacaerys no lo había visto, cegado por su propio orgullo, por su necesidad de ser algo más que el heredero que otros habían decidido que debía ser. Y cuando el amor finalmente afloró, fue como un cuchillo en el pecho, agudo y profundo, el tipo de dolor que nunca había sentido antes.


Los hijos que dejó atrás


A su alrededor, sus hijos lo miraban, pequeños reflejos de lo que había sido su vida con Aegon. Los gemelos, Jaehaera y Jaehaerys, eran tan parecidos a su padre que a veces Jacaerys no podía mirarlos sin sentir una punzada de culpa. Con su cabello platinado y ojos claros, llevaban consigo el legado de su madre en cada uno de sus gestos. Eran demasiado jóvenes para comprender el destino que se cernía sobre su familia, pero ya mostraban la misma carga en sus hombros que Aegon había llevado durante toda su vida.


Jaehaerys, el mayor de los dos, se acercó a su padre mientras el cuerpo de Aegon seguía ardiendo. "¿Papá... dónde está mamá?", preguntó, su voz temblando de confusión. Jacaerys cerró los ojos ante esa pregunta, sintiendo como el dolor lo desgarraba desde dentro. No había respuestas fáciles, no para Jaehaerys, no para ninguno de sus hijos. "Mamá está... en un lugar mejor", mintió, sabiendo que esas palabras no llenaban el vacío que Aegon había dejado.

Rhaenyra, la más pequeña de todos, con sus rizos platinados brillando al sol, abrazaba sus piernas sin decir nada, como si, en su inocencia, comprendiera que algo terrible había sucedido, pero no pudiera articularlo. La niña había sido el reflejo de la dulzura de Aegon, la luz en medio de la oscuridad que siempre los había envuelto. Ahora, esa luz también parecía apagarse.

El peso de lo no dicho

Habían pasado años desde que se casaron, pero Jacaerys no podía recordar un solo momento en el que hubiera visto a Aegon como más que una obligación. Lo veía como una carga, como un deber. Y sin embargo, allí, frente al fuego que consumía el cuerpo de su esposo, recordó por primera vez los pequeños momentos en que Aegon había intentado conectarse con él. Las veces en que había intentado acercarse, con gestos silenciosos que Jacaerys había ignorado, demasiado ensimismado en su propio desdén.

Aegon, siempre tratando de ser suficiente para todos. Aegon, quien nunca levantó la voz, quien se hundió en el papel que le impusieron hasta que no quedó nada de él. Y Jacaerys, incapaz de ver más allá de su orgullo, de su resentimiento por un matrimonio que nunca había pedido, nunca había querido.

- No sabía qué era lo que esperaba, pero en lo más profundo, siempre había deseado que Jacaerys lo amara. Nunca lo dijo, porque no creía que mereciera ese amor, pero lo deseaba. Jacaerys podía verlo ahora, en retrospectiva. En cada pequeño gesto, en cada palabra no dicha, Aegon había pedido a gritos el amor que Jacaerys nunca supo darle.

Era demasiado tarde. Todo lo que podía hacer era recordar, revivir en su mente esos momentos en que pudo haber hecho algo, cualquier cosa, para salvar a Aegon de sí mismo, de la tristeza que lo consumía.

Un amor que se desvanece con las cenizas

El último día, el día en que Jacaerys decidió terminar con todo, fue también el día en que finalmente se dio cuenta de lo que había perdido. Aegon estaba allí, frente a él, sus ojos apagados, su cuerpo quebrado por años de sumisión. "Dra-... DRACARYS... Sunfyre Sun...fyre", había susurrado antes de que el fuego lo consumiera. Pero Jacaerys sabía que no era solo un grito desesperado por la figura materna. Era un lamento por todo lo que nunca fue, por el amor que nunca se dio.

Sunfyre hizo su trabajo, fiel hasta el final, y con ello, Jacaerys perdió lo único que había sido verdaderamente suyo: Aegon, el omega que nunca supo amar. Murió dando a luz a su hijo nonato.

Ahora, mientras las cenizas se disipaban en el viento, cubriendo su piel, sus hijos lloraban a su alrededor, ajenos al dolor que envolvía a su padre. Pero Jacaerys sabía que nunca habría paz para él. El amor no había sido suficiente. Nunca lo fue.

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𝗣𝗿𝗼𝗰𝗿𝗮𝘀𝘁𝗶𝗻𝗮𝗿 𝗵𝗮𝗰𝗲 𝗺𝗮𝗹.

𝗡𝗼 𝘀é 𝘀𝗶 𝗹𝗼𝗴𝗿é 𝘁𝗿𝗮𝗻𝘀𝗺𝗶𝘁𝗶𝗿 𝗹𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗾𝘂𝗲𝗿í𝗮, 𝗯𝘂𝗲𝗲 𝗲𝘀 𝗺𝗶 𝗽𝗿𝗶𝗺𝗲𝗿𝗮 𝘃𝗲𝘇 𝗲𝘀𝗰𝗿𝗶𝗯𝗶𝗲𝗻𝗱𝗼 . 𝗘𝘀𝘁𝗮𝗯𝗮 𝗲𝗻𝗰𝗲𝗿𝗿𝗮𝗱𝗮 𝗲𝗻 𝗺𝗶 𝗰𝗮𝘀𝗮 𝗽𝗼𝗿 𝗲𝗹 𝘃𝗶𝗲𝗻𝘁𝗼 𝘇𝗼𝗻𝗱𝗮 𝘆, 𝗱𝗲 𝗿𝗲𝗽𝗲𝗻𝘁𝗲, 𝘀𝗲 𝗺𝗲 𝗲𝗻𝗰𝗲𝗻𝗱𝗶ó 𝗹𝗮 𝗹𝗮𝗺𝗽𝗮𝗿𝗶𝘁𝗮. 𝗔𝘀í 𝗾𝘂𝗲 𝗮𝗰á 𝗲𝘀𝘁𝗼𝘆, 𝗰𝗼𝗺𝗽𝗮𝗿𝘁𝗶𝗲𝗻𝗱𝗼 𝗲𝘀𝘁𝗼 𝗰𝗼𝗻 𝘂𝘀𝘁𝗲𝗱𝗲𝘀. 👀

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"𝑫𝒓𝒂𝒄𝒂𝒓𝒚𝒔 𝑺𝒖𝒏𝒇𝒚𝒓𝒆"  • ( Jacegon )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora