Minutos escasos quedaban para que llegaran finalmente a su destino y ella ya no podía más de la emoción. Había documentado cada minuto de ese viaje porque no quería dejar pasar ningún detalle. Deseaba que quedase grabado en imágenes tal cual ella lo grabó en su memoria la primera vez que estuvieron allí.
Ya el verano llegaba a su fin, pero el clima en ese lugar se sentía demasiado bien. Diferente a aquel tiempo años atrás. Porque su visita a Perpignan fue su refugio hacía ya más de ocho años cuando se vieron obligados a alejarse de Madrid por su propia seguridad. En esa ocasión, quería vivir todo aquello de nuevo. Pero sin el miedo de ser descubiertos y en otro punto completamente diferente de su vida.
Alonso le sonrió al tomar el camino que los llevaría hacia la casa en la que se iban a alojar durante aquellos días. La misma donde se quedaran la primera vez y que la había enamorado tanto como todo lo que la rodeaba.
Y ¿qué hacían allí? Aquel viaje había sido una sorpresa de su esposo que decidió que ya era hora de darse unos días a solas. Colocó una mano en su vientre al sentir los movimientos de ese bebé que ya había crecido notablemente y que, en poco más de tres meses, llegaría para aumentar su familia. Amaba ser mamá y deseaba con todas sus fuerzas tener a su bebé entre sus brazos, pero también necesitaba ser mujer y esposa y de esos días a solas con su marido antes de enfrentarse a la locura que sería tener un niño más en casa.
Al pensar en sus otros bebés, un pequeño sentimiento de culpa se apoderó de ella y se le instaló en el pecho. Miguel, Mar y Lucrecia se quedaron en Valencia, al cuidado de sus abuelos junto con Purpurina y Piraña, y ni siquiera parpadearon al contarles de su viaje porque si algo había que sus hijos adorasen era reunirse con toda la familia de Alonso.
—¿Qué te sucede, tesoro? —Alonso puso la mano sobre su pierna y la miró por un segundo, sin perder la vista de la carretera—No te estás arrepintiendo de venir, ¿verdad?
—No, amorcito —negó, tratando de contener algunas lágrimas que ya se acumulaban en sus ojos—. Es solo que estaba pensando en mis bebés y ya sabes que yo no soy yo cuando estoy hormonal.
Su marido detuvo el coche cuando estuvieron frente a la casa y se giró en el asiento para mirarla, recogiendo con su índice una lágrima de su mejilla.
—La próxima vez traeremos a los niños.
—¿De verdad? ¿Regresaremos con ellos?
—Con todos ellos —afirmó su esposo, colocando la mano en su vientre con una amplia sonrisa.
Ella le regresó la sonrisa y secó cualquier lágrima que quedase en su rostro para dejar un rápido beso en los labios de su marido antes de abrir la puerta del coche y bajarse para admirar las vistas.
—Esto es increíble —dijo al mirarlo cuando él también bajó del coche—. Apúrate en bajar las maletas, ¿sí? No tenemos muchos días para ver todo lo que no pudimos hace años.
—Regina, vinimos a descansar.
—Sí, amorcito, pero no pienso pasarme encerrada toda una semana en esta casa —replicó, caminando hacia la entrada y girando para mirarlo—. No me entiendas mal, es una idea que no me desagrada y, definitivamente, haremos mucho ejercicio juntos. Ya sabes que mis hormonas también están alborotadas en ese sentido, pero quiero conocer la ciudad y sus alrededores para mostrarle todo a mis bebés.
—Lo haremos, tesoro —concedió, dejando un beso en su sien cuando la alcanzó cargado con las maletas—. Haremos todo lo que tú desees.
—Bien. Porque desde que me dijiste de este viaje no he dejado de pensar en los helados de madame Denise y pienso ir por uno hoy mismo.
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Eterna Tentación #BilogíaTentación
RomanceLuego de cerrar el caso que los unió, Regina y Alonso deciden instalarse en Ciudad de México para iniciar una nueva etapa en sus vidas. Felices, tranquilos y llenos de trabajo, disfrutan cada momento y cada día junto a su hijo. Ese pequeño que es el...