CAPITULO XXXVII

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Una rara investigación

Que esas personas sufriesen ese accidente en el pueblo no solo me dio a entender que hay que protegerlas a toda costa, sino que también me abrió los ojos para asimilar la situación en la que nos encontramos. Comprendí la importancia de saber magia curativa y yo estoy dispuesta a aprender. Por ello, me encuentro en la biblioteca estudiando algunos libros sobre hiervas, medicinas naturales, entre otras cosas.

Hank me exigió que leyera estos libros, antes que nada. Aún sigue con algunos dolores en el cuerpo por la pelea que tuvo con Makai. Al guerrero lo he visto muy bien, pero con el brujo es otra cosa, lo extraño es que no puede curarse él mismo.

Mejor. Así aprenderá a comportarse.

Por mi parte pondré de mi voluntad para recopilar en mi mente tanto como pueda. Haré algo bueno por todos. Por consiguiente, esto me mantendrá ocupada y ajena a cualquier tipo de pensamiento, y mejor aún, me lleno de conocimientos mientras Tarren sigue reconstruyendo el pueblo.

Ahora que sé que Lidxy está bien, ya no hay forma de tener tanta angustia. Aunque mentiras. Aun sigo preocupada por mi nana. Han pasado unas semanas desde que le envié el ultimo telegrama y nada que me llega su respuesta. Es probable que esta vez se haya extraviado.

—¿Tiene que leer y escribir todo eso, señora? —me pregunta Makenna observando lo que hago. Su tono es un tanto animado.

—Es necesario. —respondo metiendo un trozo de manzana en mi boca con ayuda del cubierto.

Desde que pasó lo que pasó no se ha despegado de mí por mucho tiempo. Ahora me ve más seguido y siempre permanece a mi lado en caso de que necesite algo. Para demostrarlo, me trajo frutas cortadas en pedacitos y jugo. Quizás teme que vuelva a morirme y ella está ahí para impedirlo.

—Yo ya estaría dormida si hiciera eso. —dice paseando la vista por los pergaminos y libros abiertos. —Debe ser agotador.

—Un poco, pero aun así quiero aprender. —tomo un poco de jugo. Está delicioso.

—Bueno, yo ya me voy. Me deben estar necesitando en la cocina, no tarda Josefa en mandarme a llamar. —exclama, pero la veo dudosa.

—Ve tranquila, estaré bien. —le hago saber.

—Sí, mi lady. —hace una reverencia y se marcha.

Una vez sola, me vuelvo hacia el estante de libros que está al frente. El olor a hojas y a tinta me hacen sentir relajada. Siempre ha sido mi aroma favorito. Tan favorito como lo era de papá.

Paso los dedos por una fila de libros. Recordarlo es como sumergirme en un mar melancólico, era mi adoración y yo la suya. Era el mejor padre del mundo, con el único que podía sentirme viva en el castillo Guiscard. ¡Él era como mi lugar favorito! Con él nunca me sentí sola.

Tras su muerte sentía que ya nada valía en la vida, que yo ya no valía nada sin él a mi lado. Cosa demasiado triste porque siempre lo vi como un héroe cobijándome con su esplendor y protección, y sin ese resplandor, yo también perdía ese brillo. Me sentía envuelta entre las sombras de sus recuerdos, sombras que con el tiempo dieron luz otra vez.

Había pensado que él era mi único respiro y que ya nada en la vida podía llenar ese vacío que me dejó. Pero luego caí en cuenta que muchas de las cosas que giraban a mi alrededor seguían en pie, aún estaba mi adorada hermana, aún me quedaba ella. Y por ella saqué la fuerza y la voluntad para seguir. No debía dejarme derrumbar por el dolor causado por la muerte de nuestro padre.

Muchos dicen que los recuerdos son solo recuerdos, que terminan lastimándonos una y otra vez. Pero yo no lo veo de esa manera, pienso que son una evocación preciada que se impregna en nuestra memoria haciéndonos saber que esos momentos siempre seguirán con nosotros. Un cofre valioso que termina sacudiendo nuestras más marcadas emociones. Para mí siempre serán una fuente vívida de la persona que más amé.

UN TOQUE DE FELICIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora