Finn:
Jueves por la noche, apenas llegué al aeropuerto de Nueva York, Elio y Paola ya estaban esperándonos.
Yo aún tenía otro vuelo por tomar hacia Austin, Texas, lo cual se sentía agotador. Andrea y yo habíamos hablado antes, y ella sabía que debía reunirme con mis amigos, así que decidió quedarse con Paola hasta el viernes por la noche, para luego viajar sola a Texas.
Paola no podía acompañarla porque esa misma noche llegaban sus padres desde Italia, así que pasamos una hora en el aeropuerto, los cuatro conversando mientras esperábamos mi vuelo.
-¡Es que las amo, pero estoy enojada con las dos!-, exclamó Paola mirando a Andrea, y Elio y yo intercambiamos una mirada cómplice. Era común verlas discutir.
-¡Oye! ¡Podrías ser más comprensiva!-, le recriminó Andrea con un tono casi suplicante.
-¡No, no puedo! ¿Sabes por qué?-, Paola colocó las manos en su cadera, adoptando una postura desafiante.
-Ahí va... Mamá Paola a regañar a las niñas-, murmuró Elio, y tuve que contener la risa.
-¡Porque María quiso proteger a Tom y guardó el secreto, pero tú la ayudabas! ¡¿Quién te cuidaba a ti?! Son dos insensatas. Lo dije mil veces: todo habría sido más simple si hubiesen sido sinceras con Tom desde el principio. Él habría sabido a qué se enfrentaba, podría haberse preparado, quizás incluso habría pedido ayuda. Pero no, bajo la excusa de protegerlo, todo terminó en desastre. ¡Mira todo lo que ha pasado y que se podría haber evitado!-, continuó Paola, visiblemente molesta.
La verdad es que no podía culparla; yo le había dicho algo similar a Andrea hace un tiempo, aunque preferí mantenerme al margen.
-¡Pero no era tan simple!-, protestó Andrea, defendiéndose.
-¡Sí lo era! Tom nunca habría expuesto ni a María ni a ti. Los secretos las llevaron a esto. María podría haber muerto, ¡tú podrías haber muerto! ¡Incluso Tom! Te expusiste a un peligro innecesario. Estoy harta de decirles que los secretos destruyen. Y se lo voy a decir a María también. Fue egoísta, aunque no se diera cuenta. Protegió a Tom, pero no a ti. La próxima vez que quieran guardar algo así, ¡les corto la lengua a las dos!-, terminó Paola, más alterada que nunca.
Andrea, con una sonrisa suave, tomó la mano de Paola, tratando de calmarla.
-Pao... Ya está, estoy aquí-, le dijo, tranquilizándola.
-Eres mi hermana, Andy. No soportaría perderte. Ya has soportado demasiadas mierdas, no cargues con algo que no te pertenece. Esta batalla es de María y Tom. Ayúdales, sí, yo también lo haría, porque María es mi hermana también, la amo. Pero no te apropies de sus problemas-, le dijo Paola con un tono más suave, como si sus palabras fueran tanto una advertencia como una petición.
Ambas se abrazaron, como si esa discusión nunca hubiera ocurrido. Así de simples eran ellas, volviendo a la armonía en un abrir y cerrar de ojos.
-Y así es como siempre terminan las discusiones-, comentó Elio con una sonrisa.
-Sí, es el ciclo sin fin-añadí, observándolas con cariño.
Andrea, aunque testaruda y muchas veces llevada por su propio instinto, seguía siendo la mujer más increíble que conocía.
Verlas juntas, reconciliadas, me hacía sentir una especie de paz que no podía explicar con palabras. Era una imagen hermosa, una que me recordaba que, a pesar de todo, lo más importante era estar unidos.
- Ven aquí... Toma, necesito que jamás te lo quites -dije mientras apartaba un poco a Andrea. Le tomé la mano y le quité su reloj para reemplazarlo con otro.
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Sencilla dignidad- La liberación de los secretos - Libro II
RomanceEn ocasiones, las ataduras que nos aprisionan nos sumergen en una oscuridad intrincada, donde solo los secretos más profundos de nuestros corazones encuentran refugio. Es entonces cuando el orgullo y la vanidad irrumpen, desatando la destrucción a s...